Capítulo 10

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Una semana puede ser eterna cuando las cosas no van bien.

En los últimos días, algo había cambiado entre Alison y yo. Nuestras conversaciones por mensaje, antes tan fáciles como respirar, ahora parecían un ejercicio de paciencia. Las respuestas tardaban horas en llegar, y cuando lo hacían, su tono era diferente, distante. Era como si estuviera hablando con otra versión de ella, una más cautelosa y menos entusiasta.

Tenía tanto que decirle, pero no encontraba cómo empezar. ¿Cómo le explicaba lo de Flavia sin que sonara a excusa? ¿Cómo le demostraba que me importaba sin sonar desesperado? Escribir un simple "tenemos que hablar" no me parecía suficiente. No soy de los que resuelven estas cosas por mensaje; siempre he creído que los temas importantes se deben tratar cara a cara.

Pero, claro, eso es algo que solo funciona cuando ambas partes están de acuerdo en resolver la situación.

Y no cuando a la mínima interacción te evitan.

En toda la semana, solo había visto a Alison dos veces, y ambas desde lejos. En una ocasión, estaba sentada con Carolina en el jardín, y cuando nuestras miradas se cruzaron, Alison apenas levantó la mano para saludarme antes de apartar la vista rápidamente. En la segunda, coincidimos en el pasillo del edificio de Humanidades. Me sonrió por cortesía, pero se fue en dirección opuesta antes de que pudiera acercarme. Su incomodidad era evidente, y eso me carcomía por dentro.

Más de lo que me gustaba admitir.

No había espacio para dudas: todo lo que creí que estábamos comenzando, se había desmoronado en cuestión de minutos, gracias a Flavia y a mi maldita incapacidad de manejar las cosas.

—¿Entonces aún no lo has resuelto? —preguntó Johnny, recargado en su casillero, mientras esperábamos que empezara nuestra clase.

Negué con la cabeza, frustrado.
—Siento que está evitándome. Tampoco quiero forzarla a hablar conmigo.

—A este paso tendrás que hacerlo —intervino Gabo, con su típica expresión despreocupada—. ¿O prefieres que piense que todo lo que dijo Flavia era cierto?

—Lo sé, lo sé —respondí, pasándome una mano por el cabello.

Johnny cruzó los brazos, claramente impaciente.
—No es tan complicado. Escríbele, dile que necesitas hablar con ella, y ya.

—Es fácil decirlo —repliqué, suspirando—. Pero... ¿y si me manda al carajo?

—Al menos lo habrás intentado —Gabo se encogió de hombros con una sonrisa burlona.

Johnny rió, golpeándome suavemente en el hombro.

—Y si lo hace, siempre puedes invitarnos una pizza para consolarte, ¿no?

Rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír un poco. Esa era su forma de mostrar que me respaldaban, sin importar el resultado. Sabía que tenían razón; no podía quedarme esperando un milagro.

Después de clase, mientras Johnny y Gabo se ocupaban de renovar su carné universitario, fui a estudiar un rato. Salí de la biblioteca más tarde, aún con la cabeza hecha un lío, cuando la vi. Carolina caminaba por el pasillo con su habitual aire despreocupado, el bolso colgando de un hombro y el móvil en la mano. Era raro verla sola; casi siempre iba acompañada de Alison.

Es ahora o nunca.

Me acerqué, aunque con algo de duda.

—¡Caro! —la llamé, acelerando el paso hacia ella.

Carolina alzó la mirada y me saludó con una media sonrisa, deteniéndose.

—¿Qué onda, Brant? Hace rato no te veía. ¿Todo bien?

Sombras del orgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora