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Primavera de 1949.

El pequeño Jimin de ocho años se encontraba estirándose en el suelo de lona de la carpa de entrenamiento, su cabello rubio amarrado en un pequeño bollito destacando su rostro delicado y sonrisa inocente. Vestido con una prenda cómoda para sus prácticas, parecía un verdadero artista en ciernes. Acababa de terminar sus sesiones de entrenamiento de danza en telas, y una sensación de logro y satisfacción lo invadía, reflejando el progreso que había alcanzado.

De repente, una mujer de cabello castaño, largo y ondulado, una mirada y sonrisa dulce se acercó a él con un pequeño cuenco de yogurt con frutas frescas. Su sola presencia iluminó con emoción el rostro de Jimin, quien se sintió inmediatamente atraído por su calidez. Se sentó cruzando sus piernas, prestando total atención a la mujer.

—Hola, mi pequeño —lo saludó sonriendo—. Te traje tu merienda. Hay que reponer un poco de energías.

Jimin sonrió de emoción al ver el cuenco de yogurt con frutas. —Gracias, Mimi —dijo, estirando sus brazos para recibir el cuenco, tomando la cuchara dentro para comenzar a comer de aquella merienda, sus manos aún estaban vendadas con gasas tras el entrenamiento de aquella tarde.

La mujer se sentó a su lado, cruzando sus piernas de la misma manera y lo miró con orgullo y cariño. —¿Cómo te sientes? —preguntó, su voz cálida y reconfortante.

Jimin tragó su merienda y se encogió de hombros, sus ojos abiertos en atención a la mujer, y un rostro iluminado por una sonrisa tímida. —Me siento bien, Mimi —dijo, su voz suave y dulce—. El entrenamiento es un poco difícil, puedo hacerlo mejor —respondió encogiéndose de hombros, no muy seguro de su propio talento.

La mujer sonrió y le acarició el cabello. —Pero claro que lo haces muy bien —dijo—. Eres un niño muy talentoso y trabajador, vas muy rápido. Me siento muy orgullosa de ti.

Jimin se sonrojó ligeramente y bajó la mirada ante los elogios.

—Sabes, cuando era niña, también creía que podía ser mejor. Pero todo acaba en una frase que no olvido, mi madre me decía: "La práctica y la dedicación son la clave para el éxito".

Jimin levantó la mirada y la miró con interés. —¿Y es así? —preguntó.

La mujer asintió. —Sí, Minnie. Y creo que tú tienes mucho potencial para ser un gran artista de circo. Solo tienes que seguir practicando y creyendo en ti mismo, como yo creo en ti.

—Hum... me gustaría cambiar las telas por sogas —dijo Jimin con una nueva ambición, mirando a la mujer con esperanzas en sus ojos. Ella le sonrió comprensivamente, recordando cuando ella misma había comenzado a entrenar en el circo, con aquel entusiasmo que la igualaba.

—Mi pequeño —dijo la mujer, acercándose a acariciar su mejilla regordeta—. Pronto podrás cambiar las telas por sogas, y cuando menos lo esperes, comenzar a entrenar con el trapecio.

Jimin sonrió y elevó sus cejas de emoción. —¿Y podré presentarme en el escenario pronto? —preguntó, mirándola nuevamente con anhelo, mientras volvía a hundir la cuchara en el yogurt.

—Para ello aún eres muy pequeño —dijo la mujer, ahora acomodando el fleco delantero de Jimin detrás de su oreja—. Pero pronto podrás debutar como un gran artista. Y quién sabe... —se acercó a él bajando su voz—. Tal vez puedas presentarte en el escenario conmigo.

Jimin abrió grandes sus ojos, emocionado ante la posibilidad. —Gracias, Mimi —dijo, dejando el cuenco un momento en el suelo, acercándose a abrazar a la mujer. Ella lo abrazó también, con una gran sonrisa.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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Enséñame a Amar | KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora