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El suave sonido de los pájaros me despierta. Es domingo y la luz del sol se cuela por las cortinas de mi habitación. Estiro los brazos con pereza, disfrutando de la calma que reina en la casa. Mi padre debe estar en el hospital, como casi siempre. Sus turnos de cirujano lo mantienen ocupado, y aunque lo extraño, me he acostumbrado a las mañanas tranquilas en casa.

Me levanto lentamente, y mientras preparo un café, reviso mi teléfono. Un mensaje de Hugo aparece en la pantalla.

Hugo

     ¿Tienes algún plan para hoy? Había pensado en hacer algo divertido esta tarde, ¿qué te parece?

Sonrío, sin poder evitar sentir una chispa de emoción. Aunque mi relación con Hugo ha sido amistosa, siempre es refrescante pasar tiempo con él. Además, después del caos de la fiesta de anoche, necesito distraerme.

Vicky

     Nada planeado. ¿Qué tenías en mente?

Mientras espero su respuesta, termino mi café y me siento en el sofá, dejándome caer con una sonrisa. Unos minutos después, mi teléfono vibra de nuevo.

Hugo

     Hay una feria cerca del puerto. Podríamos dar una vuelta, probar comida de los puestos y tal vez subirnos a alguna atracción. ¿Qué dices?

Vicky

     Suena genial. ¿A qué hora quedamos?

Hugo

     ¿A las cinco?

Miro la hora. Perfecto, tengo tiempo suficiente para relajarme un poco más y luego prepararme. La idea de la feria me entusiasma, no solo por la diversión que promete, sino porque es una oportunidad de desconectar y dejar atrás la tensión acumulada en los últimos días.

...

La tarde del domingo llega con un cielo despejado, perfecto para una salida a la feria. Mientras camino al punto de encuentro con Hugo, el sol comienza a bajar, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Apenas llego y lo veo, con esa sonrisa despreocupada y un aire relajado, me doy cuenta de lo fácil que es estar cerca de él. Siempre tan espontáneo, con una energía que parece contagiarse.

     —¡Ey, Vicky! —me saluda, levantando la mano con entusiasmo—. ¿Estás lista para la mejor feria de tu vida?

Le devuelvo la sonrisa, sintiendo que esa ligereza me envuelve, al menos por un momento.

     —Más te vale que lo sea —bromeo, acercándome.

La feria está llena de vida: luces brillantes que titilan por todas partes, el murmullo constante de risas, gritos emocionados desde las atracciones y el inconfundible aroma de palomitas, algodón de azúcar y churros. Caminamos entre los puestos, sin prisa, charlando sobre lo más trivial y disfrutando de la atmósfera relajada.

     —¿Tienes sed? —pregunta Hugo, deteniéndose frente a un carrito de bebidas. Me señala uno de los carteles coloridos—. Tienes que probar esto, es como una limonada de sandía. Es lo mejor que encontrarás aquí.

Acepto, y mientras Hugo pide las bebidas, mis ojos se pasean por la feria. El ambiente tiene algo mágico, la manera en que las luces iluminan el anochecer y las risas parecen quedar suspendidas en el aire.

     —Toma, que te va a encantar —dice, entregándome el vaso frío.

Le doy un sorbo, y la mezcla de sabores dulces y refrescantes me sorprende.

     —Tienes razón, está buenísima.

Seguimos caminando, sorbiendo nuestras bebidas, mientras pasamos por puestos de juegos y atracciones. Hugo me cuenta anécdotas graciosas de su infancia, sus ojos brillando con entusiasmo. Me resulta fácil reírme con él; su compañía es ligera, sin complicaciones. Es agradable no tener que preocuparme por nada, al menos por un rato.

Nos detenemos frente a una de las atracciones más icónicas: la noria. Es enorme, con luces que parpadean y gente que grita emocionada desde lo alto. Hugo me mira con una ceja levantada.

     —¿Te atreves? —pregunta, señalándola.

Siento una mezcla de emoción y nervios. Subirme a algo así no estaba en mis planes, pero la idea no me desagrada. Asiento con una sonrisa traviesa.

     —Solo si no me haces arrepentirme.

     —Prometido —responde con una sonrisa divertida.

Nos subimos a la cabina de la noria, y conforme ascendemos lentamente, el panorama de la feria se despliega ante nosotros. Desde lo alto, las luces parecen más pequeñas, pero el bullicio sigue presente. Me relajo, disfrutando de la vista, mientras el aire fresco acaricia mi rostro.

     —Esto es impresionante —comento, mirando hacia el horizonte.

Hugo asiente, aunque su atención está más centrada en mí que en las vistas.

     —Sí, lo es. Aunque creo que lo que más me impresiona es cómo me he encontrado con alguien que no conocía y con quien estoy pasándolo genial.

La sinceridad en su voz me toma por sorpresa, pero antes de poder procesarlo, la rueda comienza a moverse de nuevo, y en poco tiempo estamos de vuelta en tierra firme.

     —¿Qué tal? ¿Te arrepientes? —pregunta mientras salimos de la atracción.

     —Para nada —respondo, riendo.

Después de un rato, terminamos sentados en un banco, con churros en la mano y más risas compartidas. Me siento bien, relajada, como si todo lo demás no importara.

Sin embargo, justo cuando parece que la noche no podría ir mejor, mis ojos se detienen en algo más adelante. Entre la multitud, reconozco a Jace, y mi corazón se detiene un segundo al verlo... besándose apasionadamente con Nora. Es como si todo el ruido de la feria desapareciera de golpe, dejando solo un vacío incómodo en mi pecho.

Intento no reaccionar, pero siento una punzada en el estómago. Me obligo a apartar la mirada, tragándome el malestar que me invade. Sin embargo, cuando me giro para distraerme con Hugo, noto un movimiento en la dirección de Jace. Miro de reojo y... ahí está él, con sus manos aún en la cintura de Nora, pero con la mirada fija en mí. Me observa, congelado por un segundo, como si se hubiera dado cuenta de mi presencia de repente. Nuestros ojos se encuentran, y el momento se siente eterno.

Mi pecho se aprieta. Quiero apartar la vista, pero no puedo. Hay algo en esa mirada que me descoloca. Jace parece tan sorprendido como yo de encontrarme ahí, como si algo de su mundo se hubiera desmoronado por un instante.

Hugo, que no parece haberse percatado de lo que está pasando, me habla sobre otro juego cercano, señalando emocionado. Intento prestarle atención, esforzándome por sonreír y seguir la charla, pero todo se siente borroso.

     —¿Todo bien? —pregunta finalmente, notando el cambio en mi expresión.

Asiento rápidamente, obligándome a esbozar una sonrisa.

     —Sí, claro... solo me distraje por un momento.

Me esfuerzo por mantener la conversación ligera y seguir disfrutando de la feria, pero algo dentro de mí ha cambiado. Las risas y la diversión que sentía hace unos minutos se ven ensombrecidas por una sensación de celos y confusión que intento ignorar. No quiero que Hugo se dé cuenta, así que me lo guardo para mí misma, aunque no puedo dejar de pensar en lo que acaba de pasar. Jace sigue en mi mente, como una sombra que se niega a desaparecer.

Gracias al baloncestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora