La gran sala del castillo resonaba con el eco de las pisadas de Kevin, Alina, Nolan y Helen. El techo se alzaba alto sobre sus cabezas, decorado con intrincados grabados dorados que parecían brillar a la luz de las lámparas de cristal. Las paredes estaban adornadas con tapices antiguos, y las alfombras bajo sus pies eran tan suaves que casi se sentían como caminar sobre nubes.
Nolan miró a su alrededor, sin poder ocultar su asombro. —No me puedo creer lo que está pasando... ¿Un castillo? ¿Un rey? ¿Esto es real?
Kevin, visiblemente incómodo, caminaba al frente del grupo. —¿Cómo es posible que piensen que soy su rey? Yo... no sé nada de gobernar, ni siquiera sé quién soy realmente. —Sus palabras eran un murmullo, como si quisiera evitar que alguien más las escuchara.
Helen, en cambio, parecía estar disfrutando cada detalle del lugar. Su mirada recorría los lujosos candelabros, los espejos enmarcados en oro y las mesas talladas con esmero. —No sé ustedes, pero yo podría acostumbrarme a esto. Si volvemos al refugio, será para seguir comiendo pan duro y dormir en el suelo. Esto... esto es vida. —Sonrió, aunque en su mirada había un destello de preocupación, como si ya temiera la idea de regresar a su antigua realidad.
Alina no dijo nada, pero sus ojos permanecían fijos en Kevin, observando cada una de sus reacciones. Era evidente que él no se sentía cómodo con la situación, pero ella no podía evitar pensar en el peso que ahora recaía sobre él.
De repente, las puertas de la sala se abrieron con un estruendo elegante. El noble que habían visto antes entró, acompañado por dos guardias que se quedaron en la entrada. El hombre hizo una leve reverencia, con una sonrisa enigmática en su rostro.
—Mis disculpas por no presentarme antes. —Se enderezó, ajustando su manto—. Mi nombre es Altair Thalorien, Alto Señor de Eryndor y Guardián de las Crónicas del Fénix.
Nolan cruzó los brazos, observándolo con desconfianza. —¿Guardián de qué?
Altair no se inmutó por el tono de Nolan. —De la verdad, joven. Y estoy aquí para ayudarles a comprender quién es realmente vuestro compañero.
—Pues, si tiene algo que decir, mejor que lo haga ya —añadió Helen, alzando una ceja—. Algunos de nosotros todavía estamos intentando entender qué está pasando.
Altair hizo un gesto con la mano, indicándoles que lo siguieran. —Acompáñenme, por favor. Lo que necesitan saber no puede explicarse con palabras solamente.
El grupo lo siguió a través de un largo corredor iluminado por antorchas mágicas que crepitaban suavemente. Finalmente, llegaron a una sala aún más imponente que la anterior. Las paredes estaban cubiertas por dibujos y frescos gigantes que parecían cobrar vida bajo la luz tenue. Cada imagen contaba una historia: un dragón surcando los cielos, una ciudad en ruinas siendo reconstruida, y una figura con ojos brillantes rodeada de llamas.
—Esto... es impresionante —susurró Alina, mientras sus ojos recorrían cada detalle.
Altair se detuvo en el centro de la sala y extendió una mano hacia los frescos. —Esta es la Profecía del Dragón de Fuego. Un legado que ha sido transmitido de generación en generación durante más de tres siglos.
Kevin se adelantó, mirando las imágenes con una mezcla de confusión y fascinación.
Altair señaló la imagen de un dragón rojo surgiendo de un mar de fuego. —Hace trescientos años, los sabios del reino predijeron que el mundo caería en un caos irreparable. Humanos y mutantes, enfrentados por el miedo y el odio, destruirían todo lo que amaban. Pero también profetizaron la llegada de un salvador.
Kevin, lo miró con escepticismo. —¿Un salvador?
Altair asintió. —Un joven mutante con la sangre de los dragones, descendiente de un linaje real ancestral. Su poder sería incomparable, y su misión sería unir el mundo dividido y traer la paz. Este joven sería el rey legítimo de todos los reinos.
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EL DRAGÓN DE FUEGO
FantasyLa tragedia de aquella noche marcó el fin del mundo unido. Los humanos, temerosos de los poderes de los mutantes, comenzaron a perseguirlos y expulsarlos de sus tierras. Los mutantes, debilitados y desorganizados tras la muerte del rey Drakov, huyer...