Capítulo 24| Dante

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El sudor cae por mi rostro mientras los puños impactan contra el saco. Cada golpe es como si quisiera borrar todo lo que me quema por dentro. Pero no hay nada que me haga olvidar a Alma. Ni siquiera el dolor físico del boxeo, que debería ser suficiente para distraerme. Sin embargo, en cada golpe, siento que algo se rompe más adentro.

Mi mente no para de recorrer los momentos con ella. La manera en que me mira, el calor de su cuerpo cerca del mío. Esos malditos ojos que, aunque me odien ahora, siguen siendo lo único que me importa. Los golpes resuenan en el gimnasio vacío, las luces intensas reflejan sombras largas. Todo se siente tan... solitario.

La puerta del gimnasio se abre y escucho pasos acercándose. No tengo que voltear para saber quién es. La energía en la habitación cambia. Alma.

—¿Sigues con esto? —me pregunta, con la voz temblorosa, pero cargada de una mezcla de incredulidad y preocupación.

Me detengo por un segundo, respirando pesadamente. Miro el saco de boxeo, como si de alguna manera fuera responsable de mi falta de control.

—Esto me ayuda a no perder la cabeza —respondo, con un tono áspero, aunque no lo quiero. Sabía que no debería haberle dejado entrar, pero es tarde para arrepentirse.

Ella cruza los brazos sobre el pecho, sus ojos analizando cada uno de mis movimientos, pero no con la furia que solía tener. Es algo más... una curiosidad triste, como si quisiera encontrar un motivo para perdonarme, o simplemente, para comprenderme.

—¿Estás bien? —me pregunta, pero sé que no lo cree. No lo sé ni yo mismo.

—No. Pero lo estaré —respondo sin pensar, sacudiendo la cabeza mientras me paso la mano por la cara, tratando de calmarme.

Me acerco a ella, incapaz de quedarme donde estoy mucho más tiempo. Mis emociones están al borde, y ver su rostro de cerca no ayuda en lo más mínimo.

—Lo siento... por todo —murmuro. No sé si esas palabras son suficientes, pero son las que puedo ofrecer ahora. He cometido muchos errores, pero estoy dispuesto a luchar por lo que sea necesario.

Alma no dice nada. Solo me mira con esos ojos que todavía me duelen. Y es esa mirada la que me hace pensar que todavía podría haber algo entre nosotros, aunque no sea más que una chispa débil.

—Eres un idiota —dice, con una sonrisa amarga. Pero no es una sonrisa de desprecio, es... más bien de aceptación. Como si, aunque me odie, entendiera lo que estoy pasando.

En un impulso, me acerco más. Mi respiración se acelera, pero esta vez no es por la pelea interna que llevo dentro, sino por la necesidad que siento de acercarme a ella. Un roce de piel, un toque, y el mundo parece volverse más claro. Pero justo cuando mis manos rozan su cintura, escuchamos un sonido.

De repente, el sonido metálico de un golpe fuerte en el gimnasio nos interrumpe. Alguien más ha entrado.

Una voz masculina resuena desde la puerta. —¿Todo bien por aquí?

Me giro, mi instinto de protector inmediatamente aparece, mi mente se pone alerta, y mi cuerpo se tensa. Un hombre alto, vestido con ropa deportiva, nos observa con curiosidad. No lo reconozco.

Alma también se da cuenta de la presencia del desconocido. Ella se aparta de mí rápidamente, dándome un último vistazo antes de caminar hacia él.

—Estamos bien —responde con calma, pero sé que la tensión entre nosotros no ha desaparecido.

El tipo mira entre los dos, como si tratara de leer la situación, pero lo único que veo en sus ojos es una sonrisa arrogante. Como si él fuera el que tuviera algo más que yo en este momento.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora