ALEX WALTER- el acantilado I

47 3 3
                                    


"Dicen que todos tenemos un lugar al que acudimos cuando el mundo se vuelve insoportable; el mío está entre las páginas de los libros, perdiéndome en sus miles de historias, buenas o malas pero de igual manera un escape."
—Lia Santana

Sabía perfectamente dónde estaba el acantilado. A decir verdad, desde que Ryan me enseñó este lugar, también se había convertido en mi escape ocasional. Era mi sitio para liberarme del peso de todo: ser capitán, mantener el nivel, demostrar que soy alguien más allá de los apellidos de mi padre. Aquí, por fin, podía respirar.

No sé qué tiene este sitio, pero siempre logra atraparte. Quizá sea el silencio, esa calma que te obliga a recolocar las ideas, o las vistas que hacen que todo parezca insignificante, más manejable. Desde aquí, el mundo entero se siente pequeño. Y a veces, eso es exactamente lo que necesitas.

El "mirador", como lo llamamos Ryan y yo, no es más que un claro en el bosque en la cima del acantilado. Solíamos venir con nuestras motos, tomarnos un par de cervezas y rajar de la vida. Si Emily no lo conoce, está a punto de hacerlo.

Aparco el coche frente a la ciudad para tener las mejores vistas posibles. Aunque, a decir verdad, con ella sentada a mi lado, ya tengo suficientes vistas increíbles. Apago el motor, respiro hondo y trato de mentalizarme. No tengo claro a dónde llevará esta conversación, solo sé que me va a costar horrores no perder el control, no tomarla de la nuca y besar esos labios de nuevo.

—Bueno, ya hemos llegado —digo, girándome hacia ella. Está mirando por la ventana, inmóvil, como si el paisaje tuviera un poder hipnótico sobre ella.

—Sí... ya lo he visto. Esto ha cambiado mucho.

—No sé cómo sería hace diez años, pero la primera vez que Ryan me trajo ya estaba igual.

Asiente con la cabeza, aunque parece distraída, buscando algo en el horizonte.

—¿Qué hora es? —pregunta de repente.

Miro mi móvil.

—Las 18:30. ¿Por qué?

—Vamos.

—¿Vamos? —pregunto, confundido.

—Sí, Walter, mueve tu culo antes de que sea tarde.

No tengo tiempo de procesar lo que dice porque ya está fuera del coche. Me apresuro a seguirla.

—Oye, para empezar, ni me llames Walter, no me gusta cómo suena en tu lengua viperina. Y segundo, ¿a dónde se supone que vamos?

—Deja de hacer preguntas estúpidas y sígueme, W-A-L-T-E-R.

Ruedo los ojos. Esta chica... a veces no hay quien la entienda.

Sin más remedio, opto por seguirla. Se dirige hacia un camino de tierra empinado, oculto entre los árboles. Nunca me había fijado en él antes, pero ella parece conocerlo de memoria, como si lo hubiera recorrido mil veces.

Estoy tan concentrado observándola—cómo se mueve con esa seguridad, cómo su cabello ondea con el viento—que no me doy cuenta de que se detiene de golpe. Me choco con ella.

—¡Joder, Walter! Eres una maldita pared. Ten más cuidado.

—Perdón... me despisté —intento disculparme, aunque ella ya no está escuchando.

Da unos pasos más, y entonces me quedo congelado. No había estado nunca en esta parte del acantilado. El lugar es impresionante. Ya no vemos la ciudad: desde aquí, el océano se abre ante nosotros, y justo ahora, el sol se está poniendo.

Es... joder. Es perfecto.

El cielo arde en tonos naranjas y rosados, reflejándose en el agua como un espejo infinito. Pero lo que realmente me deja sin aliento no es el paisaje. Es ella.

El viento despeina su cabello, pero no parece importarle. Tiene una expresión serena, casi en paz, como si pudiera respirar por primera vez.

—Bienvenido a mi lugar seguro —dice finalmente, girándose hacia mí.

Su sonrisa... Juro que se me clava en el alma.

Y de repente lo entiendo. Entiendo por qué este lugar es importante para ella, por qué me trajo aquí.

Y lo peor, o lo mejor... es que sé que, a partir de ahora, será importante para mí también.

Aquí tienes una versión mejorada:

—¿Tu lugar seguro? —pregunto, aunque sé que es una pregunta absurda.

—A diferencia de ti y de mi hermano, que seguro venís a beberos un par de cervezas en el "mirador".

—¿Cómo sabes eso? —arqueo una ceja, sorprendido.

—Antes de que tú lo conocieras, este era mi lugar con Ryan. Ese era su sitio... y este era el mío. Es el mío. —Cierra los ojos y respira hondo, como si algo en su mente la golpeara con fuerza, como si las palabras le pesaran demasiado.

—¿Entonces por qué me has traído aquí?

No responde de inmediato. Se encoge de hombros y sigue mirando al horizonte, hacia el sol que aún se está poniendo.

—Em... —digo su nombre con suavidad, tratando de captar su atención.

Veo cómo se estremece ligeramente al oírme llamarla así. Es extraño, casi todos parecen usar ese apodo o "Milly", y aún no entiendo la diferencia entre uno y otro. Pero ahora no es momento para divagar sobre eso.

—Porque creo... creo que este es el sitio adecuado para hablar —responde finalmente.

—Está bien. —Mi voz baja un tono, suave, casi para tranquilizarla—. Hablemos de lo que quieras.

Me acerco a ella, despacio, buscando su calor como si fuera un reflejo inevitable. La veo tensarse un momento al notar mi proximidad, pero no se aparta. Asiente ligeramente, como dándome permiso.

—Sentémonos.

Esta vez soy yo el que simplemente asiente, incapaz de decir nada más. Estoy perdido en los pequeños detalles que antes no había notado: las pecas que salpican su nariz y mejillas, que se oscurecen ligeramente con el sol. Son hermosas, como pequeñas constelaciones que quisiera memorizar.

Nos sentamos sobre la hierba, con el océano extendiéndose ante nosotros. Ella se cruza de piernas y se toma un momento antes de hablar. Yo apoyé mi espalda en un árbol que estaba cerca y solo esperé, a que ella esté preparada para hablar.

Chispas en el hielo - serie corazones en el hielo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora