Imbécil

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Julia :

Esa mañana, cuando abrí los ojos, me invadió una sensación de vacío que ya me era familiar. Por unos segundos, me sentí completamente perdida, como si flotara en un limbo entre lo que era antes y ahora.

Esa sensación se repetía cada día, una grieta en mi realidad que, por un instante, lo desmoronaba todo. Luego, lentamente, el mundo comenzaba a tomar forma nuevamente, aunque cada vez lo hacía de un modo distinto, como un rompecabezas con piezas que nunca encajan del todo.

La luz del sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas, tiñendo la habitación de un dorado cálido. Sin embargo, esa luz no lograba disipar del todo la pesadez que sentía en mi pecho. Cerré los ojos por un momento, intentando ordenar los pensamientos dispersos que corrían como agua entre mis dedos.

Me obligué a concentrarme, a recordar y a aceptar, una vez más, esa sombra llamada amnesia que me seguía a donde fuera.

Mis ojos recorrieron cada rincón de la habitación. Las paredes blancas con mariposas pintadas, fotografías y cuadros, el armario de madera clara con sus puertas entreabiertas, el espejo apoyado contra la pared...

Todo me resultaba extrañamente familiar, pero ajeno al mismo tiempo. Como si estuviera viendo la vida de otra persona. Después de un rato, murmuré:

—Cierto, esta es mi habitación... esta es mi casa —

El sonido de mi propia voz me reconfortó, devolviéndome un poco de control. Estiré los brazos, desperezándome con cierta pesadez, y finalmente me obligué a comenzar el día.

El simple acto de buscar mi ropa en los cajones y el armario me resultó toda una tarea. Revisaba las prendas como quien examina pistas en una escena del crimen, buscando algo que me hablara de la persona que alguna vez fui. Un vestido floreado aquí, una chaqueta negra allá...

Nada me parecía lo suficientemente "mío". Finalmente, elegí algo cómodo y seguí mi rutina, aunque con cada paso me sentía más como una extraña habitando mi propia vida.

El baño, al menos, parecía más fácil de interpretar. La ducha caliente fue un pequeño alivio, permitiendo que el vapor llenara el espacio mientras el agua caía sobre mi piel. Cerré los ojos, dejando que el calor relajara mis músculos tensos, pero mi mente seguía atrapada en un torbellino de preguntas sin respuesta.

¿Quién era realmente? ¿Cómo se suponía que debía retomar una vida que no recordaba? Los fragmentos que otros me habían contado eran como páginas sueltas de un libro que yo nunca había leído.

Ya vestida y con el cabello aún húmedo, miré el reloj: faltaban quince minutos para las siete de la mañana. A pesar de lo temprano, decidí bajar a preparar el desayuno. Quizás ocuparme de algo tan simple como cocinar me ayudaría a encontrar algo de calma.

Mientras bajaba las escaleras, un recuerdo de la noche anterior se abrió paso en mi mente: Jason, nuestra conversación en aquel parque.

Por primera vez, desde que desperté en este estado, algo había tenido sentido. El parque, con su aire fresco y el sonido de las hojas mecidas por el viento, había sido un refugio. Y Jason... Jason había sido mi ancla.

Pero mis planes cambiaron al llegar a la cocina. Allí estaba Naomi, moviéndose con destreza entre los fogones y los estantes. El aroma a café recién hecho y pan tostado llenaba el aire, y por un momento me detuve en la entrada, observándola.

Su presencia irradiaba una calidez que me envolvió por completo. Cuando finalmente me vio, dejó lo que estaba haciendo y se acercó para abrazarme.

—Buenos días, cariño —dijo con una sonrisa que parecía capaz de iluminar cualquier día gris.

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