Dorian.
El sonido de los informes de Antonio se desvaneció en el aire, pero sus palabras seguían retumbando en mi cabeza. Las pérdidas eran graves. No solo habíamos perdido hombres, sino también armamento, mercancías valiosas que Giovanni había logrado arrebatarnos en un solo movimiento, todo en el maldito ataque. El impacto era evidente, y aunque mi rostro se mantenía impasible, mi mente estaba trabajando a mil por hora.-Tendremos que redirigir recursos desde la zona sur para recuperar el terreno. Asegúrate de que nuestros contactos en Nápoles no sepan nada de esto. No quiero que De'Mare tenga la más mínima pista de nuestras movidas. -La orden salió de mi boca sin pensar demasiado, mi voz dura, calculadora. Antonio asintió rápidamente, tomando nota mientras se preparaba para repartir las nuevas instrucciones.
El peso de la responsabilidad me aplastaba, pero algo más pesado aún se cernía sobre mí. Athena. Su imprudente actuación, su supuesta entrega a Giovanni. Me mataba pensar en ello. Sabía que estaba actuando según lo planeado. Sabía que ella estaba tomando riesgos calculados, infiltrándose en lo más profundo de De'Mare para destruir a Giovanni desde dentro. Era brillante, sí. Pero no podía dejar de sentir esa punzada en el estómago cada vez que la imaginaba sonriendo con él, acercándose a él como su prometida. ¿Y si todo eso no era solo un plan? ¿Y si, en el proceso, Giovanni realmente la estaba ganando?
Me levanté abruptamente de mi silla, la furia recorriéndome en oleadas. Sin pensarlo, lancé la copa de cristal contra la pared. El sonido de su impacto me arrancó un suspiro, pero no me detuve. Mi despacho estaba oscuro, iluminado solo por las luces tenues que se filtraban a través de las cortinas. Bebí el resto de la botella de licor que tenía en la mesa, quemando mi garganta. ¿Qué carajo estaba haciendo?
Estaba perdiendo el control, y no me gustaba nada de eso.
La puerta se abrió sin que me diera cuenta, interrumpiendo mis pensamientos. No me molesté en mirar, ya sabía quién era.
-Dorian, ¿estás bien? -Neva. Su voz estaba cargada de una mezcla de preocupación y ese tono incisivo que usaba cuando quería hacerme entrar en razón. Me giré lentamente hacia ella, casi esperando que se acercara.
-¿Te parece que estoy bien, Neva? -respondí con un gruñido. ¿Cómo iba a estar bien? Mi amada estaba jugando con fuego, y yo estaba atrapado entre la ira y los celos. ¿Cómo iba a estar bien?
Neva dio un paso hacia mí, sus ojos brillando con algo cercano a la empatía. Pero no necesitaba consuelo, no ahora.
-Tienes que tranquilizarte. Athena está haciendo lo que tiene que hacer. -Neva no era tonta. Lo sabía. Sabía que lo que Athena estaba haciendo era arriesgado, y que probablemente a mí me estaba matando, pero no me lo iba a decir de manera directa.
Me senté en mi escritorio con la espalda recta, mirando la copa rota en la pared, el calor de la frustración trepando por mi cuerpo. Quería golpear algo más, pero no lo hice.
La puerta volvió a abrirse, y esta vez era Roderick. El jodido Roderick, mi jefe de seguridad, que parecía tener una forma de aparecer en los momentos más inoportunos. Se acercó a mí con ese aire de "no te hagas el tonto" que siempre llevaba consigo.
-Dorian, las cosas están bastante movidas. Pero... ¿quieres hablar sobre lo que está pasando? -su voz era suave, calculadora, como si intentara ver más allá de mi fachada de frío control. Sabía que había algo más.
-No hay nada que hablar, Roderick -gruñí, sin ganas de ser el centro de una intervención. No lo necesitaba. No estaba dispuesto a admitir que la ira que sentía hacia Giovanni por acercarse a Athena solo me estaba consumiendo. O que los celos me estaban volviendo loco. Y mucho menos, admitir que me sentía impotente al no poder protegerla como debería.
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El rubí del Emperador [+18]
Romance-¡Lang lebe der Kaiser! -exclaman al unísono una vez abajo. Athena Harrison había vivido cuatro años terribles trabajando en el club nocturno Heaven's; había perdido toda esperanza de vivir otra vez, hasta que, en una noche inesperada, su destino ca...