Capítulo 47

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Dorian.
El amanecer rompía lentamente el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja suave y dorado, los hombres de mi equipo regresaban a la mansión, agotados, cubiertos de polvo y sangre, pero con la satisfacción de una victoria que no se lograba sin sacrificios. La misión había sido cumplida, Giovanni estaba fuera de juego, y ahora había tiempo para descansar, para recalcular, para seguir con nuestros planes. Pero, mientras todos se retiraban al interior de la mansión, mi mirada no podía despegarse de Athena.

Ella estaba parada cerca de la entrada, observando el sol que comenzaba a elevarse, con su figura al borde de la puerta, como si el día también estuviera observándola. Se veía diferente. Más serena, aunque no menos decidida, aún esa sombra de tensión seguía dibujada en sus ojos. Había algo en ella que me desarmaba, algo que desbordaba una mezcla de dolor y fuerza, aunque todo estaba perdido a su alrededor, ella seguía siendo el centro de mi universo.

Me quedé allí, observándola por un momento, como si el simple hecho de mirarla pudiera aclarar las miles de dudas que aún rondaban mi mente. Justo cuando creí que iba a hablar, que podría intentar romper el silencio entre nosotros con alguna palabra que aliviara la tensión, una voz suave, pero autoritaria, me hizo volver al mundo real.

-Dorian...¿Estás ahí, hijo mío? -La voz de Ana, quien siempre había sido como una madre para mí, resonó en la entrada.

La vi acercarse, su andar pausado y su sonrisa cálida. No tenía el mismo vigor de antes, pero su presencia siempre había tenido un poder reconfortante. Aunque pasaban los años, Ana era la misma mujer que había cuidado de mí desde que era un niño, y ahora, en este caos de guerra, de intriga y de traiciones, su sola presencia me hacía sentir como si la paz pudiera volver a mi vida, aunque fuera por un instante.

Athena se giró, un suspiro de alivio escapando de sus labios. No era solo por ver a Ana, sino porque ella también la conocía bien. El lazo entre ambas era algo más profundo que lo que cualquier otra persona podría entender, algo que no se podía destruir ni con los peores recuerdos.

Ana, al ver a Athena, caminó hacia ella con la misma ternura con la que siempre me había recibido. La tomó de las manos, las apretó con cuidado y sonrió, como si finalmente tuviera la oportunidad de abrazar de nuevo a una hija que se le había ido por mucho tiempo.

-Ah, Athena... -Sus ojos brillaban con una dulzura inmensa, como si la vida de repente hubiera vuelto a hacer sentido. -Estás bien, querida. Qué alivio ver que estás aquí, con nosotros.

Athena, no tardó en corresponder a su gesto. La miró con ternura, no necesitaba palabras, no había necesidad de explicaciones. Lo que había entre ellas era un lazo de confianza y amor puro, un refugio en medio de la tormenta. Athena se agachó un poco, buscando que Ana la abrazara, y la anciana, con la fragilidad de su cuerpo pero la firmeza de un amor inquebrantable, la envolvió entre sus brazos. Fue un momento que, aunque breve, estuvo cargado de toda la suavidad que la vida de guerra y violencia había arrebatado de nosotros.

La paz se encuentra en los momentos más simples, pensé, observando el reencuentro entre ambas.

Ana giró hacia mí, su rostro mostraba el cansancio propio de los años, sus ojos, como siempre, estaban llenos de esa sabiduría maternal que siempre me había guiado.

-Dorian, hijo... -Dijo con suavidad, pero una firmeza que me hacía sentir, una vez más, como el niño que había sido bajo su cuidado. -Parece que por fin ya todo está por terminar, ¿no?

Me quedé en silencio por un momento. Mis pensamientos seguían agitados, todo lo que había sucedido esa madrugada, los ataques, la pelea, la situación con Giovanni, todo parecía ir a la deriva. Sin embargo, al verla a ella, con ese rostro lleno de calma y sabiduría, algo dentro de mí, algo profundo, me hizo darme cuenta de lo importante que era tener a esas personas cerca.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora