Capítulo 26|Dante

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Había pasado un tiempo desde la carrera de coches, desde que Alma corrió hacia mí, desde ese beso que me dio esperanza. Estábamos intentando darnos otra oportunidad, pero las cosas no eran como antes. Ella aún necesitaba espacio, y aunque no vivíamos juntos, pasábamos momentos que me hacían creer que quizá, solo quizá, podíamos recuperar lo que habíamos perdido.

Pero todo se desmoronó esa noche.

Estaba en una reunión con algunos socios importantes cuando uno de mis hombres, Marco, entró en la sala con una expresión sombría. Me disculpé de inmediato y salí al pasillo con él.

—Habla.

—Tenemos un problema, jefe. Alma está en la discoteca "Euphoria" con Ethan.

El nombre hizo que mi sangre hirviera.
—¿Por qué? Ella me dijo que solo eran amigos.

—Parece que Ethan no piensa lo mismo. —Marco vaciló un momento antes de continuar—. Acabamos de recibir un aviso de que Ethan le echó algo en su bebida. Está desorientada, sudando, y él ya ha tomado su bolso y su móvil. Está intentando salir del lugar con ella.

Mi corazón se detuvo por un segundo, seguido por una ola de ira que me nubló la vista.
—¿Dónde están mis hombres?

—Uno está dentro vigilando a Ethan. No podemos intervenir sin una orden suya.

Apreté los dientes, furioso.

—Prepárame el coche. Ahora.

El trayecto fue un torbellino de pensamientos y emociones. Alma me había dicho que confiara en ella, que no había nada entre ella y Ethan, y yo quise creerle. Pero ahora estaba claro que ese imbécil tenía otros planes.

Cuando llegamos a "Euphoria", la música retumbaba como un latido frenético. Bajé del coche y entré, ignorando las miradas curiosas. La encontré rápido, gracias a Marco. Estaba en un rincón, apoyada contra la pared, su mirada perdida y su cuerpo tembloroso. Ethan estaba a su lado, hablando con alguien por teléfono mientras sujetaba su bolso.

—Ethan. —Mi voz salió como un gruñido bajo.

Ethan giró la cabeza, y por un momento, la sorpresa lo paralizó. Luego intentó recomponerse con su típica sonrisa falsa.
—Dante, esto no es lo que parece.

Lo siguiente que sintió fue mi puño estrellándose contra su mandíbula. Cayó al suelo con un quejido, y la gente a nuestro alrededor comenzó a gritar. Lo levanté del cuello de su camisa, furioso.
—¿Qué le diste? ¡Habla!

—Solo quería... —balbuceó, pero lo golpeé de nuevo antes de que pudiera terminar la frase.

—¡Habla! —grité, sujetándolo contra la pared.
—Un sedante, nada más. —Escupió sangre mientras hablaba.

Lo solté con un empujón y me giré hacia Alma. Estaba tambaleándose, su cuerpo sudado y tembloroso. La sujeté antes de que cayera.
—Tranquila, princesa. Estoy aquí.

Ella murmuró algo ininteligible, sus manos aferrándose débilmente a mi camisa.

La llevé en brazos hasta el coche, ignorando los murmullos y las miradas de los curiosos. Marco se encargó de Ethan, asegurándose de que no escapara.

—Llévenlo al almacén. Quiero respuestas.

Subí al coche con Alma aún en mis brazos. Su respiración era pesada, y sus ojos apenas se mantenían abiertos.
—Dante... —susurró, su voz débil.
—Estoy aquí, Alma. No te preocupes. Estás a salvo.

Ella intentó sonreír, pero el esfuerzo parecía demasiado. Me incliné y presioné un beso en su frente, prometiéndome que nadie volvería a ponerle un dedo encima sin pagar el precio.

Más tarde, en mi penthouse.

La acosté en mi cama, asegurándome de que estuviera cómoda. Llamé a un médico de confianza para que la revisara, y mientras esperaba, me quedé sentado a su lado, observándola.

No podía quitarme la imagen de Ethan de la cabeza. Él y Diana habían jugado con fuego, y ahora iban a arder en él.

Cuando Alma despertara, tendría que explicarle todo. Pero primero, me aseguraría de que Ethan pagara por lo que había hecho. Y esta vez, no habría misecordia.

Ethan estaba acabado. Tras el "interrogatorio" en el almacén, me aseguré de que no tuviera más oportunidades de cruzarse en nuestras vidas. Ordené a mis hombres que lo subieran a un avión privado con destino a un país del que no podría regresar fácilmente.

Antes de que lo llevaran fuera de mi vista, me acerqué y le hablé con una calma que ocultaba mi furia.
—Si vuelvo a verte, Harrington... no dudaré. Esta fue tu única advertencia. La próxima, acabarás enterrado.

El miedo en sus ojos me satisfizo. No tendría el valor de regresar, lo sabía. Pero por si acaso, tenía hombres vigilando sus movimientos.

De vuelta al penthouse

Cuando volví al penthouse, Alma seguía en la cama, respirando con más calma. El médico había llegado mientras yo estaba fuera y estaba terminando de revisarla. Me acerqué de inmediato, buscando respuestas.

—¿Cómo está? —pregunté con un tono apremiante.
—Ella está bien, Dante. El sedante que le dieron ya está saliendo de su sistema. Necesitará descansar, pero físicamente no hay secuelas graves.

Suspiré con alivio, sintiendo cómo el peso del mundo se aligeraba, aunque no desaparecía del todo. Miré al médico con seriedad.
—Gracias. Mantente disponible por si necesitamos algo más.

El médico asintió y salió, dejándonos solos.

Me senté al borde de la cama y la observé. Su rostro estaba relajado, pero aún podía ver el cansancio en sus rasgos. Acaricié suavemente su mejilla con la yema de mis dedos.
—Eres más fuerte de lo que piensas, princesa. —murmuré, más para mí que para ella.

La noche avanzó lentamente. Me quedé a su lado, sin moverme. Quería asegurarme de que, cuando despertara, lo primero que viera fuera yo.

Deslicé mis dedos por su cabello, peinando cada mechón con cuidado, como si ese simple gesto pudiera borrar todo lo que había pasado. Luego, mi mano recorrió su espalda, dibujando pequeños círculos mientras susurraba cosas que quizás ella no escuchara, pero necesitaba decir.

—Nunca más, Alma. Nunca más voy a dejar que alguien te haga daño.

Me incliné y besé su frente, dejando que mis labios se quedaran allí unos segundos. Era un beso lleno de promesas, de arrepentimientos y de amor.

La luna iluminaba la habitación, y el único sonido era su respiración tranquila. Me acosté a su lado, pero sin invadir su espacio. Solo quería estar cerca de ella. Mi mano volvió a su cabello, bajando por su cuello hasta su pecho, donde la tela de su camisa cubría su piel. No me atreví a ir más allá. No quería romper ese momento de calma.

—Eres mi vida, Alma. —susurré.

Por primera vez en semanas, sentí algo de paz. Aunque el caos nos rodeaba, aunque las heridas aún no cicatrizaban del todo, en ese instante, mientras la acariciaba y la cuidaba, todo parecía estar bien.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora