Hace cuatro años.
Athena.
El suelo de madera crujió bajo mi peso en tanto trataba de moverme. Cada músculo de mi cuerpo dolía, y algo dentro de mí, algo que no exactamente que, estaba quebrado. Me envolví en las cobijas que Monique me había dado anoche. Eran ásperas, como todo en este lugar. No podían protegerme del frío, del dolor, ni del miedo.No quería abrir los ojos. No quería enfrentar la realidad.
Pero lo hice.
La luz grisácea que entraba por la pequeña ventana no hacía que este lugar fuera menos oscuro. Miré alrededor: la cama de Monique estaba intacta, perfectamente tendida. Ella no estaba. ¿A dónde había ido? Ni siquiera sabía qué hora era.
¿Qué me hicieron?
El pensamiento me golpeó de repente, y mi garganta se cerró. Quería gritar, llorar, arrancarme la piel. Pero no podía hacer nada. El sonido de mi propia respiración entrecortada era lo único que llenaba la habitación. Sentía las lágrimas acumulándose otra vez, calientes y desesperadas, pero las dejé caer en silencio. Ya no tenía fuerzas para luchar contra ellas.
Esto no puede ser mi vida. Esto no puede ser real.
Me obligué a recordar por qué seguía respirando, por qué no me rendía del todo. Cerré los ojos y dejé que su imagen llenara mi mente. Mi novio. Su sonrisa, sus ojos cálidos, su voz diciéndome que todo estaría bien, incluso cuando el mundo parecía derrumbarse.
Lo hago por ti. Aguanto por ti.
Pero ¿por cuánto tiempo podría seguir haciéndolo? ¿Cuánto de mí quedaría después de esto?
Me abracé a mí misma, temblando, mientras mi mente volvía a lo de anoche. Las imágenes eran borrosas, confusas, pero el sentimiento estaba ahí, fresco como una herida abierta. Las manos que me sujetaron, los ojos que me miraron con algo peor que odio: con indiferencia. No había sido una persona para ellos. Solo una cosa.
Cerré los ojos con fuerza. No quería pensar en eso, pero los recuerdos seguían viniendo, implacables.
No soy fuerte. No soy valiente. No soy como las chicas que leí en los libros o las que salen en las películas. Quiero desaparecer. Quiero que todo esto termine.
Pero no terminaba. El mundo seguía girando, y yo seguía atrapada en él.
Miré la puerta, aquella maldita puerta con el número 404. Parecía tan común, pero era una prisión. No podía salir. Ni siquiera sabía a dónde ir si lo hiciera. Este lugar era un laberinto, y yo no era más que un ratón asustado.
¿Y si no salgo nunca? ¿Y si este es mi destino? ¿Podré soportarlo? ¿Quiero soportarlo?
El nudo en mi garganta volvió, más apretado que antes. Me recosté contra la pared, fría como el concreto de anoche. Cada detalle se grababa en mi mente: el humo del cigarro, las risas, el sabor amargo de esa pastilla que me forzaron a tragar. ¿Qué me hicieron? ¿Qué me hicieron?
Quería culpar a alguien. A Sacha, a Monique, a ese hombre cruel que había decidido mi destino con solo una mirada. Pero también quería culparme a mí misma. Había sido demasiado confiada. Demasiado ingenua.
No puedo pensar así. No puedo culparme. Esto no es culpa mía. ¿Verdad? ¿Verdad?
Mi mente seguía corriendo en círculos, buscando una salida que no existía. Estaba ahogándome, atrapada en un mar de pensamientos oscuros que no me dejaban respirar.
Unos pasos en el pasillo me hicieron sobresaltarme. Mi corazón empezó a latir con fuerza, como si quisiera salir de mi pecho. Me acurruqué contra la pared, deseando hacerme invisible. No otra vez. Por favor, no otra vez.
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El rubí del Emperador [+18]
Romance-¡Lang lebe der Kaiser! -exclaman al unísono una vez abajo. Athena Harrison había vivido cuatro años terribles trabajando en el club nocturno Heaven's; había perdido toda esperanza de vivir otra vez, hasta que, en una noche inesperada, su destino ca...