Capítulo 7

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Hace cuatro años.
Athena.
El hambre, la sed, la soledad, todo me golpea de golpe. Y lo peor de todo es que sé que no puedo escapar. No ahora. No sin pagar el precio.

El pensamiento me consume: ¿qué tipo de persona seré cuando esto termine? Si es que alguna vez termina. ¿Cuánto de mí misma voy a perder?

Con las manos sobre mi estómago, mi cuerpo encorvado por el frío, dejo que las lágrimas caigan sin poder detenerlas. No puedo evitarlo. La oscuridad me traga, me arrastra hacia un rincón donde ni siquiera sé quién soy.

Y así paso las horas, sin saber si han sido minutos o días.

El tiempo parece moverse de forma extraña en la oscuridad de esta habitación. Al principio, los minutos se arrastran, pesados, como si el reloj mismo estuviera lleno de plomo. No hay forma de saber cuánto ha pasado. Todo lo que siento es el dolor en mi estómago, la sequedad de mi garganta, y el frío que me perfora la piel.

El hambre y la sed son insoportables. Al principio, intenté ignorarlo, mantener mi mente ocupada con pensamientos que me distrajeran, pero pronto todo se reduce a una sola cosa: la necesidad de algo. Algo para calmar esta angustia. Algo para olvidar por un momento que estoy atrapada en este agujero sin salida.

Mi lengua está tan seca que siento que no puedo ni tragar. Mis labios, partidos por la falta de agua, duelen con cada movimiento. Pero lo peor no es la sed. Es el hambre. Mi cuerpo me grita por algo de comida, cualquier cosa. Pero aquí, en esta habitación vacía, no hay nada. Ni un trozo de pan, ni una gota de agua. Nada.

Las paredes parecen cerrarse a mi alrededor, y el aire se vuelve más denso, más irrespirable. Cada respiración me cuesta. Cada vez que intento moverme, me siento más débil. Mi cuerpo está agotado, y mi mente...mi mente está al borde de la locura. Hay momentos en los que me pregunto si me estoy volviendo loca. ¿Acaso esta es la forma en que todo va a terminar?

No hay un solo sonido en este lugar. No sé si ha pasado un día, o si han sido dos, tres, o más. No sé si el sol sigue brillando afuera o si el mundo sigue girando. Todo lo que sé es que aquí, en esta oscuridad, estoy sola.

De vez en cuando, escucho pasos en los pasillos, y mi corazón late más rápido, esperando que alguien entre, que alguien me mire, que alguien me dé aunque sea un poco de compasión. Pero no pasa nada. No hay nadie.

Las horas se desvanecen en esta angustia interminable, y la desesperación comienza a apoderarse de mí. Mi estómago no deja de gruñir, mi garganta está tan reseca que el dolor se convierte en un compañero constante. He dejado de pensar en escapar, en resistirme. Ahora, todo lo que quiero es sobrevivir.

No sé cuánto más podré soportarlo.

En un momento de debilidad, cuando ya no tengo fuerzas para mantenerme sentada, me desplomo sobre el suelo frío. Mis manos se aferran a mi estómago, y las lágrimas caen sin poder detenerlas. Me siento como un animal herido, atrapado y solo, esperando que alguien venga a ponerle fin a mi sufrimiento. Pero sé que nadie vendrá.

Este es mi castigo. Y el peor castigo de todos es el saber que no tengo control. No puedo hacer nada para cambiar esto. No puedo hacer nada para salvarme.

Mi mente comienza a apagarse, mi visión se nubla, y me dejo llevar por el vacío. No sé si el tiempo pasa rápido o lento, si me estoy desmoronando por completo, o si solo es mi mente buscando escapar de la realidad que me ha tocado vivir.

Y entonces, finalmente, la puerta se abre.

La luz que entra en la habitación parece cegadora, pero no me importa. Estoy tan agotada que apenas puedo levantar la cabeza. No sé si es un rescate o una condena más, pero ya no tengo fuerzas para resistirme.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora