Capitulo 11

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La mayoría en la mesa ya había terminado de comer. Algunos se levantaban para seguir con sus tareas, mientras otros conversaban en voz baja. Sin embargo, Isabel seguía sentada, apenas terminando su primer plato, mientras Carl ya devoraba su tercer cuenco de pudín con entusiasmo.

Carl la observó de reojo, notando que comía con lentitud, casi sin ganas. Frunció el ceño, dejando su cuchara dentro del cuenco por un momento.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó, su tono algo brusco pero curioso—. ¿Por qué comes tan poco?

Isabel levantó la mirada, sorprendida por la pregunta, pero rápidamente recuperó su expresión neutral.

—No es nada —respondió, encogiéndose de hombros—. Solo no tenía tanta hambre, supongo.

Carl no le creyó ni por un segundo. Su mirada se endureció mientras dejaba el cuenco a un lado, cruzando los brazos.

—¿En serio? Porque estuviste todo el día corriendo de un lado a otro y parece que ni siquiera te terminaste tu desayuno.

Ella se tensó un poco ante el comentario, pero se mantuvo firme.

—No todos tenemos el estómago infinito de un Grimes, Carl. Además, alguien tiene que asegurarse de que todo aquí funcione.

Él arqueó una ceja, claramente no satisfecho con la excusa.

—Eso no explica nada. Ni siquiera estabas en las reuniones importantes hoy. ¿Qué estabas haciendo?

Isabel lo miró, con un destello de desafío en sus ojos.

—Estaba ocupada, ¿de acuerdo? No todo el mundo tiene el lujo de sentarse a comer tres platos de pudín.

Carl apretó los labios, notando cómo evitaba darle una respuesta directa. Aunque su instinto le decía que algo no estaba bien, decidió no presionarla más, al menos por ahora.

—Bueno, si no quieres hablar, está bien. Pero deberías comer más. No vas a hacerle frente a Negan con ese estómago vacío.

Isabel dejó escapar una risa breve, aunque sin mucha emoción.

—Gracias por la preocupación, doctor Grimes. Lo tendré en cuenta.

Él resopló, volviendo a concentrarse en su pudín mientras ella continuaba con su plato, manteniendo ese extraño tira y afloja entre ellos que parecía no tener fin.

La tarde transcurría tranquila, al menos para los estándares de Vida. Carl estaba en uno de los patios laterales, enseñando a un pequeño grupo cómo manejar armas básicas. Su actitud seguía siendo seria, aunque cada tanto desviaba la mirada hacia Isabel, quien estaba más allá, charlando con Astrid. Parecían estar discutiendo algo importante, gesticulando con intensidad.

Por alguna razón, aquello lo mantenía inquieto, aunque no lo reconocería ni bajo tortura. "Seguro está tramando algo", pensó para sí mismo, volviendo a concentrarse en su grupo. Pero sus ojos, como si tuvieran voluntad propia, seguían desviándose hacia ella.

Finalmente, vio a Astrid alejarse, dejando a Isabel sola. Carl se sintió tentado. Quizás podría acercarse, preguntarle qué tanto planeaba o simplemente fastidiarla como de costumbre. Sin embargo, justo cuando dio el primer paso, su plan se interrumpió.

Un chico moreno, de cabello rizado y lacio, apareció en escena. Se dirigió hacia Isabel con una sonrisa que irradiaba confianza. Carl se detuvo en seco, observando cómo el recién llegado la saludaba con demasiada familiaridad.

—¡Isabel! Hace tiempo que no te veía —dijo el chico con un tono despreocupado, inclinándose hacia ella como si fueran viejos amigos.

—Piero... —respondió Isabel, un poco sorprendida, aunque su expresión pronto se suavizó en una sonrisa—. No esperaba verte por aquí.

Amor o Odio? 🥀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora