Capitulo 9

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Hace cuatro años.
Athena.
La noche avanzaba como cualquier otra. Los sonidos del club llenaban el aire: el murmullo bajo de conversaciones, la música atronadora, el tintinear de las copas y el crujir de los tacones sobre el piso. El ambiente se mantenía artificialmente animado, una fachada brillante que ocultaba lo que realmente sucedía detrás de esas paredes.

Yo estaba de pie frente al espejo del vestuario, mi reflejo distorsionado por las luces rojas que iluminaban el espacio. Me ajusté el corset, tratando de ignorar las mariposas en mi estómago. Monique estaba a mi lado, maquillándose, pero había algo en su expresión que no podía descifrar. Adrián, también en su puesto de trabajo, se movía con la misma calma inquietante que siempre había tenido. Todo era normal, hasta que el reloj marcó la hora que habíamos acordado.

Mi respiración se volvió más rápida, mis dedos se movieron torpemente mientras revisaba las últimas instrucciones de Adrián. Teníamos que actuar en el momento preciso. El túnel. La libertad. No podía dejar de pensar en ello.

El momento había llegado.

—Es ahora —susurró Adrián, su voz baja y urgente.

Pero cuando miré hacia el lugar donde Monique siempre se encontraba, no la vi. Un pánico inexplicable se apoderó de mí. Miré a mi alrededor, buscando entre la multitud, pero no estaba.

—¿Dónde está Monique? —pregunté, el miedo apoderándose de mi voz.

Adrián me miró, visiblemente confundido. Su expresión se endureció mientras avanzaba hacia el backstage del club.

—Voy a buscarla —dijo, y me tomó del brazo, arrastrándome con él.

El vestuario estaba en silencio ahora, la música a lo lejos un eco distante mientras nos apresurábamos por los pasillos del club. La esperanza comenzaba a desvanecerse, y con ella, la seguridad de que todo saldría bien.

La encontramos en una habitación apartada, lejos del bullicio. La puerta estaba entreabierta, y lo que vimos dentro nos paralizó por un instante. Monique, acostada en el suelo, con el maquillaje corrido por sus mejillas, la mirada perdida, los ojos inyectados de sangre. Su respiración era irregular, entrecortada, y el ambiente a su alrededor olía a sustancias que ni siquiera necesitaba identificar para saber lo que había ocurrido.

—Monique... —musité, horrorizada.

Adrián la miró con impotencia, sus ojos oscuros reflejando la desesperación que sentía al verla en ese estado. Se acercó a ella, la tomó entre sus brazos, sacudiéndola ligeramente para tratar de despertarla.

—Monique, ¡despierta! —le ordenó, su tono volviéndose más urgente. Pero Monique no reaccionó. Sus manos caían pesadas a los costados, y su rostro mostraba una expresión de vacío absoluto.

El pánico me llenó mientras observaba la escena, la realidad aplastando cualquier esperanza que quedaba. No podía creer que en el momento más crucial, Monique, la única persona en quien confiaba aquí, estuviera fuera de combate. Me acerqué, intentando ayudar, pero todo parecía estar fuera de control.

—Esto no puede estar pasando… —murmuré, mi garganta seca y apretada.

Adrián me miró, con los ojos brillando de frustración.

Me agaché junto a ella, tomando su mano con suavidad. Mi corazón se aceleró al verla en ese estado, tan vulnerable, tan rota. Era imposible dejarla atrás ahora. Aunque nuestra huida ya era casi imposible, aún había una chispa de esperanza en mi pecho.

—Monique… —murmuré, acariciando su rostro. Adrián estaba a mi lado, esperando, observando.

Ella apenas reaccionó, pero sus ojos, aunque nublados, se abrieron un poco.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora