Capítulo Veintidós

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¿Qué derecho tengo a interrumpir en su vida, a obligarlo a salir conmigo, a sentirse culpable por el inútil amor que le tengo?

Alejandra Pizarnik

Estaba bien sin Nicholas, mejor que nunca, de hecho

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Estaba bien sin Nicholas, mejor que nunca, de hecho. No sabía lo bien que se sentía incursionar en el mundo de las citas, probar eso de "solo una noche" donde no había falsas promesas ni falsas palabras de amor.

Era lo que era, y me gustaba. Estaba descubriendo una faceta que no sabía que tenía en mí, una nueva versión de mí misma donde no me sentía impotente.

Desearía que ese sentimiento de libertad se hubiese extendido hacia otras facetas de mi vida, pero la vida nunca te daba una sonrisa completa, solo te dejaba ver un atisbo, una comisura inclinada hacia arriba antes de apagarla tan rápido como llegó, que hasta imaginaste haberlas visto incluso.

Mi padre se había mantenido tranquilo desde que Nicholas me dejó, sorpresivamente para mí, ya que "serenidad" no era una palabra con la que describirías a mi padre, él era frio, desalmado, prepotente, un monstruo vestido de traje, corbata y buenos modales.

Nadie sospecharía que detrás de esa fachada pulcra y perfecta y esos ojos verdes se escondía mi verdugo.

Había crecido en un hogar donde nunca faltaron los lujos, en la primera etapa de mi vida lo tuve todo, todo lo que quise;una madre cariñosa, un hermano mayor pesado que sería capaz de donarme un riñon pero jamás de traerme un vaso de agua y un padre que se mostraba orgulloso de cada uno de mis logros.

Hasta que el dinero se fue acabando y despertó en mi padre algo de lo más siniestro; recuerdo el dia en que lo vi abofetear por primera vez a mi madre, tan fuerte que se cayó al suelo temblando y aturdida, sin poder creer que el hombre que no perdía oportunidad para decirle que la adoraba había levantado su mano en contra de ella.

Ella se quedó mirando esa mano que tantas veces le dio las más suaves caricias, como si la extremidad no perteneciera a su esposo. Y cuando corrí para levantarla, la misma mano que solía acariciar mi cabello igual al suyo también actuó en mi contra, pero conmigo no fue tan misericordioso.

Esa fue la primera vez que una persona me había hecho daño, y me prometí que no dejaría que nadie más lo hiciera.

Me quise aferrar a la idea de que sería una única vez, pero no fue así. Mi padre se acostumbró a golpearnos, a mí y a mi madre, pero siempre se cersioraba de que fuera en un lugar donde nadie pudiera verlo, porque después de la primera vez cuando me llevó al hospital inconsciente y se excusó de que me había caído por las escaleras, jamás volvió a cometer ese error otra vez.

Así que me acostumbré a llevar pantalones largos y blusas de mangas largas, jerseys de cuello alto, y aprendí a maquillarme como una profesional a la temprana edad de 13 años. Recuerdo haberle rogado a mi madre que nos escaparamos, solo ella y yo, ya que con mi hermano mayor mi padre no solía ser tan malo, y él nunca se daba cuenta de nada, la secundaria era su reino y en vez de saber curar heridas, y comprar analgésicos para el dolor como yo, él solo se preocupaba por la próxima animadora a la que conquistar y a qué fiesta iría ese fin de semana.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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Prohibido | Nicholas Chavez (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora