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El mundo jamás se hizo más pequeño que en esos segundos...
Patrick J.C., un chico de cualidades medibles y atributos notorios, estaba de vacaciones en una isla de las Canarias. Visitaba a unos primos que llevaban cinco años viviendo allí, Sara y Román Castillo. Hacía más de seis años que no se veían, así que Román lo planeó todo.
Patrick, o como sus amigos le llamaban J.C., tenía 26 años en ese momento y participaba en maratones de nado en aguas abiertas; nadar siempre fue su pasión.
Cuando llegó a las Canarias, indagó un poco y encontró un torneo en el que claramente participaría. Era un reto mayor a lo que había nadado antes, pero eso no le impedía hacerlo. ¡Eran las Canarias! ¿Cuándo volvería a tener la oportunidad?
Sara y Román atendían por la mañana un negocio de flores que habían comprado a una señora de 76 años que ya no podía llevarlo. Curiosamente, la señora aún seguía allí; no diría que trabajando, pero le gustaba atender a las personas. Ella tenía ese don para saber qué flores eran las indicadas para cada ocasión específica.
J.C. solía ayudarlos en el negocio. Un día, mientras sus primos fueron al médico porque Sara presentaba fuertes dolores de cabeza, Patrick se quedó a cargo. Fue allí donde conoció la historia de aquel negocio. Carmen, aquella anciana florista, llevaba más tiempo en la floristería que en las islas, según decía ella misma. Comenzó a los 16 años junto a su padre; en aquel entonces, solo vendían tulipanes azules y girasoles. Eran traídos del exterior, y siempre fue un negocio del que presumían por ser el mejor lugar para comprar un pase al amor.
Ese mismo día, casi llegando la hora de cierre, una chica entró buscando algo especial. J.C., al solo verla, sintió mucho nerviosismo. Era una mujer muy hermosa y voluptuosa, y cuando se acercó al mostrador y pidió atención, su voz afianzó aún más su belleza. En seguida, Carmen la atendió y le dio un recorrido por los pequeños pasillos del local. Patrick, por su parte, la siguió con la mirada, eso sí, evitando a toda costa que ella notara que la observaba; sería un poco raro.
Cuando ella pagó las flores, fue muy amable, y Patrick, muy torpe, parecía un bobo. Mientras ella le hablaba, él no sabía qué pasaba a su alrededor...
—Hey, el vuelto —dijo ella.
—Joven Patrick, le están hablando —decía Carmen.
Y nuevamente la chica: —Hey, Patrick, mi vuelto —
Fue muy repentino, pero cuando volvió a tocar tierra, le entrega el dinero y el ramo de flores.
—Es muy linda, ¿verdad, joven Patrick? —preguntó Carmen—. Le diré algo más: en todos estos años vendiendo tulipanes y girasoles, he visto muchas miradas, he sentido muchas energías y he notado el inicio de muchos romances, incluso antes de que se afloren, y usted claramente se interesó en la señorita Martha.
Para cuando J.C. estaba en casa de sus primos, ellos sentados en la sala esperándolo, se veía como sus ojos estaban algo hinchados, como si hubieran llorado, pero a su vez tenían una sonrisa. Fue entonces cuando le cuentan a Patrick que Sara estaba embarazada y que lloraron de felicidad, y que ahora por fin podían ser la familia que tanto buscaban.
Es peculiar la historia de Sara y Román. Se conocieron bastante tiempo atrás; eran unos niños del mismo vecindario que compartían la misma escuela, el mismo autobús y los mismos gustos por la música. No fue sino hasta séptimo grado cuando Román se atrevió a conquistar a quien luego sería su esposa por muchos años. Los cuales transcurrieron muy tranquilos hasta que la vida los colocó en una posición muy desesperante.
En el verano de su decimocuarto aniversario, Sara estaba en espera de su primer hijo; era un varón y la felicidad era inmensa. Cuando se cumplían los seis meses de embarazo, fueron a un viaje no muy retirado de su hogar; era para hacer terapia de embarazo que la empresa en la que trabajaba Román pagó. Todo marchó bien, la terapia fue muy agradable, el momento diferente y la experiencia única. Pero ya de camino a casa, Sara y Román sufrieron un accidente: el auto perdió los frenos, empezó a acelerar de manera descontrolada. Román, en lo que pudo, le gritó a Sara que se sujetara fuerte y que todo saldría bien; unos segundos después, ya estaban en el hospital.
Habían volcado contra una cuneta en la ciudad, sufriendo golpes graves, sobre todo Sara, quien se encontraba debatiendo entre la vida y la muerte, doblemente. El médico de aquella operación se acercó al cuarto de Román y le notificó la situación: —Tienen dos opciones —dijo—: la primera, que Sara sobreviva pero que se produzca un aborto del bebé; y la segunda, donde se intente tener al bebé, pero no se garantiza la supervivencia de ambos—. Estas palabras destrozaron el corazón de Román, pero tenía que tomar una decisión.
Terminada la tarde, luego de la operación, Román se levanta de su cama y se dirige a la habitación de Sara, cuando la ve postrada e inconsciente calló en llanto y se sentó a su lado tomando su mano y diciendo una y otra vez - perdón -
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Adiós : Nunca se está preparado
Short StoryEn desarrollo: En una isla canaria, Patrick J.C., un nadador de aguas abiertas, visita a sus primos Sara y Román, quienes poseen una floristería con una anciana que parece tener un don para el amor. Mientras ayuda en el negocio, Patrick conoce a un...