Capítulo 2: La Decisión
La tarde avanzaba mientras la carrera se desarrollaba entre nubes cargadas de lluvia. Dante, en un auto que apenas resistía, daba pelea contra Martín y el resto del pelotón. Desde el box, Lucía observaba con atención cada maniobra, reconociendo en él el mismo espíritu que siempre vio en su abuelo: coraje y determinación.
Cuando la carrera terminó, Martín cruzó la meta primero, pero el murmullo en las tribunas no celebraba su victoria. Todos hablaban de Dante, de su destreza, de cómo había llevado su viejo auto al límite.
De vuelta en los talleres, Cándido se acercó a Dante, que limpiaba el barro de su casco.
—Pibe, hiciste un carrerón. —Cándido extendió la mano—. Si querés, el año que viene corrés con nosotros.
Dante, sorprendido, miró al viejo mecánico y luego a Lucía, que estaba detrás, cruzada de brazos y con una sonrisa casi imperceptible.
—¿En serio? —preguntó Dante, dudando si era una broma.
—Tan en serio como este barro que me tapa las botas. —Cándido rió, mientras Dante aceptaba el apretón de manos.
Lucía se acercó con un brillo en los ojos.
—No te acostumbres a los elogios. Acá se trabaja duro, y yo no soy fácil de convencer.
Dante sonrió.
—Me gustan los desafíos.
Desde ese día, el destino de los tres quedó sellado. Sería una temporada de retos, en la que tendrían que enfrentarse a los gigantes del automovilismo, pero también a sus propios miedos, ambiciones y emociones. La velocidad, el sudor y el amor por las pistas serían el motor que los llevaría a acelerar no solo sus autos, sino también sus almas.
El nuevo proyecto había comenzado, pero el camino no sería fácil. En el taller de Cándido, apenas si había herramientas suficientes, y el auto que planeaban reconstruir era una vieja chatarra que había sobrevivido más carreras de las que debería. Sin embargo, ni Cándido ni Linterna parecían desanimados. Dante, por su parte, empezaba a entender que ser parte de este equipo significaba mucho más que manejar un auto rápido.
Linterna estaba inclinada sobre el motor, con la frente perlada de sudor y sus manos negras de grasa. Dante, que intentaba seguirle el ritmo, apenas lograba distinguir una tuerca de otra.
—¿Vas a mirar todo el día o pensás hacer algo útil? —bromeó ella, sin levantar la vista.
Dante sonrió, aunque su ego había recibido un golpe desde que llegó al taller.
—Pensé que era el piloto, no el mecánico.
Linterna rió con una mezcla de ironía y ternura.
—Acá el piloto también ensucia las manos. Si no sabés cómo funciona tu auto, nunca vas a entenderlo de verdad.
Dante asintió, entendiendo que Linterna no solo hablaba de autos. Había algo en su manera de trabajar, en su disciplina y empeño, que le recordaba lo que él mismo había perdido durante sus años más oscuros.
Mientras trabajaban, la puerta del taller se abrió, y una figura familiar entró: Martín Álvarez. Su presencia llenó el lugar con un aire de superioridad que Dante reconoció de inmediato.
—Vaya, vaya. ¿Es esto un taller o un depósito de chatarra? —dijo Martín con una sonrisa burlona.
Linterna no levantó la vista.
—¿Se te perdió algo, Álvarez, o viniste a presumir?
Martín ignoró el comentario y se dirigió a Dante.
—No sabía que estabas tan desesperado como para trabajar con estos dos. ¿De verdad creés que vas a llegar a algo aquí?
Dante se mantuvo en silencio, pero apretó los puños. Antes de que pudiera responder, Cándido apareció detrás de ellos con una calma característica.
—Las carreras no se ganan con palabras, Martín. Se ganan en la pista. Si querés demostrar algo, nos vemos en la temporada que viene.
Martín rió y se encogió de hombros.
—Nos vemos en la pista, entonces. Aunque, con este auto, dudo que lleguen a la línea de partida.
Cuando Martín se fue, el taller quedó en silencio. Linterna finalmente levantó la vista y miró a Dante.
—¿Qué, te asustó? —preguntó con un tono desafiante.
Dante negó con la cabeza.
—No, pero tiene razón. Con este auto... no sé si llegaremos lejos.
Cándido golpeó la mesa con fuerza, haciendo que ambos lo miraran.
—¡Basta de dudas! Este equipo no se construyó con plata ni autos de lujo. Se construyó con trabajo, corazón y confianza. Si no tenés eso, entonces mejor andate ahora.
Dante lo miró, impresionado por su firmeza.
—Estoy dentro, don Cándido. Hasta el final.
Linterna sonrió de lado. Sabía que el verdadero trabajo apenas comenzaba, y que cada paso hacia la pista sería una prueba no solo para el auto, sino también para ellos mismos.
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Acelerando el alma
RomansaEn un mundo donde los motores rugen y las emociones están a flor de piel, Acelerando el Alma nos sumerge en la apasionante vida de Lucía, conocida como "Linterna". Con solo 20 años, ha desafiado todos los estereotipos al convertirse en una mecánica...