La luz del sol que se filtraba por las cortinas hizo que abriera lentamente los ojos. Lo primero que vi fueron los de Dante, intensos, oscuros, pero con un brillo de ternura que no esperaba. Estaba sentado junto a la cama, con el codo apoyado en el colchón y la cabeza inclinada hacia mí.
—Buenos días, princesa. —su voz era baja, como si no quisiera romper la calma de la habitación.
—Buenos días... —murmuré, parpadeando para espabilarme.
Él alzó una ceja, sonriendo levemente mientras pasaba su mano por mi cabello.
—Te ves mejor hoy. Tus ojos tienen más vida.
Me incorporé despacio, sin apartar la mirada de él. Una cálida sensación me llenaba el pecho, como si su sola presencia fuera suficiente para sanarme.
—Es porque tú estás aquí.
Dante sonrió, y esa sonrisa me derritió. Sin pensarlo, me incliné hacia él, dejando que mis labios tocaran los suyos en un beso suave.
De repente, me llené de una energía inesperada. Me coloqué a horcajadas sobre él, sintiendo cómo sus manos subían por mis muslos instintivamente. Bajé mis labios a su cuello, dejando besos lentos mientras mis dedos recorrían el contorno de sus abdominales.
—Alma... —murmuró, su voz ronca, un susurro lleno de advertencia y deseo.
—¿Qué? —le respondí inocentemente, dejando que mis manos bajaran más, hasta que sentí cómo su cuerpo se tensaba bajo mí.
Pero justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió de golpe, y un bulto peludo y enérgico irrumpió en la escena, ladrando con entusiasmo.
—¡Athos! —la voz de Dante fue un gruñido mezclado con incredulidad, mientras el enorme cachorro de raza presa canario se lanzaba hacia la cama con movimientos torpes.
Me giré hacia el perro, riéndome mientras Athos, con su pelaje negro y brillante, intentaba trepar al colchón.
—¿Este es tu nuevo compañero? —pregunté, mirándolo con adoración.
Dante suspiró, pasándose una mano por el rostro, claramente frustrado.
—Sí... Lo adopté hace unas semanas. No pensé que sería tan entrometido.
Me incliné hacia Athos, acariciando su cabeza enorme mientras él movía la cola con emoción.
—¡Eres tan guapo! Qué lindo, ¿verdad? Qué protector vas a ser...
Dante cruzó los brazos, observando la escena con una mezcla de resignación y diversión.
—¿En serio voy a tener que competir con este peludo ahora?
No pude evitar soltar una carcajada, mirando a Dante por encima de mi hombro.
—Tal vez. Es adorable.
—Genial. El tipo más peligroso del país, y ahora un cachorro me roba tu atención.
Athos ladró de nuevo, como si estuviera de acuerdo. Dante rodó los ojos pero finalmente se unió a mi risa, dejando que el momento ligero disipara cualquier tensión.
—¿Lo entrenas para protegerte? —pregunté, acariciando las orejas suaves de Athos.
Dante asintió.
—Lo entreno para protegerme, pero también para protegerte, Alma. Athos estará contigo cuando yo no pueda estarlo.
Mis ojos se llenaron de una ternura inesperada. Miré al cachorro y luego a Dante.
—Gracias... Por todo lo que haces por mí.
Él me miró con intensidad, acercándose para rozar mis labios.
—Siempre, Alma. Siempre.
Athos ladró una vez más, como si no quisiera quedarse fuera de la conversación, y los dos reímos, dejando que la complicidad del momento se apoderara de nosotros.
Dante acarició el costado de mi rostro, mirándome como si buscara algo en mis ojos, alguna señal que confirmara lo que sentía por él. Su mirada era seria, casi solemne, pero había un toque de vulnerabilidad en ella.
—Alma, —comenzó, con su tono grave y lleno de honestidad—, no quiero presionarte, nunca más. Quiero que seas tú quien decida. Si alguna vez estás lista para volver conmigo... para ser lo que éramos, o incluso más, solo tienes que decirlo. Yo esperaré.
Mi corazón latía con fuerza, casi podía escucharlo en mis oídos. Lo miré en silencio por unos segundos, analizando sus palabras, sintiendo su sinceridad como un cálido abrazo.
Dante suspiró, interpretando mi silencio como duda. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, y un toque de inseguridad cruzó por su rostro.
—Quiero que seas feliz, incluso si eso significa que yo no soy parte de tu felicidad. Pero si alguna vez... si alguna vez quieres intentarlo de nuevo...
—Dante, —lo interrumpí, mi voz temblando ligeramente por la emoción.
—No, déjame terminar. —Colocó un dedo sobre mis labios para silenciarme. Su gesto era suave, pero firme.
—Sé que te he fallado, que cometí errores que no mereces. Solo quiero que sepas que mi puerta estará siempre abierta para ti.No dejé que continuara. Sujeté su rostro entre mis manos, atrayéndolo hacia mí, y lo callé con un beso. Un beso lento, profundo, cargado de emociones que no necesitaban palabras.
Él se quedó inmóvil al principio, sorprendido, pero luego respondió con la misma intensidad. Sus manos envolvieron mi cintura, presionándome contra él como si temiera que pudiera cambiar de opinión.
Cuando finalmente me separé de sus labios, lo miré con una leve sonrisa, aunque todavía podía sentir la humedad de mis lágrimas en las mejillas.
—Ya no tengo nada más que pensar, Dante.
Su mirada se suavizó, y vi algo indescriptible brillar en sus ojos.
—¿Qué significa eso? —preguntó en un susurro, como si temiera que mi respuesta pudiera desmoronarlo.
—Significa que accedo a volver. No quiero seguir sin ti. No puedo.
Su respiración se aceleró, y me levantó con facilidad, girándome en el aire como si fuera una pluma. No podía dejar de reír mientras él me sostenía en sus brazos, sus ojos brillando con algo que hacía tanto que no veía en él: esperanza.
—No sabes cuánto necesitaba oír eso, Alma. —Sus labios buscaron los míos otra vez, y su beso era una mezcla de promesas y redención.
Athos ladró desde el suelo, interrumpiendo el momento. Dante se rió contra mis labios, bajándome con cuidado pero manteniéndome cerca.
—Athos, creo que necesitas aprender a leer el ambiente, —bromeó, antes de mirarme con intensidad.
—Volveré a ganarme cada parte de tu corazón, Alma. Te lo prometo.
Y en ese momento, con su calor envolviéndome y sus palabras resonando en mi pecho, supe que esta vez sería diferente. O al menos, estaba dispuesta a intentarlo.
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Susurros en Llamas
RomanceAlma y Dante son dos almas intensas, unidas por un amor que arde tanto como destruye. Atrapados en un juego de pasión y orgullo, sus constantes enfrentamientos y reconciliaciones se vuelven el combustible de una relación llena de altibajos. Pero cua...