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Capítulo VIII - 12:00 am

El sol de la mañana bañaba la fachada de la casa de Juanjo con un tono cálido, resaltando los detalles modernos de la construcción: amplias ventanas con marcos de madera oscura, paredes blancas impecables y un jardín frontal decorado con helechos y buganvillas. Karla ajustó sus lentes al bajarse de su auto, contemplando cómo el aire fresco parecía prometer un día agradable. Su vestido azul claro ondeaba con la brisa, combinando a la perfección con las zapatillas blancas que había escogido para una mañana relajada.

Juanjo abrió la puerta antes de que Karla tocara, como si hubiera estado esperando junto a la entrada.

— Karla —exclamó con una sonrisa, extendiendo los brazos para un abrazo. Vestía una camisa de lino blanca con las mangas arremangadas y jeans oscuros, su estilo siempre desenfadado pero cuidado.

—Buenos días, Juanjo —respondió Karla, devolviendo el abrazo con calidez. Su mirada se desvió al interior mientras cruzaba el umbral.

La casa de Juanjo era un espacio acogedor y personal, con cada rincón contando una historia. En el recibidor, una estantería albergaba libros de historia, premios académicos y un par de figuras de cine clásico. En el salón principal, un sofá gris con cojines estampados estaba acompañado por una mesa de centro cubierta de periódicos, revistas de cine y una taza de café olvidada. En la pared, un gran cuadro de una escena histórica dominaba el ambiente, rodeado de fotografías en blanco y negro de momentos que parecían congelados en el tiempo.

—Ahí está el que nunca madruga —comentó Juanjo en tono burlón, señalando a Matthew, quien descendía lentamente las escaleras, bostezando como si el mundo le debiera un par de horas más de sueño.

Matthew, dueño de una de las cadenas de periodismo más grandes del país, era un hombre alto y delgado, de cabello entrecano siempre desordenado. Llevaba un pijama que probablemente había visto mejores días y unas pantuflas que parecían tener más personalidad que él a esas horas.

—Buenos días, Karla —murmuró Matthew con voz ronca, rascándose la nuca antes de dirigirse a la cocina, donde una cafetera empezaba a burbujear.

—¿Buenos días? Son las diez, Matthew. El día ya va por la mitad —bromeó Karla, riendo mientras seguía a Juanjo hacia la terraza.

La terraza era un lugar espectacular, con vista a un pequeño pero bien cuidado jardín. Había una mesa de madera con sillas de mimbre y un toldo que dejaba pasar rayos de sol en franjas perfectas. Mientras Karla ayudaba a acomodar la mesa con platos y servilletas, notó algo que le llamó la atención: un abrigo gris, elegantemente doblado, descansaba sobre el respaldo de una de las sillas. Su corazón dio un pequeño vuelco.

Antes de que pudiera decir algo, Matthew, ahora con una taza de café en la mano, apareció detrás de ella.

—Ah, la abrigo de Sarah —dijo casualmente, dando un sorbo a su café—. La olvidó anoche cuando pasó por aquí.

Karla se congeló un segundo, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Sarah estuvo aquí anoche? —preguntó, tratando de sonar despreocupada, aunque sintió que sus mejillas comenzaban a calentarse.

Matthew asintió, con una sonrisa pícara que dejaba entrever que estaba disfrutando la situación más de lo que debería.

—Sí, vino a charlar con nosotros y nos contó todo sobre su almuerzo contigo. Bueno, casi todo... aunque no entró en tantos detalles como tú probablemente esperabas —añadió con una risa contenida.

Karla se llevó una mano a la frente, exhalando con fuerza.

—¡Ay no! ¿De verdad les contó? —preguntó, escondiendo el rostro detrás de sus manos, entre apenada y divertida.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora