Checo estaba destrozado. Su pecho dolía tanto que sentía que en cualquier momento podría colapsar. Se apoyó en el marco de la puerta, dejando que su peso recayera sobre él. ¿Cómo había sucedido esto? La imagen de Yuki al lado de Kamui, con la mirada baja y el rostro lleno de culpa, seguía repitiéndose en su mente como un eco insoportable. ¿Por qué? se preguntaba una y otra vez. ¿Por qué su hijo ahora decía que quería vivir con Kamui?
Con movimientos torpes, como si su cuerpo estuviera actuando por inercia, entró de nuevo a la casa y buscó su teléfono. Tenía que obtener respuestas. ¿Cómo era posible que el colegio hubiera permitido que Kamui se llevara a su hijo sin siquiera consultarlo? Cuando finalmente logró que la directora respondiera, no pudo contenerse, su voz llena de ira y desesperación.
—¡¿Cómo pudieron dejarlo ir?! ¡Es mi hijo, maldita sea! —rugió, su tono más alto de lo que pretendía. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a arder en sus ojos, luchando por salir. —¡Tendrían que haberme avisado, al menos!
El silencio inicial al otro lado de la línea solo lo irritó más, hasta que la directora finalmente habló, con un tono profesional pero frío que no hacía más que alimentar su frustración.
—Señor Pérez, entiendo su preocupación, pero como institución no podemos intervenir en problemas personales entre padres. Si el señor Kobayashi presentó documentación que lo acredita como tutor legal, no tenemos motivo para negarle el retiro de su hijo. Si existiera alguna orden de restricción o alejamiento, por supuesto, no se lo habríamos permitido. Además, le informamos del retiro por mensaje de texto, así que le sugiero que revise su bandeja antes de acusarnos de negligencia.
Cada palabra de la directora era como una estocada directa a su corazón. La llamada terminó de forma abrupta, y Checo dejó caer el teléfono sobre la mesa, incapaz de sostenerlo un segundo más. Su mente estaba llena de caos, una mezcla de culpa, rabia y tristeza. Miró alrededor de la casa, ahora más vacía que nunca, y solo pudo pensar en lo rápido que todo había cambiado.
Se lo llevaron, pensó, el dolor apretándole el pecho hasta el punto de casi dejarlo sin aire. Todo se había arruinado, y lo peor de todo era que no tenía idea de cómo arreglarlo.
Sergio se dejó caer en el sofá, ocultando su rostro entre las manos mientras las lágrimas corrían sin cesar. Su pecho dolía como si estuviera siendo aplastado, un dolor que no encontraba consuelo. ¿Cómo había podido suceder? ¿Cómo era posible que su hijo, su pequeño Yuki, hubiera aceptado dejarlo? La culpa lo consumía. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué Yuki había dejado su felicidad y la de ambos para irse con Kamui?
Se quedó ahí, perdido en su tristeza, sin notar cómo las horas pasaban, hasta que un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Se levantó con lentitud, arrastrando los pies hacia la entrada, sin energía ni ánimo para lidiar con quien fuera que estuviera al otro lado. En ese momento, no quería ver ni hablar con nadie. Solo quería abrazar a su hijo, escuchar su voz, decirle cuánto lo amaba y pedirle que regresara a casa.
Cuando abrió la puerta, se quedó congelado. Ahí estaba Max, parado con todas sus maletas, distraído mirando su teléfono. El neerlandés levantó la vista al escuchar la puerta y se quedó inmóvil al ver el estado de Sergio. Los ojos del mexicano estaban rojos, hinchados por las lágrimas, y su expresión reflejaba un dolor tan profundo que a Max le rompió el corazón.
—¿Qué te pasó? —preguntó Max, dejando caer su mochila al suelo para acercarse rápidamente.
Sergio no dijo nada. Simplemente se lanzó a los brazos del rubio, escondiendo su rostro en el cuello de Max y rompiendo en llanto. Su cuerpo temblaba, incapaz de contener la tormenta de emociones que lo azotaba.
—Yuki... —logró murmurar entre sollozos, su voz apenas un susurro quebrado—. Se fue con... se fue con Kamui...
Max lo abrazó con fuerza, acariciando su espalda con movimientos lentos y consoladores mientras intentaba procesar las palabras de Sergio. Sentía cómo la furia comenzaba a arder en su interior, pero sabía que lo primero era estar ahí para su pareja. Su voz fue un murmullo lleno de determinación cuando finalmente habló.
—Estoy aquí, Sergio. Vamos a solucionar esto. No voy a dejar que Kamui te quite a Yuki así de fácil.
El mexicano sollozó con más fuerza, aferrándose a Max como si fuera su única ancla en medio de una tormenta. Aunque el dolor seguía punzante, algo en la firmeza de Max le dio un rayo de esperanza. Quizá, solo quizá, no todo estaba perdido.
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¡Yuki!
FanfictionEsta historia está narrada principalmente desde el punto de vista de Yuki, mostrando el impacto que puede provocar la separación de sus padres y la inesperada aparición de dos personas en su vida que, con el paso de los días, la transformarán por co...