Capítulo 33: La traición de Jacaerys

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La noche en Rocadragón era tranquila, con el rugido del mar como único sonido en la oscuridad. Dentro de la fortaleza, Lucenya dormía profundamente en los brazos de Jacaerys, los restos de su reciente reconciliación aún presentes en el aire. Pero fuera de esas paredes, el peligro avanzaba.

Aemond y su grupo habían entrado silenciosamente en el castillo, sorteando los pocos guardias con precisión y conocimiento estratégico. Mientras Ser Criston lideraba a los soldados hacia los puntos clave, Aemond se dirigió solo hacia los aposentos de Lucenya. Sabía que esto requería un toque más sutil.

Cuando encontró la habitación de la princesa, empujó la puerta con cuidado. Dentro, la vio, su cabello oscuro esparcido sobre la almohada. Aemond sintió una punzada de algo indescifrable: respeto, deseo, envidia... quizás todo al mismo tiempo.

Pero antes de que pudiera avanzar, un crujido de madera lo detuvo. Aemond giró y vio a Jacaerys, vestido apenas con una camisa, su expresión endurecida al reconocer al intruso.

-Aemond.- gruñó Jacaerys, avanzando con un paso firme.- ¿Qué haces aquí?

Lucenya se despertó al sonido de su voz, parpadeando y levantándose rápidamente al ver a su tío. La tensión en la habitación era palpable.

+Lucenya.- dijo Aemond, ignorando a Jacaerys por completo, su voz tranquila pero firme.- No he venido a luchar, sino a hablar contigo. Esto no tiene por qué terminar en sangre.

Jacaerys desenfundó su espada al instante.- ¿Hablar? Vienes con espadas en la noche, y esperas que crea que esto es una charla pacífica. ¡Aléjate de ella!

Lucenya, confundida y alarmada, se levantó de la cama, acercándose lentamente a Jacaerys.- ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué estás aquí, Aemond?

El príncipe de un solo ojo levantó las manos, intentando mostrarse desarmado.- He venido a ofrecerte una oportunidad, Lucenya. Aegon te quiere en Desembarco del Rey. Quiere que seas su aliada, su reina.

-¿Su reina?- repitió Lucenya, incrédula, con el rostro torcido en una mezcla de desprecio y sorpresa. -¿Después de todo lo que ha hecho? ¿Después de intentar destruir a mi madre? ¿Cree que me doblegaré ante él?

Jacaerys avanzó un paso más.- Sal de aquí ahora, Aemond, antes de que te saque yo mismo. No tendrás a Lucenya. Nunca.

Aemond suspiró, su mirada endureciéndose.- Lo intenté por las buenas.- En un movimiento rápido, sacó su espada, pero no para atacar. En un abrir y cerrar de ojos, tomó a Lucenya por el brazo y la colocó frente a él, la hoja presionada contra su cuello.

-¡No!- gritó Jacaerys, deteniéndose al instante.

Lucenya forcejeó, pero Aemond la sostuvo con fuerza.- Escúchame, Jacaerys- dijo con una voz fría y calculadora.- Vamos a salir de aquí, y tú nos dejarás. Si intentas detenerme, si uno solo de tus hombres aparece, juro por los Siete que la mataré aquí mismo.

-¡No te atreverías!- rugió Jacaerys, su espada temblando en su mano.

-¿Quieres arriesgarte?- replicó Aemond, su ojo brillando con intensidad.- Podrías alcanzarme, pero no antes de que esta hoja atraviese su cuello. Así que piensa bien, sobrino. ¿Qué es más importante para ti: tu orgullo o su vida?

Lucenya, aunque aterrada, logró mantener la compostura.- Esto no tiene que ser así, Aemond.- dijo con firmeza.- Si realmente crees que esto es lo que quiere Aegon, estás más perdido de lo que pensaba. Esto solo traerá más guerra, más muerte.

Aemond la ignoró, su atención fija en Jacaerys.- Baja la espada, Jacaerys. Y ordena a tus hombres que retrocedan. Ahora.

Los pasos apresurados de los guardias resonaban en el pasillo. Jacaerys sabía que sus hombres no tardarían en llegar, pero también sabía que Aemond era capaz de cumplir su amenaza. Respirando con dificultad, bajó lentamente su espada, su rostro una máscara de furia impotente.

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