11. El fin de un ciclo

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Dante Mikhailov

La sala estaba en sombras, con solo una luz tenue iluminando el centro de la mesa. Estaba claro que el juego que estaba por comenzar no era para todos, y para mí, la ficha que faltaba, la pieza clave, era Martín. Sabía de sus diferencias con Adrián, sus ambiciones y, sobre todo, su resentimiento acumulado. Era el momento perfecto para que se uniera a mi lado.

Llamé a Martín. Había algo en su desdén por Adrián que podía usar a mi favor. No lo veía como una amenaza, sino como una oportunidad. Si lograba convencerlo de que trabajáramos juntos, tendríamos el poder para aplastar todo lo que se interpusiera en nuestro camino. Pero había algo que él necesitaba entender primero: no podía tocar a Elena.

Cuando finalmente llegó, lo miré fijamente. Su actitud era arrogante, confiado, pero aún había algo que no me gustaba en él. Era impredecible, y las piezas que jugábamos eran demasiado valiosas como para dejar que cualquier persona las tocara sin restricciones.

—Siéntate —le dije, señalando la silla frente a mí. No me importaba cómo se sintiera, yo siempre controlaba la situación—. Necesito que entiendas algo. Este es mi juego, y yo soy quien establece las reglas.

Martín me miró, con un leve desdén, pero se sentó. No me sorprendió, él pensaba que podía manejarme como a cualquier otro. La arrogancia de los poderosos nunca me molestaba. Yo ya sabía cómo derribarla.

—Sabes lo que quiero, ¿verdad? —continué, sin rodeos—. No necesito que Adrián esté en mi camino. Ni él ni Franco.

Martín asintió, su mirada se volvía más calculadora. El odio entre él y Adrián era palpable. Sabía que la propuesta era tentadora.

—Sí, Adrián y yo no tenemos buena relación. —dijo con una sonrisa fría—. Pero Franco... ese tipo es un obstáculo que puede eliminarse. No me importa lo que pase con él.

Sonreí, sabiendo que todo iba según el plan. Pero no estaba dispuesto a permitir que él pensara que podía ir tan lejos. Elena era el límite.

Mi tono cambió, más serio, casi amenazante.
—Hay una cosa que quiero que entiendas, Martín. No tocas ni un solo pelo de Elena. Ni a ella ni a su familia. Es un límite que no cruzas. Si alguna vez lo haces, te destruiré.

—¿Qué? —dijo, frunciendo el ceño, como si no entendiera del todo—. ¿Por qué? ¿Qué tiene ella de especial? ¿Es solo una pieza más, no?

—No, no es solo una pieza más. Elena es el centro de todo esto. Si decides que quieres enfrentarte a ella o a su familia, te aseguro que te arrepentirás. Lo que Adrián y Franco no entienden, lo que ninguno de ellos entiende, es que ella es mucho más peligrosa de lo que creen. Y no voy a permitir que jueguen con eso.
Martín parecía procesar lo que le decía. Me observaba, sin atreverse a desafiarme de inmediato. Sabía que mis palabras eran más que una amenaza vacía. Eran una advertencia.

—Entonces, ¿cómo jugamos esto? —preguntó, finalmente entendiendo que mis condiciones eran claras.
—Jugamos a lo grande, Martín. Tú y yo. Usamos a Adrián y Franco como piezas para llegar a lo que realmente queremos. Pero mantén tus manos fuera de Elena. Si alguna vez la tocas, todo esto se acabará, y yo seré tu peor enemigo.

Vi cómo sus ojos brillaban con la ambición, pero también comprendió que mi advertencia no era algo que pudiera ignorar. Era la última pieza de mi juego: la protección de Elena, que, aunque no lo entendiera del todo, era la clave para asegurar mi dominio.

Martín asintió lentamente, reconociendo que no tenía más opción que aceptar las reglas.
—De acuerdo, Dante. No tocaré a Elena ni a su familia. Pero Adrián y Franco... ellos sí que caerán.

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⏰ Última actualización: 10 hours ago ⏰

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