Los días han seguido, la vida me pasa de largo, y no sé en qué momento inició noviembre.
Tanto vacío, tanta tristeza, no sé cuando fue la última vez que quise hacer algo más que mirar al cielo y gritar ¿por qué?
No recuerdo la última vez que me bañé.
Creo que hace cuatro días lo intenté. O lo pensé. Y me derrumbé ante la idea. Creo que hace más de una semana me paré bajo el agua, apenas, la idea de secarme el pelo me agobiaba.
Todos los días me levanto de la cama, con apenas la suficiente energía para bajar y derrumbarme frente al sofá, en el suelo, pero al menos no en la cama de mi habitación. Por alguna razón, no levantarme del suelo con la mirada perdida es mejor que no levantarme de la cama con la mirada inundada. Aún si el mismo sentimiento guía ambas acciones.
No recuerdo la última vez que desayuné.
Hace un mes que apenas despierto siento que voy a vomitar. Tal vez es por el dolor de cabeza por dormir todos los días entre un llanto desesperado. Tal vez es porque entre todo el dolor no puedo dejar de comer azúcar, azúcar y más azúcar. He llorado tanto que tal vez sea deshidratación lo que provoca esas náuseas.
Y es tan difícil respirar, entre lágrimas, quejidos y lamentos, me asfixia mi propia tristeza.
No sé cuando fue, pero entre llanto y atraques de pánico, di un golpe a la pared, dos, tres, cuatro golpes, y desde ya hace un par de semanas que mi mano está morada, hinchada, inmóvil, parece que nunca va a sanar.
Nunca estuve tan triste como ahora. Nunca quise morirme tanto como ahora. Nunca pensé sentirme tan perdida que ni siquiera podría escribir una pseudo poesía.
Ni siquiera pienso en quitarme la vida, ¿que más da? ¿Qué esperanza puedo tener incluso en la vida después de la muerte?
La vida es injusta. La vida es solitaria. La vida no tiene sentido. La vida no tiene espacio en mi tristeza. Me asfixia, me agobia, me irrita, me deprime, me debilita.
Ojalá sobreviva hasta que perder la vida no le cueste ni una lágrima a mi familia.
No recuerdo la última vez que desperté sin sentir un peso en mi pecho, sin querer ponerme a llorar apenas abrir los ojos, sin intentar volver a dormir apenas dejo de hacerlo. No recuerdo la última vez que estar despierta no se sentía como un castigo divino.
Hace más de un mes que no puedo salir de casa sin sentir que se me derrumba el mundo entero. O tal vez mi mundo ya está derrumbado, y salir de casa me obliga a enfrentarme a esa realidad, a darme cuenta de que mi felicidad ya no está, de que haga lo que haga, jamás volverá. Tal vez estar encerrada en mi casa me ayuda a fingir, solo un poco más, que todo sigue igual. Tal vez si enfoco mi poca energía en hacer solamente el mínimo para sobrevivir, puedo fingir que estoy bien.
Ahora mismo, no puedo pedirme más que el mínimo para sobrevivir. Algunos días ni siquiera eso puedo exigirme.
Nunca creí en Dios, nunca pude convencerme de que existiera. Y ahora estoy segura de que no es real, porque si creyera en él, tendría que creer que me odia, que es cruel, injusto y vengativo, y que cualquier felicidad que me haya dado en la vida lo hizo solo para poder arrebatármela y dejarme perdida, hundida en una miseria que no me deja respirar.
Si creyera en Dios, solamente podría maldecirlo, reclamarle, decirle que lo odio tanto como él me odia a mí, y que si su meta era destrozarme, lo ha logrado, y que siempre resentiré lo que me ha hecho, que si pudiera vengarme, lo haría sin pensarlo.
Pero si creyera en Dios, o en Buda, o en cualquier fuerza mística que controla el universo, primero pediría una segunda oportunidad.
Por favor dame otra oportunidad. Solo pido una oportunidad para hacer las cosas bien. Ya sé que hacer para remediar mis errores, los caminos que me trajeron a este abismo, ya sé que tormentas evitar, que batallas librar y como ganarlas, ya sé que no hacer para no terminar encerrada en mi propia piel, prisionera de mi alma rota.
Solo quiero otra oportunidad, no sé que pude haber hecho para merecer este nivel de sufrimiento. Por favor déjame tomar otro camino.
Por favor, te lo ruego, por favor, dame una oportunidad de enmendar mis errores.
Suplicaré a quien haga falta, rezaré a quien sea necesario, haré el sacrificio que me pidan, creeré en la fe que haya que creer.
Una oportunidad más, y si no puedo evitar este destino, al menos para poder disfrutar más los momentos que aún podía sentir alegría.
Solo pido una oportunidad para arreglar mis desastres.
Por favor dame otra oportunidad.
ESTÁS LEYENDO
Psicoanálisis de una mente deprimida.
RandomEste libro NO pretende promover ni alentar a las personas a auto lesionarse ni a envolverse en un desorden alimenticio. Este es un proyecto con fines de autoayuda donde plasmo ideas y sentimientos, donde pretendo desahogarme escribiendo, en lugar d...