Capítulo 29| Alma

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La habitación estaba sumida en la penumbra, con las cortinas cerradas y un silencio cálido envolviéndolo todo. Abrí los ojos lentamente, dejando que la suave oscuridad me ayudara a despertar. Sentía un peso familiar en mi abdomen. Miré hacia abajo y vi el brazo de Dante descansando sobre mi vientre, envolviéndome en un abrazo protector incluso en sus sueños.

Un suspiro suave escapó de mis labios mientras mis dedos rozaban su brazo. Me giré ligeramente para observar su rostro. La luz apenas delineaba sus facciones; sus pestañas oscuras descansaban en sus mejillas, y su respiración era pausada y profunda. Era en estos momentos, cuando estaba completamente relajado, que parecía más vulnerable.

Me quedé mirándolo unos minutos hasta que un dolor punzante en el estómago me hizo tensar. Al principio lo ignoré, pensando que era algo pasajero, pero el dolor regresó, esta vez más fuerte, como pequeñas agujas que se clavaban en mi interior.

Intenté girarme en la cama para aliviar la molestia sin despertar a Dante. Pero el movimiento no ayudó; al contrario, empeoró la sensación. Me mordí el labio para no quejarme en voz alta, pero mis constantes movimientos despertaron a Dante.

—¿Qué te pasa? —preguntó con la voz ronca y adormilada, acercándose más para mirarme.

—Nada, estoy bien, —mentí rápidamente, intentando suavizar mi expresión. No quería alarmarlo, no otra vez.

Él me observó con los ojos entrecerrados, claramente desconfiado, pero yo ya había logrado deslizarme fuera de su abrazo y caminar hacia el baño. Casi corrí para llegar, cerrando la puerta detrás de mí mientras presionaba una mano contra mi abdomen. El dolor seguía allí, pero traté de respirar profundamente, esperando que pasara como la última vez.

Me apoyé contra el lavabo, mirando mi reflejo en el espejo. Mi rostro estaba pálido, pero no había señales visibles de algo grave. Después de unos minutos, el dolor finalmente cedió. Me enderecé, me lavé la cara con agua fría y regresé al cuarto como si nada hubiera pasado.

Dante estaba despierto, esperándome, su torso desnudo apoyado contra el cabecero de la cama. Sus ojos estaban fijos en mí con una intensidad que me hizo sentir desnuda, vulnerable bajo su escrutinio.

—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó nuevamente, su tono más serio esta vez.

—Sí, —dije mientras me deslizaba de nuevo bajo las sábanas, intentando sonreír—. No pasa nada, solo un pequeño malestar.

Él no respondió al instante, simplemente me miró como si pudiera leer más allá de mis palabras. Luego, suspiró y extendió un brazo para atraerme hacia él. Me dejé caer contra su pecho, sintiendo su calidez envolviéndome mientras su mano se deslizaba por mi espalda, dibujando pequeños círculos que me relajaron casi al instante.

—No me mientas, Alma, —murmuró cerca de mi oído—. Si algo te pasa, necesito saberlo. No puedo soportar la idea de que estés sufriendo y no me lo digas.

—Es en serio, Dante, —dije, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos—. Estoy bien, de verdad.

—Siempre dices eso, —susurró, su tono cargado de preocupación—. Pero algo me dice que hay más de lo que quieres admitir.

Lo miré fijamente, sintiendo un nudo formarse en mi garganta. Sabía que no iba a dejarlo pasar fácilmente, pero no quería preocuparlo innecesariamente. Así que en lugar de insistir, deslicé mis manos por su pecho, intentando distraerlo con un gesto suave.

—No quiero que pienses en cosas malas ahora, —murmuré, trazando la línea de sus músculos con mis dedos.

Dante suspiró profundamente, como si estuviera lidiando con una batalla interna. Finalmente, inclinó la cabeza y presionó un beso en mi frente, manteniéndome cerca.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora