Los últimos días me habían hecho sentir que la vida finalmente estaba en calma. Ya no había amenazas acechando en cada esquina, ni sombras que perturbaran mi mente. Dante me cuidaba de una manera que nunca creí posible. Desde las primeras horas del día hasta la última antes de dormir, estaba pendiente de mí, de los bebés, y de que no me faltara nada. Sus palabras siempre tenían la habilidad de encender mi piel, aunque intentara disimularlo.
“Eres preciosa, Alma. Más ahora, con esa luz que irradias…” me había susurrado ayer, mientras acariciaba mi mejilla con ternura. Había terminado sonrojándome como una niña. Dante sabía perfectamente cómo hacerme perder la compostura.
Hoy me sentía más ligera que nunca. Decidí ponerme un vestido gris ajustado que había comprado recientemente. Me quedaba ceñido en los lugares correctos, marcando un poco mi barriga creciente, mis curvas y dejando mis piernas al descubierto. Cuando me miré en el espejo, supe que era un día para sorprender a Dante.
Lo encontré en el gimnasio de la mansión. El sonido rítmico de sus golpes contra el saco de boxeo retumbaba por el espacio. Estaba concentrado, sus músculos tensos, sus brazos moviéndose con precisión letal. Su cuerpo estaba cubierto de una fina capa de sudor que hacía que sus abdominales parecieran aún más definidos bajo la luz tenue.
Me quedé en el umbral por unos segundos, observándolo en silencio. Parecía una escultura viva, un hombre hecho para el combate, para la intensidad. Pero detrás de todo eso estaba el hombre que ahora llamaba mío, el que me hacía sentir como la mujer más amada del mundo.
Tomé una botella de agua de la mesa y caminé hacia él.
—Dante, toma —dije con una sonrisa tímida, extendiéndole la botella.
Dante dejó caer sus manos y se giró hacia mí, su mirada recorriéndome de arriba abajo sin ningún tipo de disimulo. Sentí su atención como un fuego que subía por mis mejillas.
—¿Qué haces mirándome así, idiota? —dije, girando un poco la cara para ocultar mi rubor.
Una sonrisa ladeada se dibujó en sus labios mientras tomaba la botella de mi mano, sus ojos todavía fijos en mí.
—No sabes lo que se me está pasando ahora por la cabeza, princesa. —Su tono era bajo, grave, cargado de intención.
—Oh, por favor, Dante… —Respondí, girando los ojos, aunque mi voz sonaba más nerviosa de lo que quería.
—No, de verdad. —Dejó la botella sobre una mesa cercana, acortando la distancia entre nosotros con un paso lento y decidido—. Estás preciosa, Alma. Te miro y solo pienso en lo afortunado que soy de que seas mía… pero no puedo evitarlo.
—¿No puedes evitar qué? —pregunté, aunque el calor en mi rostro ya me decía que sabía la respuesta.
—Querer arrancarte ese vestido aquí mismo.
Abrí los ojos con sorpresa, pero no tuve tiempo de responder. Dante levantó una mano, colocándola con delicadeza sobre mi barriga. Su toque siempre lograba desarmarme.
—Y pensar que aquí dentro están mis hijos… nuestros hijos. —Su voz se suavizó mientras sus dedos dibujaban círculos pequeños sobre mi vientre—. ¿Sabes lo increíble que es eso?
—Dante… —murmuré, mi voz quebrándose por la mezcla de emociones que me invadían.
—Eres perfecta, Alma. —Me sostuvo la mirada, su mano ahora subiendo hasta mi mejilla—. Te amo tanto que a veces me asusta.
Su confesión me desarmó completamente. Me apoyé en su pecho, sintiendo el calor de su piel contra mi mejilla, mientras sus brazos me rodeaban con fuerza.
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Susurros en Llamas
RomantikAlma y Dante son dos almas intensas, unidas por un amor que arde tanto como destruye. Atrapados en un juego de pasión y orgullo, sus constantes enfrentamientos y reconciliaciones se vuelven el combustible de una relación llena de altibajos. Pero cua...