El sol de la mañana iluminaba todo con una suavidad que me hacía sentir más tranquilo de lo normal. Alma estaba a mi lado, su barriga ligeramente visible bajo el vestido que llevaba, y sus pasos suaves pero decididos. Había prometido que íbamos a disfrutar del día, alejados de los problemas, de todo lo que había pasado. Quería que estuviera feliz, y que, por una vez, pudiéramos tener algo de normalidad.
Caminábamos por el parque, un lugar tranquilo y apartado, y el aire fresco llenaba mis pulmones mientras observaba cómo se movía a mi lado. Alma había cambiado mucho en los últimos días, pero aún conservaba esa actitud fuerte que siempre me había cautivado. Sin embargo, no todo era perfecto; algo en su actitud me decía que algo no iba bien.
—¿Sabes? No me gusta este lugar tanto como pensaba —dijo Alma, girando su rostro hacia el cielo con una expresión pensativa.
Sonreí y la miré. A veces parecía que necesitaba algo más que palabras, como si estuviera buscando alguna salida de su mente que siempre estaba llena de dudas.
—No tienes que quedarte si no te gusta —respondí, intentando mantener el tono tranquilo. Sabía que cualquier cosa que pudiera hacerla sentir incómoda no debía aumentar su estrés, mucho menos ahora que estaba embarazada de nuestros trillizos.
Alma frunció el ceño, casi sin querer, como si mis palabras la hubieran molestado sin razón.
—No es eso, Dante —dijo, más para ella misma que para mí. Sus ojos se perdieron en la distancia, como si pensara en algo muy lejano. Me di cuenta de que estaba evitando mirarme.
—Entonces ¿qué es? —pregunté, tratando de desentrañar lo que estaba pasando en su mente. No pude evitar sentir un leve malestar al ver que algo parecía nublar su ánimo.
—Nada. Simplemente… es raro. —Su tono no tenía mucho sentido, y eso me preocupó más. Alma nunca solía ser tan evasiva.
—Alma, cálmate. ¿No ves que todo va a estar bien? No quiero que te preocupes por cosas innecesarias —le dije con calma, poniéndome frente a ella y tocando sus hombros con suavidad. Mi corazón latía un poco más rápido de lo normal. Sabía que las hormonas y la presión de todo lo que había pasado podían afectarla más de lo que mostraba.
Ella me miró, pero no de la forma en que lo hacía antes. Había algo de molestia en sus ojos.
—No me trates como si fuera una niña, Dante. No estoy nerviosa —respondió, su tono cargado de algo más, como si quisiera alejarse de lo que yo intentaba ofrecerle.
La miré, pero no respondí de inmediato. Sabía que no debía levantar la voz. No ahora, no con ella. Sin embargo, el cansancio comenzaba a invadir mi pecho. No quería pelear, pero no podía evitar preocuparme.
—Solo intento que te relajes. Estás embarazada de tres, Alma. Si no te cuidas, me voy a preocupar más —dije, esta vez, un poco más firme.
Alma hizo un gesto con la mano, como si no quisiera seguir la conversación.
—¡Lo sé! ¡Lo sé, Dante! —dijo, apartándose de mí mientras comenzaba a caminar un poco más rápido. Su tono estaba cargado de frustración.
Yo me quedé atrás por un momento, observando cómo se alejaba ligeramente, con el paso acelerado. No era mi intención presionarla, pero a veces ella podía ser tan obstinada que no veía las razones de lo que intentaba hacer por ella.
Decidí no seguirla ni insistir. Sabía que, en el fondo, ella necesitaba tiempo y espacio para procesar todo lo que estaba pasando. Pero sentí que esa era la distancia que, aunque no la quisiera, de alguna forma nos separaba.
Y, aunque quería hablar más, me quedé en silencio, observándola.
El viaje de regreso a casa fue silencioso. Alma estaba a mi lado, mirando por la ventana, como si el mundo exterior fuera más interesante que lo que teníamos entre nosotros. No me molestaba, no de verdad. Sabía que no podía forzarla a hablar, ni a mirar dentro de lo que sentía. Sin embargo, la distancia emocional me estaba matando por dentro. La había visto tan abierta, tan vulnerable en los últimos días, y ahora, parecía una pared.
No podía dejar de mirarla, aunque lo hiciera disimuladamente. Ella estaba preciosa, como siempre, pero había algo diferente. Había algo en su postura, en su expresión, que me decía que no estaba completamente ahí. Me dolía, aunque intentara ocultarlo.
Puse las manos firmemente sobre el volante, y el sonido del motor del coche llenaba el espacio entre nosotros. Traté de pensar en lo que podía decir para romper el silencio, pero sabía que si la forzaba, no lograría nada. Sin embargo, el silencio me estaba matando, y no pude resistirme.
—Alma... —empecé, pero ella no respondió. Sus ojos seguían mirando fijamente por la ventana, como si nada más existiera en ese instante.
Suspiré y volví a intentarlo, esta vez un poco más firme:
—No me hagas esto, Alma.
Ella no me miró, ni siquiera hizo el intento de contestar. La frustración me invadió, y por instinto, posé mi mano sobre su muslo. La sensación de su piel suave bajo mi palma me hizo sentir que, por un segundo, la distancia entre nosotros desaparecía. Comencé a hacer círculos con la yema de mis dedos sobre su piel, buscando una reacción, algo, cualquier cosa que me dijera que no estaba tan lejos de mí como parecía.
Finalmente, Alma giró la cabeza y me miró. Su mirada era cautelosa, pero algo en sus ojos también reflejaba una chispa de... algo más. Algo que reconocí, aunque no quisiera admitirlo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó en voz baja, como si no quisiera que yo supiera cuánto la había afectado.
Sonreí, porque su reacción me decía que había logrado algo, aunque fuera pequeño.
—Te estoy mostrando que aún estoy aquí, Alma. No quiero que me ignores.
El coche frenó ante un semáforo rojo, y el silencio volvió a instalarse entre nosotros, pero ahora, estaba mucho más cargado. Subí mi mano un poco más arriba, haciéndola rozar su pierna de una forma que me hizo desear algo más, algo más que simplemente hablar. Ella no retrocedió, pero tampoco avanzó, lo que me dejó pensando en qué estaba pasando en su cabeza.
Alma giró su cuerpo hacia mí, pero no dijo nada. Miró mis labios un segundo y luego se inclinó hacia mí. Puedo decir que mi corazón empezó a latir más rápido.
De repente, sin previo aviso, sus labios se acercaron a mi oído. Su aliento caliente me hizo cerrar los ojos por un momento, y su voz, suave y seductora, susurró:
—Sabes lo que quiero, Dante.
Y sin más, mordió ligeramente mi lóbulo de la oreja, enviando un escalofrío por todo mi cuerpo. Me quedé inmóvil por un segundo, procesando lo que acababa de suceder, pero no podía dejar de sonreír. Si ella pensaba que podía hacerme perder el control tan fácilmente, estaba muy equivocada.
El semáforo se puso en verde, y aceleré sin pensarlo. No dije nada, pero sabía que esa pequeña chispa había sido suficiente. Era una señal de que aún podía alcanzarla.
—Esta noche vamos a conocer a mis padres —dije, desviando la conversación por completo, buscando quitarle algo de tensión al momento. No podía quedarme atrapado solo en lo físico, y la idea de tener que presentarla a mis padres me dejaba algo nervioso, aunque no lo admitiera.
Alma me miró por fin, y por un segundo, me sentí como si estuviéramos en el mismo lugar, en la misma página, como si todo lo que había pasado entre nosotros quedara atrás.
—¿Tus padres? —preguntó, sin perder la curiosidad, pero también había algo de inquietud en su voz.
—Sí —respondí, con una sonrisa traviesa—. Tienes que conocerlos. Ellos son... bien, muy diferentes a ti y a mí, pero espero que te lleves bien con ellos.
Alma me observó en silencio, asintió y se acomodó en el asiento. Aunque seguía un poco distante, sabía que en el fondo ella también quería entender más, quería estar en mi mundo, y yo no pensaba dejar que se alejara.
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Susurros en Llamas
RomanceAlma y Dante son dos almas intensas, unidas por un amor que arde tanto como destruye. Atrapados en un juego de pasión y orgullo, sus constantes enfrentamientos y reconciliaciones se vuelven el combustible de una relación llena de altibajos. Pero cua...