Capítulo 33| Alma

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Estaba sentada frente al tocador, aplicando cuidadosamente rubor en mis mejillas. Las pinceladas suaves me calmaban un poco, aunque por dentro sentía un torbellino de emociones. Después de todo, esta noche conocería a los padres de Dante, y la idea de enfrentarme a los líderes de la mafia no era precisamente tranquilizadora. Estaba nerviosa, claro, pero trataba de no dejar que eso se notara.

Mientras aplicaba una última capa de rímel, Dante apareció detrás de mí como un susurro. Sus manos grandes y cálidas se posaron suavemente sobre mi barriga, ya un poco más prominente. Sentí su respiración en mi cuello y el roce juguetón de sus dedos, haciéndome cosquillas.

—¿Cómo están mis tres pequeños? —susurró con una sonrisa en su voz, mientras pasaba sus manos por mi vientre, provocándome una pequeña risa involuntaria.

—Están bien, aunque me tienen agotada —respondí, mirándolo a través del espejo. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y adoración que me hizo sonrojar.

Dante se inclinó y me besó la mejilla antes de salir de la habitación, diciendo que tenía que recoger algo. Apenas cerró la puerta, volví a concentrarme en el espejo y en los dos vestidos que tenía frente a mí: uno rojo vibrante y otro negro elegante. Cada uno tenía su encanto, pero ninguno parecía lo suficientemente adecuado para la ocasión.

Suspiré, sintiéndome frustrada. Me levanté y sostuve ambos vestidos frente a mi cuerpo, tratando de decidir, pero nada parecía funcionar. Miré mi reflejo, sintiéndome... fuera de lugar. Nada me quedaba bien. Nada parecía encajar con mi estado de ánimo. La tristeza se coló en mi pecho y mi rostro se tensó. Estaba cansada, y aunque quería que todo saliera bien, sentía que iba a ser un desastre.

Cuando Dante regresó, me encontró de pie frente al espejo, los vestidos en las manos, con el ceño fruncido y los labios apretados. Su presencia llenó la habitación como una ráfaga de aire fresco, pero en ese momento, mi frustración no tenía espacio para calmarse.

—¿Qué pasa? —preguntó, su tono calmado, aunque alerta.

—Nada —respondí, un poco más bruscamente de lo que pretendía. Evité mirarlo directamente, pero podía sentir su mirada fija en mí.

En silencio, Dante se acercó. Puso sus manos en mi cintura y se inclinó para posar su rostro en mi hombro. Desde el reflejo en el espejo, sus ojos me buscaron, llenos de una mezcla de comprensión y algo más intenso. Luego, su boca rozó mi cuello con un beso lento, que me hizo cerrar los ojos por un momento.

—Alma... —su voz era un susurro firme—. Dime qué pasa.

—No sé qué ponerme. Todo es un desastre. Nada me queda bien, Dante —solté finalmente, con una mezcla de frustración y tristeza. Mi voz sonaba más aguda de lo que quería, pero no podía evitarlo.

De inmediato, sentí su cuerpo tensarse detrás de mí. Su mirada en el espejo cambió, y una leve sombra cruzó su rostro. Su agarre en mi cintura se volvió un poco más firme mientras me hacía girar suavemente para que lo enfrentara directamente.

—No vuelvas a decir eso —dijo con un tono bajo, pero lleno de convicción. Su rostro estaba a solo centímetros del mío, sus ojos atrapándome como un imán—. Escúchame bien, Alma. Eres preciosa. La mujer más preciosa del mundo, ¿me oyes? Cada parte de ti es perfecta, y no hay nada que puedas usar o hacer que cambie eso.

Su intensidad me dejó sin palabras. Mi respiración se aceleró, y supe que no tenía forma de contradecirlo. Me acarició la mejilla con el dorso de los dedos, su toque suave pero seguro, y luego me besó en la frente. Ese gesto, tan simple pero tan lleno de ternura, me hizo sentir como si todo mi estrés y dudas se desvanecieran.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora