Eran las 15:30 de una calurosa tarde de verano y Alexandra llegaba a casa después de una intensa mañana de trabajo en la oficina. Los zapatos de tacón la estaban torturando, así que se descalzó y se dirigió a la nevera a coger un refresco.
"Necesito una ducha y echar una buena siesta" pensaba Alexandra.
Subió las escaleras deshaciéndose de la ropa que llevaba puesta y se preparó para su ducha relajante.
Al salir del baño encendió el ventilador y se tumbó en la cama para terminar de secarse. Su piel y su pelo olían a melocotón y el aire del ventilador hizo que se le endurecieran los pezones.
Ahora a Alexandra lo que menos le apetecía era dormir la siesta...
Se mordió el labio inferior mientras con sus manos disfrutaba de la suavidad de su piel. Necesitaba sentirse, llevaba tiempo sin quererse... Así que comenzó lentamente a acariciar sus tetas con una mano mientras con la otra bajaba a su entrepierna. Qué delicia, ya estaba empapada. Abrió sus piernas y deslizó sus dedos arriba y abajo, rozando su clítoris levemente, mojándose la mano entera. Empezó a gemir, estaba realmente excitada. Pellizcaba sus pezones a la vez que trazaba círculos en su clítoris. Más gemidos. Ahora necesitaba más. Comenzó a meter un dedo en su coño, mojadísimo, para luego meter un segundo y moverse con furia. Ya no gemía, ahora jadeaba, arqueaba la espalda y sus dedos entraban hasta el fondo, entraban y salían, sin parar. Joder, estaba a punto de correrse, ansíaba liberarse en un orgasmo intenso. Aceleró el ritmo de sus dedos y se corrió como llevaba tiempo sin hacerlo. A gritos. A mares. A solas con ella misma.
Ahora sí echaría esa siesta, bendita siesta. Exhausta, desnuda y con la sonrisa en los labios de la que sabe quererse bien.