Max observaba por la ventanilla del avión mientras este comenzaba su descenso hacia Londres. El cielo estaba cubierto de nubes grises, pero eso no disminuía su entusiasmo. Cada vez que tenía una semana libre de carreras y Sergio no estaba ocupado con su trabajo, Max tomaba el primer vuelo disponible para visitar a Pato. Esos días eran los más especiales para él, un respiro de la intensidad de la Fórmula 1 y de la atención mediática.
Había pasado ya algunos meses desde que conoció a su hijo, y aunque la relación entre él y Sergio seguía siendo algo tensa, ambos habían acordado centrarse en el bienestar de Pato. Por el momento, eso era suficiente para Max.
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Cuando Max llegó a la puerta de la casa de Sergio, apenas había tocado el timbre cuando la puerta se abrió de golpe.
— ¡Max! —gritó Pato con una sonrisa enorme, corriendo hacia él con los brazos extendidos.
Max dejó su maleta a un lado y lo levantó en brazos, riendo mientras el pequeño envolvía sus brazos alrededor de su cuello.
— Hola, campeón —dijo Max, dándole un beso en la mejilla—. ¿Cómo estás?
— ¡Bien! Papá dijo que ibas a venir.
Sergio apareció detrás de Pato, con una sonrisa tranquila en el rostro.
— Hola, Max —saludó—. Llegaste justo a tiempo. Pato estaba empezando a preguntar cada cinco minutos si ya habías aterrizado.
Max le dedicó una sonrisa de agradecimiento antes de entrar a la casa.
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Max había llegado preparado. Había traído una mochila llena de sorpresas para Pato: rompecabezas, bloques de construcción y una pelota de fútbol con los colores de Red Bull, que sabía que a Sergio le sacaría una sonrisa de incredulidad.
Pato estaba emocionado, y rápidamente convenció a Max de que jugaran juntos en el jardín. El pequeño corría detrás de la pelota, riendo a carcajadas mientras Max fingía ser un portero imbatible.
— ¡Voy a meter gol! —gritó Pato, lanzando la pelota con todas sus fuerzas.
Max se lanzó al suelo dramáticamente, dejando que la pelota pasara por debajo de él.
— ¡No puede ser! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Eres increíble, Pato!
Pato levantó los brazos en señal de victoria, y Sergio, que observaba desde una silla en el jardín, no pudo evitar reírse.
— Si sigues dejándolo ganar, va a pensar que es mejor que tú en todo —comentó Sergio con un toque de diversión en su voz.
Max se levantó del césped, sacudiéndose la tierra.
— Tal vez lo sea —dijo, guiñándole un ojo a Pato, quien estalló en risas.
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Después de jugar, los tres se sentaron en el comedor para disfrutar de una merienda. Sergio había preparado sándwiches y jugo para Pato, mientras Max se conformaba con un café.
— ¿Sabías que Pato ahora sabe los colores de todos los autos de Fórmula 1? —dijo Sergio, mirando a Max con una mezcla de orgullo y diversión.
— ¿En serio? —preguntó Max, mirando al pequeño con admiración—. ¿Puedes decirme de qué color es mi auto?
— ¡Es azul con rojo y amarillo! —respondió Pato rápidamente, con una sonrisa llena de satisfacción.
— Eres un genio, campeón —dijo Max, chocando su mano con la del niño.
Sergio se quedó observándolos, sintiendo una calidez en el pecho que no quería admitir. Ver a Max interactuar con Pato de esa manera, tan natural y cariñosa, le recordaba que había tomado la decisión correcta al permitirle ser parte de la vida de su hijo.
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Cuando el día llegó a su fin, Max ayudó a Sergio a acostar a Pato. Mientras Sergio le leía un cuento, Max se quedó sentado en la esquina de la habitación, observando. Había algo en esa escena que le parecía increíblemente pacífico, como si, por un momento, todo en su vida estuviera en su lugar.
Cuando finalmente apagaron la luz y salieron de la habitación, Max suspiró, mirando la puerta cerrada con una mezcla de felicidad y tristeza.
— Siempre es difícil despedirme —admitió en voz baja.
Sergio lo miró, cruzándose de brazos.
— No tienes que despedirte todavía. Quedaste en la habitación de invitados, ¿recuerdas?
Max asintió, aunque sabía que el día siguiente llegaría demasiado rápido.
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Más tarde esa noche, mientras Sergio estaba ocupado en la cocina, Max se tumbó en la cama de la habitación de invitados y sacó su teléfono.
— ¿Cómo fue? —preguntó Kelly en cuanto atendió la videollamada.
— Fue increíble —respondió Max, sonriendo ampliamente—. Jugamos al fútbol, le enseñé cómo hacer un rompecabezas, y me dijo los colores de mi auto.
— Suena como un día perfecto —comentó Kelly, sonriendo.
— Lo fue, pero... —Max hizo una pausa, su sonrisa desvaneciéndose un poco—. Cada vez que me voy, siento que estoy perdiendo tiempo. Quiero estar más presente, pero con las carreras y todo lo demás, es difícil.
Kelly lo miró con comprensión.
— Max, estás haciendo lo mejor que puedes. Pato ya sabe que estás ahí para él, y eso es lo más importante.
— Lo sé, pero no es suficiente. Quiero más tiempo con él.
— Entonces haz que cada momento cuente —sugirió Kelly—. Sigue mostrando que te importa, y él lo sentirá, incluso si no puedes estar ahí todo el tiempo.
Max asintió, agradecido por las palabras de su amiga.
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Al día siguiente, antes de irse, Max se sentó con Pato en el sofá mientras Sergio observaba desde la cocina.
— ¿Volverás pronto? —preguntó Pato, mirando a Max con ojos grandes y brillantes.
— Siempre que pueda, campeón —respondió Max, tomando sus pequeñas manos entre las suyas—. Y prometo que, aunque no esté aquí todos los días, siempre voy a pensar en ti.
Pato asintió, abrazándolo con fuerza.
Cuando finalmente salió de la casa, Max se detuvo en la acera, mirando hacia atrás por un momento antes de subir a su coche. Sabía que la distancia era difícil, pero estaba decidido a ser el mejor padre posible para Pato, sin importar los obstáculos.
En su mente, solo había una cosa clara: haría todo lo que estuviera en su poder para estar presente en la vida de su hijo, y algún día, esperaba, también en la de Sergio.
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Bajo las Luces de la Tentación
FanfictionEn una fiesta exclusiva, Checo Pérez, un joven doncel de 18 años con sueños de ser modelo, y Max Verstappen, un prometedor piloto de 20 años, se encuentran y se sienten atraídos de inmediato. Tras unas copas y una conversación ligera, deciden dejars...