Despierto, acelerada, al escuchar los gritos de mi hermana retumbando por toda la casa. Apenas recuerdo en dónde estoy mientras salgo disparada de la cama, corriendo hasta su habitación. El terror de que algo malo le esté pasando recorre mi cuerpo entero hasta que la encuentro frente a la ventana, de pie, señalando hacia el exterior.
—¡Te buscan, Ginebra, te buscan! —me grita.
Siento algo revolverse dentro de mí. Corro hasta su lado y sigo sus ojos para encontrarme con un gran coche estacionado justo delante del edificio. A su lado, un grupo de personas alzan dos carteles. En uno de ellos se lee «Ginebra», en el otro «Sue». El click en mi cabeza es instantáneo. Tienen que ser ellos. La OCD. Aquí, fuera de casa, buscándome.
Mamá tenía razón.
Me seleccionaron.
Con el corazón latiéndome a mil, camino nerviosa hasta el baño mientras mi hermana me sigue, algo perdida, pero en absoluto silencio. La evito, intentando prepararme lo más rápido que puedo, o bien, lo que me permite mi cuerpo. Mis manos no tardan en empezar a sudar, delatando mi estado anímico tan nervioso.
Bufo al no encontrar la ropa adecuada, teniendo en cuenta que mi habitación completa es un desastre. Entre la desesperación de tener que hacerme cargo de lo que sea que suceda fuera, apenas puedo concentrarme en buscar algo. La frustración se apodera de mí al instante, dando paso a un definitivo comienzo del día con el pie equivocado.
En eso entra mi hermana, sonriéndome de lo más tranquila.
—Dime que quieres y te lo daré —dice, dándose cuenta de cuál es el problema.
Me giro para observarla, percatándome de quién está actuando con la tranquilidad que a mí me está faltando. Tomo aire, acercándome a ella para abrazarla.
—Lo que sea que no me haga pasar más vergüenza de la que merezco estará bien —susurro, intentando devolverle la sonrisa.
Me vuelvo atrás, descubriendo que en sus manos tiene un conjunto básico, a mi medida, que acaba de crearme con el simple uso de su don. Entre rápidos susurros en los que le agradezco, lo tomo y voy a encerrarme al baño para cambiarme.
—¿Qué ocurre? —escucho que pregunta mientras me visto, desde el otro lado de la puerta.
¿Cómo responder a algo para lo que ni siquiera tú tienes una respuesta certera?
—No lo sé —admito.
Tengo mis sospechas, pero cada una de ellas me lleva a otras miles de preguntas que tampoco puedo responderme todavía.
Termino de alistarme, empezando a cepillarme los dientes para al menos tener la decencia de oler bien. En mi cabeza formo el plan mientras observo el espejo devolverme el pánico en mi cara: bajaré, les preguntaré cuál es su problema y, sea lo que sea, subiré de nuevo. No puede ser tan complicado, y yo tampoco puedo irme así, sin más, dejando sola a Morgan.
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Deja que brille ©
FantascienzaLos humanos se cansaron de ser débiles y ordinarios. ¿Qué fue lo mejor que pudieron hacer? Cambiar. ¿Pero qué es imposible alterar? Un error. Por eso existe Ginebra, por eso es una de otras tantas personas que siguen naciendo sin un don y por eso, t...