Han pasado muchísimos años desde la última vez que caminó por esa calle, que observó aquellas casas apiñadas entre ellas y que se sintió una niña de nuevo. Muchos años, muchos momentos y recuerdos apeñuscados en su memoria a medida que los días pasaban, a medida que ella seguía viviendo.
Siguió caminando en silencio, con los ojos revoloteando por la pequeña vía, buscando el más mínimo indicio de aquella época donde todo era más fácil, donde vivir no representaba un verdadero reto y sus máximas preocupaciones eran sobre si podría salir a jugar o no durante más tiempo de lo normal. Pero no había nada.
Las casas habían ido cambiando y ya nada quedaba de aquellos lugares donde se escondía de la vista de sus amigos, o de los pequeños fragmentos de jardín en los que le gustaba correr a toda velocidad. Ya no había nada y ella se sintió incluso más vieja de lo que era. Sintió que había vivido demasiado en muy poco tiempo.
Sus pasos siguieron por la larga extensión mientras ahora se veía inundada por los recuerdos. Todos esos extractos de su vida que había ido dejando atrás, de los que había ido escapando, como aquella mañana de enero cuando corrió a tomar el autobús a la universidad y se prometió a si misma nunca regresar.
Recuerdos. Recuerdos que la llevaban siempre al mismo camino, en la misma dirección que el viento mecía su cabello, y sus pies se detuvieron justo al lado de aquella reja negra, el mismo lugar que tantas veces había visitado en medio de su desesperanza, incluso en medio de sus sueños más trágicos, donde solo había llanto.
Se quedó ahí, quieta durante un momento, sin pensar en algo y al mismo tiempo con demasiadas cosas dentro de su cabeza como para reconocer alguna. De un momento a otro, su mente reprodujo los gritos, reprodujo el llanto desconsolado y reprodujo aquel olor metálico que tanto parecía atosigarla durante el último tiempo. Cada detalle, estaba ahí, intacto a pesar del cambio de todo, inclusive el de ella misma.
Entonces se dio media vuelta, y clavó sus ojos en la pequeña casa con forma de cuadrado, de color almendra ya roído y con una pequeña ventana al lado. La puerta de cristal permanecía en su lugar, aferrada y protegida por aquellas barandillas negras que habían perdido su pintura cuando ella no era más que una niña.
Y cierra los ojos, porque de un momento a otro las lágrimas han acudido a ellos y amenazan con correr el rímel que tan prolijamente se aplicó esa mañana en el hotel. No quiere llorar, no por no parecer débil sino porque se cansó hace mucho de hacerlo y no piensa volver a caer en eso que ha comenzado a considerar un vicio. Llorar no le da nada, nada más que un sinfín de emociones vacías ya.
Sin embargo, una lágrima se escapa y para engañarse a sí misma, observaba con atención el reloj que cuelga en su muñeca, ese de un brillante color oro y unos adornos de plata que le han parecido lindos la primera vez que los vio. No se fija del todo en la hora, es consciente de que aún tiene mucho tiempo, lo sabe, porque lo planeó con anticipación esa misma mañana frente al espejo.
Su mirada se mantiene fija en las manecillas delgadas de su reloj, no cuenta el tiempo, no se fija en los minutos, sus ojos están clavados ahí pero no están viendo eso, están viendo el pequeño reflejo que el vidrio le ofrece, están viendo con sorpresa la imagen de aquellas ramas viejas sobre su cabeza y lo que hay en ellas.
Alza su cabeza de forma automática, sin darse verdadero tiempo de pensar si quiere verlo, si quiere comprobar que eso sigue ahí, que el tiempo no ha pasado por ese lugar y que por un momento, ella añora regresar al pasado, solo por un momento. Efectivamente, en medio de las ramas abarrotadas de hojas de distintas tonalidades, está ahí, un balón de futbol desinflado y roto por un lado.
Ha estado ahí por los últimos 15 años, si mal no recuerda. Cuando una calurosa tarde lo pateó con demasiada fuerza y se incrustó ahí, entre esas ramas y nunca se decidió a bajar. Exactamente como si hubiese sido la tarde anterior, como si ella siguiera siendo una niña de 12 años molesta con el mundo.
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Sólo un momento.
Short StorySigue caminando y gira en la esquina, no se da la vuelta, no regresa la vista. Sigue echando tierra y sigue cargando con la losa sobre sus hombros pero ahora su mente viaja a otras cosas, a las capas de responsabilidades que ella misma se ha ido adj...