CAPÍTULO 33

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—¿Podrías decirme que fue todo ese espectáculo de niña pequeña? —se cruzó de brazos—. ¡Habían hasta paparazzis en la entrada mirándolas como dos estúpidas!

—¿Hacer lo que debía hacer la primera vez?—eleve mis hombros, restándole importancia.

—Ugh, de todos modos, tampoco quería casarme contigo—rodeó los ojos—. ¿Para qué querías que viniera?

—Solo observa esto.

Inserté el DVD en la consola y puse play, permitiendo ver cada imagen de las cámaras de seguridad italianas, de cómo le pagaba a un trabajador de un bar para que me drogue y como me dejaba tirada repentinamente en la recepción del lugar

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Inserté el DVD en la consola y puse play, permitiendo ver cada imagen de las cámaras de seguridad italianas, de cómo le pagaba a un trabajador de un bar para que me drogue y como me dejaba tirada repentinamente en la recepción del lugar. Ella miraba fijamente cada imagen con un rostro serio, pero a veces se le escapaba alguna que otra risa.

—¿Y? ¿qué quieres? ¿que te aplauda por haber encontrado esto? Es obvio que sucedió.

—¿Para qué dijiste que tu bebé es mío cuando en realidad no sabes de cuantos hombres pertenece?—me paré en frente del televisor.

—Por la misma razón que me caso contigo, cariño—se estiró sobre el sillón, hablando con obviedad.

—¡¿Cuál es?!—pregunté elevando mi voz.

—Es obvia, Lalisa... ¡Estoy aburrida! Mi vida es aburrida, hago absolutamente nada en todo el día y por eso busco drama.

Wow, qué razonamiento.

—Le pediste a tu padre que me amenace tres veces poniendo en riesgo mi vida y la de Jennie solamente por culpa de tu aburrida vida, ¿estás demente, Sana?

—Demente no, aburrida sí—rió—. Y sobre la amenaza de la asiática esa, fue porque me cae mal.

Me está tomando el pelo esta mujer.

De todas las razones que llegué a pensar en algún momento, esa fue la única que nunca se me ocurrió.

Quité la evidencia del aparato e intenté largarme, pero su voz me detuvo.

—¿No tienes curiosidad de por qué no eres su otra madre?—acarició su vientre mirándome fijamente.

Ah eso, me había olvidado. Pequeño detalle.

—Bien, suéltalo—me detuve frente a la puerta con mi mano en la perilla.

—Apestabas a queso.

—¿Qué?—me di la vuelta para verificar si estaba bromeando—. ¿En serio?

—Sí, me equivoqué de pastillas y compré unas que además de dejarte en estado de estúpida, también te dejó con aliento a un apestoso queso.

Así que el queso salvó mi vida prácticamente.

Sin más, me largué del lugar al escuchar las últimas palabras que escucharía de su boca. No tenía rumbo fijo donde ir, así que decidí ir al departamento de mi madre para mostrarle todas las evidencias que tenía en mi poder.

Tu Misterioso Amor - JENLISA G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora