45. Pecados del pasado

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Narra María

Antes de que la mano de Robin fuera capaz de girar la página para continuar aquella desdichada historia de amor en la que estábamos sumidos, mis labios se abrieron sin poder contenerse.

–¡Cielo santo! ¡Él las vió, las pilló juntas! –exclamé nerviosa, como si hubiese sido a mi a la que hubiesen pillado haciendo algo que no debía.

Robin me miró alzando la ceja, contemplándome desconcertado.

–¿Te sorprende más el hecho de que él las haya atrapado juntas que el saber que estaba enamorada de otra mujer? –me preguntó Robin, algo atónito por mi reacción.

–No seas cavernícola, por favor. Has leído igual que yo sobre lo que sentían ambas y con lo enamoradas que estaban, no me puede importar menos que fueran dos chicas. Por dios, yo daría lo que fuera porque me quisieran así... Si el precio a pagar es que sea una mujer, estaría dispuesta a pagarlo gustosamente.

Robin me miraba atónito, impresionado por mis palabras. Me reí de su gesto y de su puritanismo, pero podía sentir que no me juzgaba ni le desagradaban mis palabras.

–Nunca lo hubiese pensado de esa manera. Visto de esa manera es una historia aún más hermosa, aunque igualmente triste y trágica.

–Por desgracia para mí, nunca me ha atraído otra mujer, así que... Pero quién sabe, el futuro es incierto –dije haciendo una voz misteriosa bromeando.

–Eres toda una caja de sorpresas, señorita De la Vega –dijo acompañándome en mi actitud bromista.

–Me lo tomaré como un cumplido, marqués Aguilar –hice una reverencia, con aire regio a la par que burlón.

Ambos nos quedamos un segundo observando secamente al otro, disfrutando en silencio de aquel instante de chanza, hasta que no pudimos soportar más nuestras caras serias y partimos en carcajadas.

Para mi sorpresa, aquel muchacho me seguía sorprendiendo como el primer día. Aunque al principio no había sido por buenos motivos, ahora, cada vez que volvíamos a vernos descubría algo nuevo que seguía impresionándome. Como por ejemplo, lo fácil que era estar con él, lo rápido que era capaz de seguirme el juego o la sencillez con la que me hacía reír.

Algo dentro de mí me tira constantemente hacía él pero es fácil entender que es por lo bien que estoy cada vez que está a mi lado. Aunque no desaparece de mi mente el peso de la preocupación de que nos atrapen, de lo indecente que se considerará todo el asunto si nos descubren no puedo evitar seguir buscándolo después de todo lo que hemos pasado juntos.

La empatía de Max, la protección de León, el apoyo de Lucas y la alegría de Robin se habían convertido en una parte importante de mi vida. Una parte a la que no estaba dispuesta a renunciar.

Son mis amigos y eso no cambiará por la opinión de los demás.

La pena que teñía mis propios pensamientos perturbó mi ánimo y sentí que aquel momento, ambos solos sobre la duras y frías piedras de aquel rincón, iluminado por los últimos rayos de sol que atravesaban los cristales de colores de la vidriera, era nuestra única oportunidad para hablar sobre el tema.

–¿Por qué, Robin?

–¿Por qué, qué? –absorto en la siguiente página del libro, no se dió cuenta del cambio en la expresión de mi rostro.

Apretando los dientes, le contesté– ¿Por qué tenemos que pagar nosotros por los pecados de nuestros antepasados?

Su mandíbula se endureció y sus ojos se perdieron entre las letras, viendo más allá de ellas, desorientado. Buscó a tienta los míos, como si quisiera leer en ellos las respuestas que no encontraba en el papel. Sus pupilas estaban afiladas, pero en vez de darle un aspecto enfurecido como yo esperaba, parecía más... triste.

–No lo sé, pajarito. Supongo que es porque es lo que se espera de nosotros.

–No es justo –me quejé haciendo un mohín infantil.

–El mundo no es justo –recalcó duramente en respuesta.

Enmudecí, luchando internamente con mi propia furia por tener que soportar aquella estúpida rivalidad.

–¿Crees que podríamos terminar con esto? Con toda esta irracional guerra –incluso yo noté mi tono apagado, aunque sabía que en el fondo la esperanza gobernaba en mi corazón.

Robin se quedó en silencio unos segundos, pensando seriamente en mi pregunta, como si estuviera planteándose los cientos de escenarios posibles para ver en cual era posible que consiguiéramos lo que queríamos.

–La verdad, no lo sé. Cuando pienso en detener a mi padre, siempre recuerdo a mi hermana. Ella lo intentó y mira como acabó aquella historia: ella loca, tu tío destrozado y mi padre aún más cruel. Cada vez que revivo todo lo que pasó, saco la misma conclusión... –apretó la mandíbula, sopesando con cuidado sus siguientes palabras– Mi hermana estaba luchando contra el destino, como si hubiese estado escrito que nuestras familias tenían que permanecer odiándose hasta el final de los tiempos –zarandeó la cabeza, como si quisiera borrar de su cabeza aquellos pensamientos–. Quién sabe, quizás estamos malditos, quizás todo este detestable valle está hechizado y es todo cosa de magia.

Aunque lo último sonó como si lo dijera en broma, aligerando el ambiente, sus palabras calaron en mi. Quizás tenía razón y había en juego algo más que las voluntades de los cabezas de familia, quizás era cosa de magia. Me sorprendió aquel planteamiento, nunca lo habría considerado una opción si no lo hubiera mencionado.

Quizás Robin tenía razón.

El peso de aquella posible revelación me consternó. No quería que esto continuara así pero tampoco acabar como Morgana.

Queriendo olvidar el asunto hasta que pudiera volver a replanteármelo con calma, dirigí mis ojos de nuevo al libro, dispuesta a centrarme en otra cosa.

Fue entonces cuando la ví con claridad, una ilustración de la última escena que habíamos leído. Un bosque lúgubre decoraba los márgenes de la página recalcando la atención en el claro que se encontraba justo en medio. En el centro, iluminado por la nítida luz de la luna, se encontraba un gran cúmulo de rocas que se encontraba en el ángulo exacto para crear la ilusión óptica de que servían de apoyo para la majestuosa perla del cielo. Justo en el foco de la escena, se encontraban ambas chicas, una un poco más baja que la otra, ambas enlazadas en un abrazo mientras se perdían en un suave y gentil beso. Y para terminar la imagen, justo en el margen inferior, una sombra negra se encontraba de espaldas observando la escena.

Aquel color tan negro como el carbón me provocó un escalofrío.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora