Perfect Love 3: The Last Day (Tokio Hotel Twc)

Capítulo 36: El plan de Ignacio

Perfect Love 3: The Last Day

Capítulo 36: El plan de Ignacio

Al día siguiente, en cuanto la multitud de habitantes llenó el ayuntamiento y otros tantos quedaron en las afueras, la voz fuerte del sheriff retumbó por los rincones, haciéndolos callar y fijar su atención al frente. Ignacio de Basco y Vargas, arregló sus guantes de tela fina y agitó su capa pomposamente, provocando el desagrado de la gente que a duras penas lograba abrigarse lo suficiente en esos tiempos fríos. Georg aclaró su garganta y comenzó.

—Nos hemos reunido hoy para tratar un tema que nos afecta a todos, como habitantes de Berlín. En cosa de pocos días, hemos sido víctimas de dos atentados incendiarios: uno de ellos en contra de uno de los políticos respetables de nuestra sociedad y el otro, un ataque contra la estación de policía del pueblo. En resumen, una agresión directa contra los líderes de la ciudad. —Al terminar de pronunciar estas palabras, unos susurros se levantaron entre la multitud, pero que volvieron a suavizarse cuando el castaño hizo ademán de continuar con su discurso.

En medio de la multitud, Montgomery Reber y su familia escuchaban con atención. El padre de familia estaba a punto de dirigirse hacia el estrado y hablar contra la terrible ola de crímenes que azotaba la ciudad, pero era el mismo Steve, quien sujetaba su brazo con fuerzas, impidiendo que hiciera tal cosa.

Desde el incendio, Steve se dedicó a persuadir a su padre para que dejara de confraternizar con el enviado de España, alegando que su llegada, lejos de ser auspiciosa para el pueblo, había sido literalmente una maldición, un azote de fuego que había acabado primero con su hogar y luego con el símbolo de la ley y el orden: la estación de policía. Montgomery, su padre, se había negado en un principio, pero la posterior muerte del incendiario, dejaba claro que el mismo enviado había tenido que ver en el asesinato del perpetrador del primer incendio.

Además, los hijos de los Kaulitz, habían demostrado con pequeños actos, que sí se podía contar con ellos. La bella sonrisa de su nieta, cuando el chico de cabellos rubios, Adam, apareció un día con una plata, semejante a la que su esposa le había regalado a la niña, enterneció su corazón.

—¡No nos quedaremos de brazos cruzados! —Exclamó el sheriff y cuando se preparaba para proseguir, un gran ruido de cascos de caballos se dejó escuchar. Todos guardaron silencio, mientras las personas de la entrada abrían paso a dos enormes caballos, montados por guerreros cruzados, que haciendo tintinear sus armaduras, se acercaron a paso lento hasta el frente del ayuntamiento. Georg arrugó el ceño al ver que los sementales arrastraban algo, un pequeño carro—. ¡¿Qué rayos está pasando?!

—Tendré que interrumpir el discurso del sheriff, pues traigo un mensaje muy importante de la Santa Cede. —La voz de Ignacio hizo eco en el lugar, no porque hubiese hablado muy fuerte, sino porque el silencio que reinó con la llegada de los guerreros, hundió la estancia con un terror único, que solo se manifestaba con la presencia de la inquisición.

—No puede interrumpir al sheriff, él es la ley en el pueblo —afirmó Sonja, poniéndose junto al castaño.

Ignacio le dio una mirada llena de asco y dijo muy suavemente—. Cállate mujer, este no es lugar para ti —y luego alzó el tono y sonrió fingidamente al resto de los pobladores—. Como decía, tengo un mensaje de la Santa Cede, que nadie debe dejar de oír.

Entre la multitud, las mujeres sujetaron las manos de sus maridos, dándose miradas temerosas. Los hijos temblaron, pero trataron de mantener a raya su miedo, para no avergonzar a sus padres. La incertidumbre los atormentaba, el temor los paralizaba, pero a la vez, todos y cada uno de ellos, quería salir corriendo, para no escuchar la sentencia que el enviado de España dictaría, porque aun sin decir una palabra, ellos sabían lo que aquella exhibición representaba... muerte.