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Cuando finalmente llegaron a la casa de la abadesa, Dylan abrió la puerta y la sostuvo para que Emily entrara. Una vez dentro, el lugar estaba cálidamente iluminado y parecía acogedor.

La abadesa estaba sentada en un sillón cerca de la chimenea, y cuando los vio entrar, se levantó inmediatamente y se acercó a ellos.

-¡Gracias a Dios, llegaron!- Exclamó Raquel, sus ojos llenos de preocupación. Se volvió hacia la joven y la envolvió en un abrazo maternal.

-Vamos querida, siéntate en el sillón cerca de la chimenea. Estarás bien cómoda allí.- Dijo con tono reconfortante.

La mujer acompañó a Emily al sillón cercano a la chimenea y la instaló confortablemente allí. Entonces se volvió hacia Dylan y le hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza.

-Gracias por traerla aquí. Esto es lo mejor para ella y lo sabes.-

-Lo sé, pero necesitaba un poco de persuasión.- Respondió Dylan con tono tranquilo.

En ese momento, la abadesa se volvió hacia la pelirroja con una sonrisa triste y le acarició la mejilla con delicadeza.

-Querida, sé que estás pasando por un momento difícil. Pero necesitas descansar. ¿Te gustaría algo para tomar? Puedo prepararte un poco de té.- Decía, mientras le daba señas a al novicio indicándole que se fuera.

-Has hecho lo correcto.- Le dijo. -Y sabes que puedo cuidar de ella ahora. Puedes irte si lo deseas. Sé que es tarde y seguro tienes otras cosas que hacer.-

El aún sin querer irse y no quería dejarla sola. Pero luego se dio cuenta de que la Raquel tenía razón.

-De acuerdo.- Le dijo a regañadientes. -Pero, ¿seguro que estará bien?-

-Estará bien, no te preocupes.- Le respondió la abadesa. -Yo la cuidaré. Ahora, vete y descansa tú también. Lo necesitas.-

Dylan asintió ligeramente, aún un poco dudoso. Pero se despidió de la abadesa y de Emily con un gesto de la cabeza y se volvió hacia la puerta. Antes de marcharse, se volvió una última vez para mirar a la chica, aún sentada delante de la chimenea, todavía en silencio y claramente sumida en sus pensamientos.

Cuando salió y cerró la puerta tras él, la abadesa se volvió hacia Emily y se sentó en el sillón cercano. Miró a la joven con una expresión llena de preocupación y compasión.

-Emily, cariño.- Dijo suavemente. -estás destrozada y es normal. Pero necesitas descansar, ¿vale?-

Ella no respondió de inmediato, simplemente siguió sentada frente a la chimenea, con los ojos perdidos en los ardientes troncos. Pero finalmente, rompió su silencio con voz débil y trémula.

-No... no puedo dormir.- Susurró. -Todavía la veo. En mis sueños. Siempre ahí. Y... no sé cómo hacer que esto pare.-

La mujer se inclinó ligeramente hacia delante y tomó las manos de la muchacha en las suyas, tratando de darle consuelo y apoyo.

-Es natural que la veas, querida.- Dijo con voz suave. -Ella formaba parte de tu vida, de tu familia. Y su ausencia es algo muy difícil de aceptar. Pero no la has perdido del todo, ella permanece en tu corazón, en tus recuerdos.-

-Pero... no es lo mismo.- Respondió la pelirroja con una voz quebrada. -No puedo tocarla, no puedo oír su voz... Siento que una parte de mí se ha ido con ella y que nunca va a volver.-

La abadesa comprendía perfectamente el dolor de Emily y su desesperación. Sabía que no había palabras mágicas que pudieran hacer desaparecer su tristeza, pero quería intentar consolar a la joven lo mejor que pudiera.

|𝐂𝐚𝐥𝐥𝐞𝐣ó𝐧 𝐒𝐢𝐧 𝐒𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚| [EN CURSO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora