Capítulo 10

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En las colinas del hogar de Pony, un nuevo día comenzaba con la suave luz del amanecer filtrándose a través de las ventanas. La hermana María estaba sentada en una silla junto a los niños, con una sonrisa amable en su rostro, mientras sostenía en sus manos una carta que había llegado de parte de Candy. Todos los pequeños se habían reunido a su alrededor, sus ojos brillando con curiosidad y emoción.


—"Fue una fiesta espléndida. Lamento no poder mostrarles mi vestido a la Señorita Pony y a todos ustedes, pero podrán verlo en esta fotografía. — Junto a la carta, la hermana María les mostró una pequeña foto de Candy, radiante con el hermoso vestido blanco que Beatrice le había regalado. La imagen capturaba a Candy con una sonrisa amplia, con su vestido elegante y una expresión que reflejaba tanto emoción como nerviosismo.


Al ver la fotografía, surgió una ola de exclamaciones llenas de asombro y alegría entre los niños. —"¡Qué linda!" —exclamó un pequeño, el más pequeño de todos, con los ojos muy abiertos.—"¡Parecía una princesa!" —añadió una pequeña con coletas, juntando las manos con emoción. —"¡Yo quiero verla a ella!" —gritó John, levantando la mano como si quisiera tocar la foto.


La hermana María rió suavemente, conmovida por la reacción de los niños. —"Algún día podrán verla, pequeños." les dijo con ternura, acariciando la cabeza de uno de los niños cercanos.


En ese momento, la señorita Pony se acercó con su característico aire calmado y maternal, observando a los niños con una sonrisa llena de orgullo y cariño. — "Parece que nuestra Candy se ha convertido en la hija de los Leagan",— comentó, su voz suave pero cargada de un toque de alegría.


Los niños miraron a la Señorita Pony con ojos curiosos, sin entender completamente el significado de sus palabras, pero sabiendo que Candy siempre sería parte de su familia, sin importar lo lejos que estuviera. La hermana María asintió, sus ojos posándose nuevamente en la foto de Candy.

[...]


En la sala de la majestuosa mansión Leagan, la señora Leagan estaba sentada elegantemente, con una taza de té en las manos, rodeada por sus tres hijos: Beatrice, Neil y Elisa. Sus expresiones varían, desde la tranquilidad calculadora de la señora Leagan hasta la leve impaciencia de Elisa y la indiferencia fingida de Neil. Beatrice, por su parte, mantenía una expresión serena, pero observadora, como siempre lista para intervenir si la situación lo requería.


—"Asegúrate de que Candy venga inmediatamente",— ordenó la señora Leagan a una de las mucamas, su tono firme y autoritario, dejando claro que no estaba dispuesta a aceptar ninguna demora. La mucama se acercó respetuosamente y salió de la habitación apresuradamente, comprendiendo la importancia de la solicitud.


Beatrice observaba a su madre con una mezcla de curiosidad y cautela. Sabía que su madre no solía llamar a Candy para simplemente conversar. Desde la fiesta de la noche anterior, las cosas parecían haber cambiado ligeramente en la dinámica de la casa. Los murmullos de los invitados, la crítica sutil de la tía abuela Elroy y la creciente atención de Anthony hacia Candy no habían pasado desapercibidos para nadie.


Neil, por su parte, no pudo evitar soltar una risa sarcástica. —¿Qué crees que hará esta vez la pequeña pecosa? Tal vez esta vez no la salven sus 'caballeros' de anoche", —comentó, dirigiéndose a Elisa con una sonrisa de complicidad. Elisa cruzó los brazos, mirando hacia la puerta con una expresión llena de desdén. —"Esa Candy se está metiendo demasiado en nuestro mundo",— dijo en voz baja, casi como si estuviera hablando para sí misma. —"No entiendo cómo puede seguir apareciendo en todas partes... Como si realmente perteneciera aquí".


La pequeña Leagan | Candy CandyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora