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Si tuvieras un futuro incierto, como actuarias?

Si todo estuviese perdido, que importancia le darías...a la cordura?

Los blancos cabellos, si, como la nieve,  de la muchacha golpeaban furiosamente su rostro, siendo el viento su complice.

Su mirada pérdida e ilegible, misteriosa e inexpresiva, observaba cada paso que ella misma daba, mientras bajaba escalón por escalón.

La escalerilla del parque era eterna, un infierno para la mayoría.

Pero ella...

Ella lo veía como un juego más

¿Qué a donde te lleva?

Pues, a escalón arriba, encontraras una muchedumbre típica de familias en domingos.
Escalón abajo, una hermosa baranda con vista al mar, y una gran cantidad de jóvenes, haciendo cosas, de jóvenes...

Bajar se le hacía tan divertido.

Como una danza

Una canción que nadie más oía, la acompañaba.

Una canción de su mente, de su recuerdo fragmentado, pero un recuerdo al fin y al cabo.

Puntapié, y giro, puntapié, y giro.

La gente, aterrada, miraba como la jovencita daba traspié y traspié, y no caía.

Nadie sabía, que sus intenciones, eran caer.

Pensamientos como "Esa chiquilla esta loca" ya eran comunes a su alrededor.

Tanto, que se podría decir que era telepatía colectiva.

Y esa niña que era la locura de los cuerdos, no hacía nada más que saltar y canturrear en voz bajita, diminuta, pero oyente.
Con sus ojos grandes, grandes y sin abismo de miedos, pudo darse cuenta de que había llegado al final de su juego.

Un juego de por lo menos 78 escalones, bajo el frío común de la ciudad de Londres.

Londres nunca había sido más triste, más melancólica. Se suponía que era un lugar mágico y a la perfección. Sin embargo...la población llegó a un punto de alejamiento, que hasta el más tonto se daba cuenta de que ya nada era como antes.

Si, el mundo había cambiado demasiado, para el gusto de los sabios.

Pero ese es otro tema. Un tema que también Finn quiere olvidar.

Finn.

Así era como se hacía llamar la muchacha.

Algo absurdo, ya que es un nombre comúnmente masculino, y ella no tiene la menor pinta de tener barba, músculos, o demás características masculinas.

Pero estamos en una mente retorcida, y ella lo sabe.

Finn, si, la muchacha de ojos grises, grises como esas viejas fotografías tuyas, se dirigió al barandal. Si, ese con vista al mar.

Su aspecto daba mucho que despreciar. Un experto en modas, hubiera vomitado sus waffles sin azucar de esa mañana.

Una camisa blanca desabotonada, tapaba lo justo y lo necesario, teniendo en cuenta que es una muchacha.

Pero el frío ese día era más fuerte, por lo que su instinto cuerdo, accedió a un saco negro, de quien sabe si tres o más tallas de grande.

Lo más cómico eran sus pantalones cortos y desgastados, demasiados grandes para su tamaño, sujetos por unos tirantes de colores muy chillones y coloridos.

Unas vendas cubrían la mayoría de sus piernas. Por lo menos de la rodilla hasta los talones. Sus pies, en cambio, estaban descalzos, danzaba descalza, pero aún así, sus pies de porcelana se movían con delicadeza extrema y con tanta gracia, que era imposible imaginar su agilidad al moverse.

SilenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora