Ahí estábamos los dos, frente a frente, sobre la gran cama aterciopelada. Minutos antes me dejé caer en ella y este seductor aprovechó para ponerse encima mio, apoyándose sobre sus brazos para no aplastarme, como el caballero que es. Empezó a besarme el cuello y esta acción provocó que arqueara la espalda, momento que le sirvió para desabrochar mi vestido y apartarlo de entre nosotros. Al lanzarlo aproveché su pequeño desliz y con un movimiento rápido me puse sobre él y pude notar entre mis piernas la felicidad que él sentía estando conmigo.
Solté uno a uno los botones de su camisa para dejar al descubierto esos pectorales definidos, al igual que ese abdomen marcado y bronceado, partes de su cuerpo las cuales comencé a besar dejando la marca de mi ya poco carmín. Como mujer que puede hacer más de una cosa al mismo tiempo, desabroché su frío cinturón y, como no, para igualar, lo dejé en paños menores.
Dejé de besar ese cuerpo creado por dioses y alcé mis brazos, signo que el entendió y noté como con suma delicadeza soltaba mi sujetador negro de encaje. Gracias al alcohol de hace una hora, que alguien me viera desnuda no me importaba, es más, me causaba morbo y me hacía sentir que tenía que ir a por todas. Él se quedó mirando mi torso, con esos ojos azul verdosos que encandilan. Antes de llegar a la parte importante, decidió acariciar mi espalda y dejar pequeños besos en mi vientre, besos que poco a poco subían y subían hasta llegar a mis pechos. En ese momento pasó de dulce a salvaje, de dar delicados besos a apretujar mis senos, causándome placer. Mientras su cara estaba en mi pecho yo jugaba con su pelo, acto que causaba su estremecimiento. Agarré su cabellera, haciendo que me mirara a los ojos y así poder darle un beso fugaz, largo, lleno de pasión y deseo.
Nos quitamos a la par nuestra última prenda, que tapaba nuestro "medio de unión", para poder hacer uso del amor que sentíamos el uno por el otro. Él me miró de arriba abajo haciéndome sentir bella y me abalancé sobre él, inhabilitando sus muñecas para hacerle saber que el control lo tenía yo. Con un movimiento de cadera, por fin estábamos unidos. Sabía de antemano que él no era virgen y eso me transmitía confianza hacia él pues estaba segura de que no iba a hacer que mi primera vez fuera algo que quisiera olvidar y que haría todo lo posible para hacerme sentir cómoda y segura. Sin darme cuenta yo estaba debajo, cosa que me aliviaba pues no sabía qué tenía que hacer ahí arriba.
Sus movimientos fueron cuidadosos y tranquilos, pero sin llegar a ser aburridos. Fue un tanto doloroso al principio y, lógicamente, grité un poco. "¿Estás bien? ¿Te duele?" me preguntó preocupado. Dije que no, que, por favor, siguiera. Me hizo caso y lo que en un principio era dolor, acabó siendo placer y gozo. Cada vez él iba más deprisa y eso me estaba encantando. Nuestros gemidos se compenetraban a la perfección y prácticamente llegamos juntos al orgasmo.
Me quedé mirándolo, al igual que él a mi, haciéndome ruborizar. Fui atrevida y me acerqué a él y presté atención a su corazón, que palpitaba con fuerza. También me percaté de su respiración, que era agitada, al igual que la mía. Definitivamente estábamos agotados y eso que solo fue batalla de una ronda. Lo miré sin salir de ese abrazo y pude ver como me miraba, queriendo decir todo pero sin decirme nada. Lo besé y él me devolvió el beso y, a partir de ahí, empezó la segunda ronda, que le dio paso a la tercera. Creo que hubo un total de cuatro, la última mejor que la anterior.
Tras la cuarta, justo antes de quedarme dormida, logré oír ese maravilloso "te quiero" que salió de sus perfectos labios, y, con las pocas fuerzas que me quedaban, pude decirle "yo también te quiero". Nos dormimos inmersos en un cálido y hermoso beso.