Jennie, una modelo y abogada argen-coreana de 25 años, desempleada y con una gran lista de deseos, decide abandonar su país natal, Corea del Sur, para encontrar una nueva oportunidad en Francia y vivir allí, donde conocerá a una joven, con muchísima...
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Ya casi había pasado un mes desde la muerte de Joon-ho Minatozaki y los medios de comunicación apuntaban a atacarme solamente a mí, hasta donde me permití ver.
De vez en cuando, un médico de confianza de la familia venía a revisar la salud de Lia, ya que no teníamos la oportunidad de salir de la pequeña casa de mis suegros.
En ese momento, Jennie y nuestra hija estaban plácidamente dormidas, mientras yo permanecía sentada sobre el respaldo de la cama, al borde del colapso por haber visto durante absolutamente toda la noche el noticiero nocturno y buscando toda la información que fue dada durante estos últimos días.
Unos pequeños golpes en la puerta hicieron que nos levantáramos en ese mismo instante.
—¿Quién es?—pregunté acercándome a la escalera, a la vez que la castaña se escondía dentro del baño en suite junto a la pequeña.
—¡Correo!—se oyó desde afuera.
Mantuve mi mano sobre la perilla, dudando de la presencia de un tal cartero.
Mi vista se posó a una pala de cavar que había junto a la puerta. Así que la tomé con mis dos manos, colocándola por detrás de mí y abrí la puerta lentamente listo para cualquier aparición indeseada.
—Tengo terribles noticias, Joon-ho está muerto—dijo Teseo entrando a la morada con total tranquilidad—. Ya puedes bajar la pala, rubiecita.
—Oh si, ni me digas—gruñí cerrando el portillo.
—Probablemente ya sepas que están buscándote—se sentó sobre el sillón, dejando sobre la mesa unas bolsas con comida—. ¡Jennie, sé que estás aquí!—gritó desde su sitio, haciendo que ellas salgan de su escondite—. ¡El tío Teseo vino a ayudar y quiere volver a ver a su sobrina!
—¡Por fin puedo hablar con alguien que no sea Lisa!—rió mientras dejaba a la bebé en brazos de su hermano.
—Sí, como sea—rodeé los ojos, apoyándome sobre la pala.
No perdimos el tiempo y mi cuñado nos puso al tanto de todo lo que estaba sucediendo en París. Como las veces en que intentaron buscar a ambas, lo cual no sabíamos, ya que creíamos que sólo me buscaban a mí, las veces en que allanaron las residencias de nuestras familias e incluso nuestros departamentos solitarios y demás.
— ¿Y por qué no han venido hasta aquí? Esta pequeña casa pertenece a nuestro padre.
—En realidad...—dudó fijando su vista al techo—. Esta casa no pertenece a nadie.
—¿Qué? ¿entonces estamos usurpando una casa?—pregunté fuera de sí.
—No... O sea, sí, pero no—carcajeó—. No han escriturado esta casa desde que mi tatarabuela falleció, entonces no le pertenece a nadie.
—No parece una casa del 1800 sinceramente—miré todo el lugar extrañada.
—Lógicamente lo es, pero la hemos reformado, aquí vienen algunos familiares cuando algo malo sucede.