4. Cuéntame de ti.

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• No suelo molestar hablando antes de permitirles leer en paz, pero en esta oportunidad debo de agradecerles por todo. Sus votos, sus comentarios, ¡Hasta quiero darle las gracias a los lectores fantasma! Es muy gratificante el recibir una respuesta tan bonita de su parte. Le pondré el mayor empeño a la historia, para ustedes y por ustedes. <3 • 

Para suerte de todos en la secundaria el viernes había llegado al fin. El clima de la primera semana de clases había sido por demás perfecto, cosa que hizo sufrir a gran parte de los estudiantes. Claro,  ¿A quién le gustaría desperdiciar una de las mejores semanas del año asistiendo a clases? Pero el fin de semana se encontraba a unas escasas horas, dos clases más para ser exactos, lo que había subido los ánimos de los alumnos al menos un poco. 


—¡Takami!— Exclamó la anciana profesora de matemáticas, aunque no recibió respuesta alguna por parte del castaño.  —¡Ven acá, enseguida!— Agregó señalando los pupitres de la primera fila.


Sin pronunciar palabra alguna el muchacho tomó su mochila y se levantó de su asiento, caminando pesadamente hacia uno de los pupitres vacíos en la primera fila. Pero al llegar a su destino simplemente observó de mala gana a su profesora y continuó su camino hacia el pasillo. Salió del salón, ignorando los gritos de la anciana, caminando lentamente hasta el patio principal. ¿Qué caso tenía asistir a clases? Había esperado pacientemente toda la semana para poder ver, al menos unos cuantos minutos, al profesor de arte. Pero su suerte era tan mala que no había conseguido cruzarse con él siquiera en los pasillos. Dejó escapar de entre sus labios un pesado suspiro al tiempo en que se arrojó sobre el césped, debajo de la sombra de un enorme árbol, arrojando su mochila a un lado. Se quedó allí, con la mente en blanco, observando el vaivén de las hojas hasta que sonó el timbre del último recreo. Pronto el patio se llenaría de mocosos, pero sobre todo de ruido, insoportable y repugnante ruido. Así que prefirió buscar su tan preciada paz en otra parte, la azotea.  

Se puso la mochila sobre el hombro y caminó con calma hacia la entrada trasera de la escuela. Como todos los días estaba repleto de estudiantes buscando peleas, una que otra chica fácil buscando novio y el infaltable olor a cigarrillos, uno tan fuerte que le quemaría las fosas nasales a cualquiera, pero uno al que Daiki estaba más que acostumbrado. Estaba tan sumido en la nada que no consiguió notar cuando unas chicas les hablaron al pasar, mucho menos cuando sus "amigos" lo llamaron para pedirle cigarrillos. En ese momento nadie le importaba, su mundo se resumía a una sola cosa. A una sola persona. Necesitaba entender que tenía el profesor de arte que conseguía ponerlo de esa manera tan patética, encontrar alguna manera de evitarlo. 


—No soy un marica...— Susurró para sí mismo en cuanto llegó a la azotea, escondiéndose entre unas cajas de cartón vacías. 


Alphonse no era el primer hombre en llamar la atención del castaño, pero sí era el primero que lo tenía de esa forma; a su completa merced. Algo que el mismo Daiki no podía permitir; por más que todas las señales indicaran que era completamente homosexual no era algo que él pudiese aceptar. Desde que tenía memoria se había obligado a estar con chicas, aunque ninguna le gustaba realmente, y desde hacía unos meses sus compañeros lo convencieron de mantener relaciones con la primer muchacha que encontrase. El muchacho había perdido la cuenta de cuantas chicas habían pasado por su habitación, algunas con puros sentimientos hacia él pero eso no le importaba en lo absoluto, él sólo quería probarle al mundo algo que en el fondo era una mentira. Demostrarse a sí algo que no era. 

Entre recuerdos y divagues el recreo terminó, siendo el molesto timbre quien arrancó al castaño de sus pensamientos. Se levantó sin ánimos, sacudiendo el polvo de sus pantalones azules, y se arrastró a paso lento hasta el aula. Sus ojos no se despegaban del suelo hasta que llegó a su salón y una voz familiar le hizo arder el pecho. Levantó tímidamente la mirada y allí estaba, aquel hombre hermoso, con su larga melena color carbón recogida en una pequeña cola de caballo sobre su hombro izquierdo y sus ojos azules clavados sobre el pizarrón. El joven entró sin decir una palabra y se sentó en el fondo del salón, prestando más atención a su profesor que a la clase misma. 


—Bien, eso fue todo por hoy. Tengan un buen fin de semana.— La voz del profesor inundó el salón segundos antes de que sonara el timbre. 


Entre risas y charlas todos salieron del salón con prisa, dejando a Daiki a solas con el suizo. El menor suspiró y se encaminó hasta la puerta, con lentitud, hasta que la voz del mayor se hizo presente de nuevo. 


—Daiki Takami, ¿Verdad?— Preguntó tranquilamente, a lo que el contrario sólo asintió con la cabeza. —Lamento arruinarte los planes, pero tengo la orden de llevarte a clase de castigo unas horas.—

—Ni que me importara demasiado...— Respondió nervioso, intentando disimular la alegría que sentía al poder ver a su amor platónico unos cuantos minutos más. —¿Qué tengo que hacer? ¿Tareas? ¿Escribir una carta pidiendo disculpas?— Preguntó al tiempo en que dejaba caer su cuerpo en uno de los asientos de la primera fila.

—Nada de eso.— El azabache sonrió y las mejillas de Daiki se enrojecieron por completo. —Quiero que me hables de ti, ¿Por qué actúas así? ¿Por qué parece que no te importase tu futuro?— Tras aquellas palabras Alphonse tomó asiento junto a Daiki, posando sus profundos ojos azules sobre la mirada del contrario. 


El muchacho tragó saliva, estaba tan cerca de él y a la vez tan lejos. Podía ver con lujo de detalles a su objeto de deseo, perderse en el océano de su mirada y fantasear cuanto quisiera con aquellos finos y pálidos labios. Los segundos pasaban y Daiki aún seguía perdido en su acompañante, había olvidado la pregunta, se había olvidado del mundo entero. En ese momento el castaño comenzó a dudar, si no era homosexual ¿Qué era? ¿Si no le gustaba Alphonse por qué se sentía de aquella manera tan sólo por tenerlo cerca? Decenas de preguntas se hicieron presentes en su mente, pero él sólo sabía una: Lo que sentía era real, era lo más real que había sentido en toda su vida. Simple atracción causada por un montón de hormonas era algo muy probable, pero algo dentro de él le gritaba que era algo más intento que eso...

En ese momento Alphonse tosió a propósito, arrancando al menor de sus pensamientos. 


—No hay nada importante que decir sobre mí.—

—¿Estás seguro? Estoy aquí para ayudarte, escucharte o lo que sea que necesites. Yo...— Daiki le interrumpió. 

—Por favor... No necesito que nadie finja interés en mí.— La voz del castaño se quebró. —Todos dicen lo mismo, pero cuando los necesitan nunca están.— Su rostro había cambiado y se había puesto completamente a la defensiva. En el fondo de su ser temía que él fuera como todos habían sido con él, hasta usaba las mismas palabras. Sin querer decir se levantó del pupitre dispuesto a marcharse, pero algo lo detuvo.

—Danos una oportunidad.— Respondió en completa calma al tiempo en que tomaba a Daiki por el brazo. —Déjame demostrarte que estamos aquí para ayudarlos. Oye, sé como te sientes, he vivido tu situación. Pero no puedes encerrarte en ti de esa manera, eres un chico brillante, talentoso, pero estás derrochando todo eso. Estás sacrificando tu futuro por nada.—

—Soy basura y siempre lo seré, por favor... No pierdas tu tiempo.—

 —Me recuerdas tanto a mí hace unos cuantos años.— Alphonse simplemente sonrió y arrastró al castaño hacia él, abrazándolo con fuerte contra su pecho. —Déjame ayudarte, por favor.— Susurró.

—Suéltame...—Ordenó sin fuerzas, aunque no hizo el mínimo esfuerzo por liberarse. Se sentía seguro entre los brazos de su profesor, aún cuando temía que todo fuera una mentira... Como siempre.

—Ten.— El suizo apartó al muchacho y le entregó una tarjeta con su número. —Llámame cuando necesites, lo que sea. Sin miedo.— Daiki simplemente tomó aquel papel tímidamente y asintió con la cabeza. —Ahora vete, disfruta la tarde. Pero no le digas a nadie que te dejé ir. Debo parecer un profesor malvado.—


Sin decir más el muchacho se marchó. Su corazón le latía con fuerza y todo su cuerpo temblaba, ¿De verdad aquel hombre podría preocuparse por él? Ya el tiempo lo diría. Guardó el número en su celular y comenzó a caminar a casa. Aún con el azabache en su mente.

 

 

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⏰ Última actualización: Jul 24, 2015 ⏰

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