Capítulo 1: Adho Mukha Svanasana

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- Y volvemos a la postura de Adho Mukha Svanasana o postura del perro hacia abajo. Juntad las piernas atrás y proyectar vuestra energía hacia delante y abajo. Concentraros e intentad apoyar las plantas de los pies en el suelo. Si no podéis no pasa nada, lo importante es que seais capaces de indicar a vuestro cuerpo la dirección que ha de seguir.

Nadia apoyó las palmas de las manos en el suelo y subió el tronco hacia arriba. Intentaba mantener las piernas estiradas al mismo tiempo que relajaba el cuello y las cervicales manteniendo la respiración. Todo esto la costaba bastante esfuerzo pero la parecía sorprendente como en una postura más o menos incomoda podía llegar a encontrarse relajada.

- Vale, perfecto, la clase queda terminada por hoy. Daros las gracias por dedicaros este tiempo y nos vemos el próximo día- dijo la profesora después de un rato de meditación y relajación tumbados sobre la esterilla.

- ¡Nadia! ¿Puedes venir un momento?- la llamó con cara de preocupación.

Nadia se levantó lentamente para no marearse y se acercó a la profesora.

- Sí, dime- le dijo sin tan siquiera ser capaz de levantar la mirada del suelo.

- Nadia, hoy he notado que te costaba mucho concentrarte y controlar la respiración. ¿Estás bien?

- Sí, no se preocupe, es solo que estoy cansada, pero gracias por preocuparse.

- Vale, ya sabes que puedes contar conmigo, que el yoga no es un deporte de cuatro posturas, sino que requiere de mucha concentración mental para que sea efectivo.

- Sí, lo sé y es lo que más me gusta.

- Está bien, nos vemos el próximo día.

Se despidieron. Nadia cogió la esterilla y se dirigió al vestuario apesadumbradamente. Se cambió de ropa, se pusó unas mallas y una camiseta limpias y salió del vestuario sin quedarse a charlar con sus compañeras como hacia normalmente.

Salió del centro de deportes Fun4u, cerca de la calle Arturo Soria, de Madrid y se dirigió hacia la parada del autobús, que por desgracia no quedaba muy cerca. Sentía el contraste entre el calor y el sudor de su cuerpo con el frio helador de la calle. La gente se pensaba que el yoga no es más que hacer cuatro posturas e incluso ella misma pensaba eso antes de ir pero con el tiempo se había dado cuenta de que es mucho más. Requiere de muchísima concentración y esfuerzo que termina con cansancio y en su caso goteando sudor. Era duro pero la recompensa era enorme. Comenzó a practicar yoga hace unos años por obligación de su madre pues era una chica muy nerviosa y siempre la dolía la espalda así que el medico se lo recomendó. Ahora mismo podía notar los beneficios, era mucho más flexible, notaba fuerza en cada uno de sus músculos y era capaz de concentrarse es su respiración durante casi una hora sin que apenas su mente se desvié a otros asuntos.

La gustaba mucho la sensación que sentía al salir de estas clases. Estaba completamente relajada y siempre salía más segura de sí misma, como si pudiera con todo. Pero hoy no, todo era diferente. Hoy se sentía la persona más miserable e insegura del mundo. Tenía problemas y no se encontraba muy bien como había notado la profesora. Tenía mucha confianza con ella y siempre le contaba sus problemas pero esta vez era distinto. No tenía ganas de hablar con nadie y temía que seguramente seguiría así durante unos cuantos días.

Eran las diez y media de la noche, no había nadie por las calles y todo estaba muy oscuro. Solo se veía a Nadia, una joven bajita y pequeña, de piel muy blanquita y con el pelo muy negro, cuyo cuerpo estaba allí pero su mente estaba en otros caminos, los de su interior. Caminaba entre sus múltiples pensamientos que al igual que las calles eran oscuros y negativos. Hoy había discutido con una de las personas más importantes de su vida, su mejor amigo. Y no había sido una discusión cualquiera, sino que había sido la discusión definitiva que probablemente marcaría un antes y un después en su vida. Su mejor amigo se llamaba Elio. Era castaño de ojos verdes. Tenía pinta de duro y en el colegio todo el mundo le guardaba respeto pero Nadia tenía otra visión de él. Ella le veía como un chico dulce y tímido en el fondo, un poco friki, pues se pasaba el día viendo series y leyendo comics; pero para ella era la persona con la que mejor se sentía. Tenían gustos parecidos, ella también era un poco friki y compartían un sentido del humor similar. Jamás se cansaban de estar el uno con el otro, pero estos últimos meses se habían ido distanciando hasta que el día de hoy habían discutido muy fuerte. En verdad todo comenzó por una tontería; él le había pedido el libro de matemáticas para llevárselo a casa (pues había perdido el suyo) y ella le había respondido que no, pues lo necesitaba esta tarde para hacer los deberes. Ahí comenzó todo, en una caída en picado y sin frenos pues comenzaron a echarse cosas en cara. A veces la cosa más simple, trae consigo las peores consecuencias. Ambos tenían siempre respuesta para aquello que el otro le decía. Toda la clase les miraba sin comprender nada. Normalmente estaban siempre juntos y riéndose de cosas que nadie excepto ellos comprendía pero la imagen que presentaban esa mañana era de una pareja en una de sus peores crisis.

Nadia, pensaba en esto y aquello, en sí tendría alguna solución y la mera idea de acabar así, de no volver a estar juntos, de no volver a tener una de aquellas tardes en las que solo estaban ellos y sus conversaciones. Esas conversaciones que daban sentido a una parte de sus vidas, que les hacían sentirse completos, comprendidos el uno por el otro. La mera idea de que todo eso desapareciera de su vida, hizo que se pusiera a llorar desconsoladamente. Primero, según se iba poniendo en lo peor sus ojos se iban poniendo vidriosos hasta que al final, cuando se dio cuenta de que todo eso podía ocurrir, que era verdad, estalló en sollozos y lágrimas cada vez más fuertes. No podía caminar, estaba cansada y el frío congelaba sus articulaciones. Decidió sentarse en un banco. Puso las rodillas sobre la madera y escondió la cabeza entre ellas. Así sentía menos el frio, pero el frio exterior pues el interior aumentaba a medida que las lágrimas caían. Hacía tiempo que no le ocurría algo así, no era de llorar por cualquier cosa y sobre todo, nunca lloraba en público.

De repente, un pensamiento pasó por su mente, estaba enamorada. Nunca lo había pensado, nunca había querido pensarlo y darlo importancia, pero así era, estaba enamorada y estaba sufriendo por amor. Esto no hizo sino avivar más sus lloros. Nunca había sentido algo así y sentía un tornado de sentimientos en su interior. No era capaz de aclararse. Sentía miedo, miedo de sufrir mucho, sentía rencor y odio por las cosas que le había dicho pero también odio hacia sí misma por haber sido tan tonta de enamorarse de un chico que no la correspondía. Ella sabía que no era imposible que estuvieran juntos, principalmente porque a él quien le gustaba era su mejor amiga, Carol, la chica que gustaba a todos los chicos y por supuesto, él no iba a ser una excepción. Se lo había dicho en muchas ocasiones y entonces otro pensamiento se superpuso a los demás. Quizás solo estaba con ella para poder acercarse un poco más a Carol. Quizás nunca le había importado y solo la había utilizado. Esto último ya era demasiado para ella. ¡Ya, ya basta! No podía continuar así, se dijo. Debía llegar a casa y aparentar que todo estaba bien. Sus padres no debían enterarse, pero ni aunque entrara a casa llorando a mares sus padres se enterarían, pensó Nadia pues sus padres estaban demasiado ocupados con su nuevo hermanito, Rubén. Da igual, no debía estar bien por nadie, debía estar bien por ella misma, seguir adelante.

Se levantó del banco, se secó las lágrimas y comenzó a andar. Hasta este momento no había reparado en la terrible oscuridad de las calles. Las luces de las farolas se habían apagado una a una delante suyo. De repente, sintió miedo, mucho miedo y aceleró el paso para llegar cuanto antes. Esperaba no haber perdido el autobús por sus estúpidos lloros y por haberse sentado en un banco a aumentar su pena. No había nadie por las calles y no sabía si eso la ayudaba o la inquietaba. Levantó la cabeza del suelo y vislumbró a lo lejos unas luces. No podía ver mucho por la oscuridad y la niebla pero se imaginó que era el autobús. Echó a correr todo lo rápido que podía pero aún quedaba lejos. La calle era cuesta arriba y ni todos sus esfuerzos fueron suficientes. Llego al final de la calle justo cuando la última persona subía y el conductor arrancaba. Mierda, mierda se dijo. Como podía haber sido tan estúpida. ¿Qué podía hacer ahora? Bien, vale no pasa nada, llamaría a sus padres y vendrían a por ella. Sacó su teléfono del bolsillo y con los dedos temblorosos, casi incapaz de moverlos por el frío marcó el número. Piiiiii, piiiiii, piiiiiii. Lo dejo sonar como unas seis veces. Mierda, no se lo cogían. Ahora sí que no la quedaban muchas opciones. Podía llamar a un taxi, pero no tenía dinero para pagarlo. Así pues la única opción que la quedaba era ir andando y volver a llamarles en un rato. Tampoco vivía demasiado lejos, a media hora aproximadamente pero sus padres no la dejaban ir sola de noche. Ella siempre había creído que eran unos exagerados pero les obedecía. Esa noche, sintió que a lo mejor podían tener algo de razón. El frío helaba sus entrañas y un terrible presentimiento la acompañaba. Por un momento, todos sus miedos, sus llantos y sus problemas quedaron reducidos a un segundo plano. Ahora lo principal era volver a casa. Intentaba andar rápido pero le costaba. Su mente, sus pensamientos eran su peor enemigo pero también eran los únicos que podían ayudarla. Decidió que esta vez no se iba a dejar asustar, no se iba a poner en lo peor sino que decidió imaginarse en su casa. No faltaba tanto, llegaría, se daría una ducha, se pondría el pijama y ¿cenaría? no, no creo, no tenía mucha hambre. Se iría a la cama rápidamente e intentaría no pensar en nada.

Su mente se encontraba más allí que en las calles y así se olvidó de estar atenta, de prestar atención y no se fijó en que el peligro estaba más cerca de lo que ella creía.

la mejor lucha es la sincera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora