CAPITULO 15

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Hoseok.

Me removí en la cama, el dolor punzante recorriendo mi cuerpo como si un camión me hubiese atropellado. Abrí los ojos lentamente, y el parpadeo hizo que mi cabeza diera vueltas. Era como si todo el mundo estuviera girando a mi alrededor y yo, atrapado en medio de ello, no pudiese encontrar mi centro. Me incliné hacia adelante con dificultad, cada movimiento hacía que el dolor en mis costillas y pierna me recorriera con más intensidad. No sabía cuánto tiempo había estado así, tirado, intentando escapar de la incomodidad de este lugar, de mi mente, de mi vida.

Miré hacia abajo, hacia la pierna. La venda que había colocado yo mismo en el muslo izquierdo estaba empapada de sangre nuevamente. Fruncí el ceño al ver cómo la tela de la venda ya estaba saturada, dándome una mueca de impotencia. De nuevo. Pensé en lo que significaba que la herida se hubiera reabierto. Me dejé caer de nuevo en la cama con un suspiro pesado, recordando lo miserable que me sentía.

Anoche... después de haber echado a Taeyong, intenté ignorar el dolor que atravesaba mi cuerpo y mi alma, pero lo único que podía hacer era quedarme allí, atrapado en la miseria. Intenté levantarme, me forcé a moverme hasta el baño, donde me senté en el suelo, agradecido de encontrar el botiquín. Limpié las heridas con torpeza, sintiendo cómo la piel se estiraba y sangraba nuevamente. Las heridas más graves eran las del abdomen y las del muslo. Gracias al traje que llevaba, los correazos que Jackson me había dado apenas me habían dejado marcas, pero la sensación de dolor seguía como un peso constante en mi cuerpo.

Jackson no había regresado esa noche, seguro que estaba con la rubia. Imbécil, pensé. Pero realmente, estaba mas que agradecido de haber tenido un poco de descanso.

Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos, y sentí una oleada de pánico recorrerme. Primero, pensé que era Jackson, pero el no tocaría a la puerta. Así que, me imaginé que era Taeyong, que por alguna razón no me dejaba en paz. Rápidamente, con el dolor punzante en el cuerpo, me metí entre las sábanas, acurrucándome, intentando desaparecer del mundo. No quería enfrentarlo, no quería que me viera así.

La puerta se abrió con suavidad, y una voz conocida, calmada, habló desde el umbral.

— Permiso.

La voz me resultaba familiar, pero no era la de Taeyong, y de alguna forma, eso me desilusionó más de lo que esperaba. Levanté la cabeza, aunque me dolía. Cuando vi quién estaba entrando, mi cuerpo reaccionó instintivamente. Jungwoo. Lo reconocí de inmediato. Venía con una bandeja, y sus ojos, llenos de esa calma fría que lo caracterizaba, me miraban fijamente mientras se acercaba.

Mi estómago se apretó, una sensación de incomodidad recorriéndome al instante. No sabía si sentía alivio o desesperación por ver a Jungwoo.

Jungwoo siguió avanzando, ignorando por completo mi silencio, como si lo esperara o estuviera acostumbrado a él. Colocó la bandeja sobre la pequeña mesa junto a la cama y, con esa voz inexpresiva que siempre lograba hacerme sentir como un insecto bajo la lupa, habló.

— Te traje el desayuno.

No supe qué responder. Mi primera reacción fue querer ignorarlo, pero el peso de su presencia me obligó a moverme. Luché contra el dolor punzante en mi cuerpo y me incorporé con torpeza, intentando mantener una fachada de normalidad. Me recosté contra la cabecera de la cama, respirando profundo para no dejar que los gestos de dolor traicionaran lo mal que me sentía. No dije nada. Simplemente observé cómo colocaba la bandeja sobre mi regazo con una precisión casi mecánica y luego se apartaba un poco, quedándose de pie a un lado de la cama. Su postura era rígida, su mirada fija en mí, pero algo en ella no era lo que yo esperaba. No había la habitual molestia o desprecio que parecía irradiar cada vez que nuestros caminos se cruzaban. Tampoco había calidez, pero esa neutralidad era suficiente para desarmarme.

EL DONCEL Y LA BESTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora