Los días siguientes al funeral pasaron como un susurro constante de deberes, silencios y miradas de consuelo que apenas lograban aliviar mi pena. Mi tienda, que había sido mi refugio, comenzó a sentir como una prisión de nuevo, atrapándome con mis propios pensamientos. Pero el ciclo de la vida en la tribu no se detuvo, y pronto una conmoción se extendió entre las tiendas y carpas.
Los murmullos se mezclaban con risas y suspiros de alivio, y aunque al principio no quise salir, algo en la energía del momento me arrastró fuera.El bullicio afuera de mi tienda me resultaba imposible de ignorar. Las risas y los murmullos parecían envolver la tribu, rompiendo la atmósfera solemne que había reinado durante días. Algo importante estaba ocurriendo.
Después de dudar por un instante, finalmente aparté la tela de la entrada y salí. El aire fresco golpeó mi rostro, trayendo consigo la mezcla familiar de olores de la tribu: madera quemándose, hierbas frescas y el aroma del pan recién hecho.
Frente a mí, vi a Alaeddin Bey de pie junto a Gonga Hatun, ambos con una sonrisa en el rostro. Bala Hatun, Malhun Hatun y Osman Bey estaban frente a ellos, observándolos con atención.
—Hay algo extraño —dijo Bala Hatun, mirando con curiosidad a Alaeddin y Gonga Hatun.
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—¿Qué pasó? ¿Gonga? ¿Alaeddin? —preguntó Osman Bey, frunciendo ligeramente el ceño, intrigado.
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—¿Hijos? —aventuró Malhun Hatun, con una mezcla de sorpresa y emoción en su voz.
Alaeddin Bey dio un paso adelante, con los ojos brillando de orgullo.
—Tengo buenas noticias, mi Bey —anunció con solemnidad, pero no pudo contener la emoción en sus palabras.
Todos lo miraron expectantes, mientras Gonga Hatun apretaba suavemente su mano.
—Ahora pondremos otro plato en nuestra mesa —continuó Alaeddin Bey, dejando que la expectación creciera un momento más.
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