Capítulo 40

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Los días transcurrieron lentamente después de la partida de Orhan. La tribu volvió a su rutina habitual, pero en mi interior todo se sentía diferente. Cada vez que veía a los guerreros entrenar o a las mujeres hablando entre ellas, no podía evitar que mi mente volara hacia Bursa. ¿Estaría Orhan bien? ¿Qué enfrentaría allá? ¿Qué significaría su encuentro con Holofira?

Una tarde, mientras hacía mi ronda por la tribu para asegurarme de que todo estuviera en orden, vi a Gonga Hatun supervisando a un grupo de mujeres que tejían. Su rostro, como siempre, mostraba una serenidad que contrastaba con mi ansiedad. Me acerqué lentamente, sintiendo la necesidad de desahogarme con alguien que no juzgara mis preocupaciones.

—Selamün aleyküm, Gonga Hatun —saludé, esforzándome por mantener la calma en mi voz.

—Aleyküm selam, Elçim Hatun. —Su sonrisa era cálida y acogedora.

—Parece que estás ocupada supervisando este trabajo —comenté, señalando las alfombras que estaban tejiendo con dedicación.

—Sí, las mujeres están haciendo un trabajo maravilloso. Estas alfombras son para un encargo importante en Iznik. Todo debe ser perfecto —respondió Gonga, mientras sus ojos recorrían los diseños con atención.

—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunté, sintiendo que ocuparme con algo práctico podría aliviar mi mente.

Gonga me miró con un destello de sorpresa, pero pronto su expresión se suavizó.

—Por supuesto, tu ayuda siempre será bienvenida. Estamos revisando los detalles de los bordados, es un trabajo minucioso, pero sé que tienes buen ojo para estas cosas.

Me arrodillé junto a ella, tomando una de las alfombras. Mientras trabajábamos juntas, la conversación fluyó naturalmente.

Mientras seguíamos trabajando en silencio, Gonga Hatun me miró con una nueva expresión, como si algo en mi postura o en la tensión en mis manos le indicara que había algo más en lo que me encontraba luchando. Tras un breve silencio, preguntó, con suavidad:

—Elçim Hatun, ¿cómo estás lidiando con la muerte de tu padre? Sé que no ha pasado mucho tiempo desde su partida, y aunque la tribu continúa, el dolor que llevas dentro no desaparece fácilmente.

Su pregunta me sorprendió. Había estado tan centrada en las preocupaciones por Orhan y la tribu que no me había detenido a pensar en mi propio dolor. La muerte de mi padre, aunque ya no tan reciente, seguía siendo una herida abierta, algo que guardaba dentro y que, en ciertos momentos, salía a la superficie.

Me quedé en silencio por un momento, mirando las alfombras que teníamos entre manos, como si buscaras una respuesta en ellas. No podía mentir, y la sinceridad de Gonga me empujó a ser honesta.

—Es difícil —admití, finalmente, con la voz un poco quebrada—. A veces siento que no estoy lista para llevar todo lo que dejó. Mi padre era mi roca, mi guía... y ahora que ya no está, me siento un poco perdida. Pero, al mismo tiempo, tengo que ser fuerte, no solo por mí, sino por todos los que dependen de mí.

Gonga observó atentamente mis palabras y, tras un suspiro, colocó su mano sobre la mía con una suavidad que me reconfortó.

—Elçim Hatun, el dolor nunca desaparece completamente, pero con el tiempo, aprendes a vivir con él. Tu padre te dejó muchas lecciones, y esas lecciones seguirán guiándote, aunque él ya no esté presente. Es importante que no te olvides de ti misma en medio de todo eso. El amor que él te dio es parte de lo que eres hoy.

Sus palabras me llegaron al corazón. Por mucho que lo intentara, no podía dejar de sentir el vacío que había dejado la partida de mi padre, pero al menos ahora entendía que ese dolor también podía ser una fuente de fortaleza. Había tanto de él en mí, en mi forma de pensar, en mi manera de enfrentar las adversidades, que siempre lo llevaría conmigo.

Entre el deber y el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora