Así que mis padres estarán en las gradas el día del partido.
Tardé más de lo que debía en asimilarlo. Tal vez era algo que requería tiempo para cuajar, pero poco a poco me hacía a la idea: ellos estarían ahí, junto a Alison, animándome desde las primeras filas.
Surrealista. No hay otra palabra para describirlo.
Le prometí a Alison que, cuando marcara un golazo, iría directo a dedicárselo. Pero, con mis padres presentes, esa escena ya no fluía tan natural en mi cabeza. No es que me avergonzara de hacerlo. Mi padre, seguramente, me miraría con una mezcla de sorpresa y orgullo; tiene ese lado sentimental escondido que a veces me toma por sorpresa. Pero mi madre... bueno, ella era otra historia.
Nunca se sabe cómo reaccionará esa mujer.
Podría ponerse un poooco celosa por no recibir la dedicatoria o, tal vez, enternecerse y soltar uno de esos suspiros que me hacen rodar los ojos. No era una preocupación seria, pero sí algo que rondaba mi cabeza, especialmente porque Alison iba a conocerlos. Lo único que pedía al universo era que mis padres no se mandaran con esas historias embarazosas que alguna vez mencioné por error.
De cualquier manera, no valía la pena gastar más energía en eso. Vería a mis padres después de varias semanas y, después de años, volverían a estar en un partido mío.
Pensar en eso me trajo a la mente un recuerdo específico de mi infancia, donde en medio de un partido importante, fallé ese maldito penal que nos costó la victoria. Todos en el equipo me miraban, esperando que acertara, y yo, con los nervios a flor de piel, solo podía pensar en no dejar caer a mis compañeros. Tomé aire, miré el balón, concentrado, y cuando lo golpeé, la pelota voló directamente hacia la mano del arquero contrario.
Mi madre, que siempre trataba de protegerme de cualquier decepción, me abrazó, acariciándome el cabello como solía hacer para darme confort.
—No pasa nada, cariño —me dijo, con su tono suave, como si hubiera sido solo un juego, como si fuera lo más natural del mundo.
Esa misma tarde, me llevaron a ese lugar que solíamos visitar después de cualquier desastre: la heladería de la esquina. Mi padre insistió en que pidiera el helado más grande que pudieran hacer, una montaña de todos los sabores que ni siquiera podría terminarme solo.
—Lo importante es que lo intentaste —me decía él, con esa media sonrisa que dejaba entrever lo orgulloso que se sentía, a pesar de todo.
Aunque en ese momento el consuelo era lo último que quería, ahora, al pensarlo, esa pequeña tradición de ir a comer algo dulce después de una derrota me parecía casi entrañable.
Ahora, tiempo después, ellos estarán allí, viéndome competir. No pude evitar sonreír al pensar que, aunque mucho había cambiado, esa sensación de tenerlos a mi lado no lo había hecho. Más allá de sus rarezas, tengo que admitir que era importante para mí que estuvieran ahí.
Qué sentimental te has vuelto.
Ni yo me lo creo. Pero así están las cosas.
Lo que realmente importaba ahora era pasar las pruebas. Si no lo lograba, ni siquiera habría un partido al que pudieran asistir. Así que mejor enfocarme en el presente, y no en lo que podría salir mal después.El sonido de balones rebotando en las canchas me llegó antes de cruzar la entrada del complejo deportivo. Una mezcla de risas, gritos y silbidos llenaba el aire, cargando el ambiente con una energía que hacía cosquillear el estómago.
Miré a Johnny y Gabo, caminando a mi lado con una confianza que casi parecía contagiosa. Johnny, con su actitud de líder nato, estiraba los brazos como si estuviera a punto de enfrentar la final del Mundial.

ESTÁS LEYENDO
Sombras del orgullo
Teen FictionSiempre pensé que la universidad sería solo un paso más en mi vida, una estación de tránsito hacia algo más grande. No esperaba encontrarme atrapado en un laberinto de pasillos, donde el orgullo y el pasado se entrelazan en cada esquina. Si hay algo...