Un pasado por olvidar

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Sarai caminaba por el gran barrio residencial. Las casas allí eran tan grandes como un estadio de fútbol y para alguien que había pasado toda su vida durmiendo al raso en cuaquier callejón seco que encontrara eso era un despilfarro.
Veía como la gente paseaba con sus andares elegantes y ropas extravagantes. Incluso sus mascotas vestían mejor que muchas de las personas que Sarai había conocido a lo largo de su vida y eso no hacía más que enfadarla aún más y hacerla querer tirarse al cuello de aquellas personas tan superficiales. La casa a la que Sarai se dirigía estaba al final del paseo de la línea de playa. Era una casa grande de tipo victoriana separada de todas las demás casas por un gran jardín lleno de estatuas de mármol. Las personas que vivían en esa casa podrían ser las más prepotentes del lugar. Se acercó a la gran verja negra y se paró frente a la cámara. Unos segundos después la verja se abría lentamente. Sarai paseó por el empedrado camino de entrada mirándose los pies mientras lo hacía y disfrutaba de la sensación. Tal y como ella se esperaba, un hombre la esperaba parado tras las puertas de roble abiertas. Al verla llegando entró y se sentó en un gran sillón de cuero negro que olía a viejo.

- Veo que mamá no pudo conseguir deshacerse de ese antiguo sillón.

El hombre la miró fríamente con el ceño fruncido antes de contestar.

- ¿A que has venido, Elizabeth?

Oh, definitivamente hacía demasiado tiempo que no oía su verdadero nombre. Fue Sam durante todo el tiempo que vivió entre vagabundos y borrachos que la cuidaron como si fuese su propia hermana. Pasó a ser Sarai cuando se le asignó ese nombre como agente de campo en los Ridders aunque la llamaran a sus espaldas La Tornado. Y ahora, cuando se encontraba en frente de su padre después de tantos años volvía a ser la pequeña Eli.

- Pensé que tras la muerte de la mujer que me crió para después venderme podría venir a ver que tal estaba su marido.

Se negaba a llamarles papá o mamá. No después de lo que le hicieron. Ellos no eran sus padres. Ni siquiera sabía porque estaba aquí. Tal vez, en algún lugar muy profundo en su corazón aún esperaba que le dijeran que todo fue un malentendido, que ellos la querían y que jamás la hubieran abandonado. Una voz femenina la sacó de sus pensamientos mientras Sarai giraba el rostro para ver de quien se trataba.

- ¿Paul?- Una rubia teñida bajaba las escaleras del piso superior con una fina bata de lencería que dejaba ver todo lo que llevaba debajo. La mujer se dirigió al padre de Sarai mientras se sentaba sobre sus piernas, le plantaba un beso en los labios y se giraba a mirarla a ella con una falsa sonrisa en los labios.

- Hola, Elizabeth.

- Hola, tía Maggie.- Sarai se giró hacía su padre para hablarle.- Veo que el llanto por la muerte de tu esposa no te abandonó en toda la noche, mientras tu cuñada te consolaba.

Sarai sonrió ante la cara de espanto y enojo que su tía puso al escuchar sus palabras. Pero no se quedaría a gusto hasta ver la misma cara en el rostro de su padre que, por ahora, seguía impasible.

- Aunque no debería sorprenderme eso de alguien que vendió a su hija de 11 años al senador para seguir teniendo tratos de favor con él.

A ella le seguía doliendo hablar del tema pero no creía posible poder olvidarlo algún día.
Su padre había sido amigo del senador Kent desde mucho antes de que ella naciera y venía muy a menudo a visitarles. Su padre tenía una gran cadena de bancos en los que no todos los trámites de dinero eran legales. A medida que ella crecía la atención del senador sobre ella aumentaba y sus visitas eran cada vez más seguidas, hasta que un día su madre la vistió con uno de sus mejores vestidos cortos y su padre la acompañó a la fiesta de cumpleaños del senador. Al llegar allí no encontró ningún ambiente de fiesta y al decirselo a su padre él siguió caminado delante suya sin contestarle o mirarla siquiera. Llegó frente una puerta y la hizo pasar dentro de lo que parecía un dormitorio donde el senador estaba sentado en ropa interior. Al escuchar como su padre cerraba la puerta y giraba la llave comprendió que ella iba a ser el regalo. La pobre niña no podía imaginar nada peor que ese momento. Ni siquiera el descubrimiento de la existencia de los demonios años después era equiparable al miedo que sintió en ese instante. Cuando vió al senador acercarse tiró su pequeño bolso al suelo, olvidando sus finos modales, y corrió hacía la ventana que, aún estando en un segundo piso, parecía ser su única salida. Ella saltó y cayó de costado dañándose una costilla y dislocándose un hombro en el acto. Corrió y siguió corriendo hasta salir del barrio residencial, hasta llegar a la periferia de la ciudad donde las casas y las gentes eran pobres pero con un corazón que bien superaba toda la fortuna que su familia poseía. Corrió hasta caer rendida en un callejón oscuro. Ni siquiera el charco húmedo bajo su cuerpo impidió que cayera inconsciente donde mas tarde unos borrachos de buen corazón la acogieron y cuidaron de ella en las calles hasta que conoció a Aarón y supo lo que era un verdadero hogar.
Pero ¿que era Aarón para ella ahora?

Vive para morir #Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora