Capítulo 16

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De solo pensar en todo el entrenamiento de los últimos días, sentía las fibras de los muslos arder. Y las pantorrillas. Y los pies. Básicamente, todo.
Sí, me emocionaba haber quedado en el equipo titular y estar a menos de veinticuatro horas de las olimpiadas, pero no esperaba estar tan destrozado para una competencia que apenas duraría medio día.

Suponiendo, claro, que no eliminen al equipo en la primera ronda.

No, no íbamos a volver a casa tras un solo partido. Después de habernos matado entrenando como lo hicimos, no había manera.

Entre todos, Johnny era el más emocionado por el gran día. En cada descanso, parloteaba sobre los golazos que marcaría y cómo dejaría a Carolina boquiabierta. Gabo, en cambio, apenas prestaba atención a las fantasías de nuestro amigo. Siempre que podía, trataba de aterrizarnos: había que enfocarse en ganar el sábado. No para impresionar a nadie -aunque nunca está de más-, sino porque desperdiciar una semana de esfuerzo para perder en el primer partido le parecía insoportable.

¿Qué puedo decir? Gabito tiene un muy buen punto.
Y fue justo esa actitud, junto a su desempeño en los entrenamientos, lo que hizo que se quedara con la cinta de capitán.

Lo curioso es cómo al principio, Johnny y yo tuvimos que insistirle para que se apuntara a las olimpiadas. Y al final, resultó ser quien más disfrutaba de los entrenamientos y de su rol como líder.

Por mi parte, también disfrutaba de todo... y más desde que Flavia dejó de aparecerse en el complejo por las mañanas. Lo que le dije en el incidente de los vestidores parece que funcionó. Al menos entendió que lo mejor era dejarme en paz.

O está planeando alguna venganza.

Tal vez exagero. No es como si fuese una bruja preparando un elixir mágico para convertirnos a Alison y a mí en sapos.

No suena descabellado.

Prefiero quedarme con mi punto, no darle más rollo al tema, y enfocar mi atención en lo que era importante ahora: ganar con el equipo.

Y ver a Alison entrenar en ese uniforme cada mañana no se roba tu atención, ¿verdad?

Bueno... no voy a contradecir eso.
La verdad es que siempre era un deleite visual el verla en los entrenamientos. Y no hablo solo por lo genial que se veía físicamente, sino por lo increíblemente bien que jugaba.

Había veces que arrugaba la nariz cuando se imaginaba a sí misma fallando algún saque en pleno partido. Era adorable. Y aunque me gustaba fastidiarla por ratos, diciéndole que seguro por ella no marcarían ni un punto en el primer set, sabía que no hacía falta decirle que, para mí, era la mejor del equipo. En todos los aspectos posibles.

Vaya romántico.

Cada día más irreconocible.
Pero dejando un poco el tema del partido de lado, lo que realmente me preocupaba ahora era el maldito embotellamiento que no me dejaba llegar al aeropuerto. Después de oír a mamá advertirme muy seriamente sobre cómo esperaba verme con los brazos abiertos cuando bajara del avión, lo último que quería era llegar tarde.

¡Pero es que el jodido tráfico no ayuda!
Nunca entenderé estos atascos. Es como, hombre, solo avancen y se soluciona todo. Aunque, claro, tal vez es más complicado que eso. Lo entenderé cuando tenga coche propio. Con suerte, papá me regala uno para mí cumpleaños.

No pasará mientras sigas llegando tarde a recibirlos al aeropuerto.

Maldita consciencia, siempre teniendo razón.
A mis padres no les gusta la impuntualidad, y digamos que no siempre soy el más puntual. Si no llegaba a tiempo ahora, ya sabía lo que me esperaba: mamá cruzándose de brazos, levantando la ceja izquierda mientras bajaba la otra, lanzándome esa mirada que podría derretir concreto, y coronando todo con mi nombre completo en voz alta.

Sombras del orgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora