Era la primera vez que hacía algo así. Me acerqué tambaleante, pero decidida. Cuando le tuve a menos de veinte centímetros de mi cara, ni lo dudé. Aproximé mis labios a los suyos, fríos y húmedos, pero él ni se inmutó. Tenía los ojos cerrados, así que lo volví a intentar. Dio igual. Me puse nerviosa, mi cuerpo estaba cubierto de gotitas de agua que se precipitaban desmesuradamente hacia el suelo. Pero de repente, noté que movía los labios bajo los míos. Me separé un poco y pude ver como echaba todo el agua que había tragado. ¡Menos mal! Un poco más y se muere ahogado.