Tercera persona
La noche comenzaba a hacerse presente en el despejado cielo del valle, protegiendo con sus sombras a la silueta que se deslizaba con prisas a través de la puerta trasera de la mansión De la Vega. Oculta por la oscuridad, aquella persona parecía una mancha inconexa sin orden ni sentido, excepto por el gran bulto que llevaba pegado al pecho. Si observabas muy de cerca, veías los nudillos que aguantaban el objeto completamente tensos por la fuerza con la que lo sujetaban, como si temieran perder la preciada carga que portaban.
La urgencia con la que corría y la corriente que se creaba por la puerta abierta hacia el exterior agitaron con violencia la larga melena pelirroja del escurridizo visitante. Con aquel color tan característico se desvelaba fácilmente que se trataba de la heredera de la familia. Además, con los destellos de claridad que daban los fogones encendidos se reconocía el artículo que portaba que no era nada más y nada menos que el gran tomo de su padre.
La chica se deslizaba con verdadera agilidad, girando en el momento exacto para evitar las esquinas de las grandes mesas de trabajo, haciendo que la madera rozara con suavidad la tela de su vestido. Serpenteaba por la sala con premura mientras vigilaba a su alrededor por si había alguien. Atravesó el marco de la puerta y se escabulló por el pasillo, girando entre corredores hasta llegar al despacho de su tío.
Con la mayor discreción que pudo, bajó el tirador de la puerta evitando hacer ruido. La abertura apenas era de unos centímetros, pero lo suficiente para mirar al interior de la habitación. Cuando comprobó que no había ninguna presencia, dio un último vistazo al pasillo antes de adentrarse en la sala. Cerró con cuidado la puerta tras de sí y, sin perder el tiempo, corrió hacia el enorme escritorio. Abrió el cajón que había memorizado tan bien aquella misma tarde y colocó con meticulosidad el libro en la misma posición en la que lo había encontrado hacía unas horas.
Lo observó con pesadumbre y con nostalgia y tras darle una suave caricia a las enredaderas que decoraban el lomo, cerró con solemnidad el cajón.
Sacándose aquella sensación de tristeza de la mente, desanduvo todo lo que había hecho desde que había llegado a la mansión hasta que había alcanzado el despacho, vigilando constantemente su entorno por si alguien la veía.
Cuando llegó a las cocinas, preparó rápidamente una pequeña bandeja de plata con algunas pastas y pequeños dulces que aún quedaban de la tarde y se dirigió al salón. Cuando llegó a las dobles inmaculadas puertas blancas, llamó con dos sutiles y suaves golpes desacompasados. No tardó más de unos segundos en escuchar el cerrojo descorrerse y abrirse la puerta lentamente. Los ojos de su prima la miraron con alivio antes de cogerla del brazo y tirar de ella hacia la habitación.
Cerró la puerta de nuevo, pero esta vez sin cerrar el pasador y corrió a sentarse con María en el amplio y pomposo sillón. No había colocado la bandeja sobre la mesita auxiliar antes de que Anna comenzara a interrogarla.
–¡Cuéntamelo todo! ¿Lo has encontrado? ¿Has podido leerlo?
–¡Oh, Anna, no vas a creértelo! Lo conseguí, di con él en el despacho de mi tío.
–¡Ay, lo sabía! Cuando has tardado tanto en volver sabía que lo habías encontrado. Cuéntame qué ha pasado.
Tras un pequeño resumen de su corta aventura, en el cual su prima se espantó y maravilló por igual, le lanzó una mirada desaprobadora.
–¡No me puedo creer que hayas vuelto a recorrer el bosque sola! Sabes lo peligroso que es mientras esos criminales anden sueltos.
–No te preocupes por eso, Robin me ha acompañado de vuelta. Es casi tan preocupón como tú.
–Bueno es saberlo. Pero, ¿por qué has ido hasta allí para leer el libro?
María se quedó en silencio, pensando en las palabras de su prima. Ella misma se había hecho esa misma pregunta mientras iba de camino a la fortaleza de los Aguilar. Algo en el peso del tomo contra su pecho tiraba hacia Robin, como si la solución estuviera a su lado.
–Creo que... Hay algo en todo esto que está relacionado también con él. Pensé que entre los dos podríamos descubrir algo que por mí sola se me escaparía –Anna la observó en silencio, observando la seriedad de su prima–. Por desgracia, sólo hemos podido leer una parte del libro y no hemos descubierto nada que tuviera que ver con las Princesas de la Luna o con sus perlas.
–Aún así, ya has conseguido hoy más de lo que esperábamos –De repente se puso a mirar de arriba a abajo a María. Con el ceño fruncido le preguntó–. ¿Dónde has dejado el libro? Puedes continuarlo esta noche.
–He tenido que dejarlo de nuevo en su sitio, no puedo arriesgarme a que mi tío se de cuenta de que lo he cogido –soltó un suspiro desanimado–. No sería la primera vez que vuelve antes de tiempo, así que por ahora tendré...
Las puertas se abrieron de par en par con un chirrido ruidoso, acallando en el acto a ambas mujeres. Sorprendidas observaron la entrada.
–¡Chicas, he vuelto! –proclamó Alexander con alegría mientras se dirigía a ellas con ímpetu. Sin darles tiempo a reaccionar, las atrapó a ambas en un abrazo de oso.
–¡Uuf! Hueles a tierra mojada –le dijo con desagrado su hermana, aunque le devolvió el abrazo con cariño.
–Maldita sea, Alex, te he dicho muchas veces que no me gusta que me toques –aunque su voz se le escapaba con un tono mezclado con el enfado y la alegría.
–Vamos, prima, tienes que dejar tus miedos a parte. Hacía días que no os veía, estaba deseando volver.
Los tres se sostuvieron en el abrazo durante unos segundos más, antes de que el muchacho se separara de ellas. María se sorprendió al observar el rostro del recién llegado. Podía ver perfectamente como su expresión se transformaba por completo, relajándose y haciendo desaparecer aquellas arrugas por el semblante serio que solía portar en la ciudad. En cuestión de segundos, su rostro se suavizó, alejando la expresión fría de alto aristócrata y dejando su lugar al rostro relajado que ella misma prefería ver en su primo.
–¿Qué es eso? –señaló Anna a un pequeño cúmulo de hermosas cajas que había dejado su hermano en el pasillo antes de entrar.
–Es uno de los conjuntos de vestimentas para Rebeca. El primero a decir verdad.
–¿Eso quiere decir...? –preguntó con inseguridad María.
–Eso quiere decir que mañana comienza la farsa.

ESTÁS LEYENDO
Enredadera negra y roja
FantasyUn valle encantado. Dos familias enfrentadas durante generaciones. Un amor condenado al odio y un odio destinado al amor. Dos herederos enlazados por la magia. ¿Qué podría salir mal? Verse con Robin, el hijo del mayor enemigo de tu familia, no es b...