Capitulo 8: Traidor

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Sasuke

El silencio fue peor que cualquier grito.

Sakura no dijo nada. No hizo ninguna pregunta. No exigió explicaciones.

Y eso dolió más.

Porque si ella hubiera gritado, si me hubiera golpeado, si hubiera exigido saber qué había pasado, al menos eso significaría que aún esperaba algo de mí.

Pero en cambio, simplemente me miró.

No como la Sakura que siempre había estado a mi lado. No como la mujer que había luchado por nuestra familia.

Me miró como si yo fuera un extraño.

—Sakura… —mi voz salió baja, casi ahogada.

Ella parpadeó, y eso fue todo lo que se permitió antes de apartarse de Naruto. No con prisa, no con enojo. Solo… con una resignación que me heló la sangre.

Se inclinó y tomó una de las fotos con dedos temblorosos. Su mirada recorrió la imagen, sus labios presionados en una línea tensa.

—Dime que esto no es real.

Era una súplica.

Una última oportunidad para salvar lo que fuera que aún quedaba en pie.

Pero yo… no tenía respuestas.

No recordaba nada.

No podía darle la verdad que merecía.

Y el silencio fue suficiente para matarla.

La foto cayó de sus manos y su respiración tembló. Sus hombros se hundieron apenas, como si un peso invisible la aplastara, y entonces, sin siquiera mirarme otra vez, se giró y comenzó a caminar hacia la puerta.

Mi instinto gritó que la detuviera.

Que no la dejara ir.

Que no la perdiera.

Pero cuando intenté moverme, Naruto se interpuso en mi camino.

—No.

Una sola palabra.

Pero con suficiente peso para congelarme en mi sitio.

Sus ojos azules brillaban con ira contenida, su mandíbula tensa, los puños cerrados.

—Déjala ir, Sasuke.

Y por primera vez en mi vida, no tuve la fuerza para desobedecer.

Porque, aunque mi cuerpo no se movía, mi alma ya había comenzado a romperse.

El sonido de la puerta cerrándose tras Sakura fue el golpe final.

El aire se volvió denso.

Naruto seguía ahí, en completo silencio.

Y eso era lo peor.

Porque Naruto nunca se quedaba callado.

Un minuto pasó.

Dos.

Tres.

Entonces, finalmente habló.

—¿Qué mierda hiciste, Sasuke? —su voz no era la explosión que esperaba. Era baja, contenida. Y eso lo hizo aún más aterrador.

No lo miré.

No podía.

Pero su presencia era sofocante.

—No sé qué pasó… —las palabras salieron sin fuerza.

Grave error.

Naruto rió. Una risa hueca, áspera.

—¿No sabes? —repitió con incredulidad.

Dio un paso hacia mí, y en el instante en que levanté la vista, su puño impactó contra mi rostro.

El golpe fue seco y brutal.

Mi cabeza giró con la fuerza del impacto, un sabor metálico llenó mi boca.

Pero Naruto no había terminado.

—¡¿Sabes cuántas veces la vi llorar por ti?!

Otro golpe.

Esta vez en el estómago.

El aire escapó de mis pulmones y me doblé ligeramente.

—¡¿Sabes cuántas veces me pidió que confiara en ti?!

Tercer golpe.

Directo a la mandíbula.

Caí al suelo. No tenía ganas de defenderme, no lo merecía.

El frío de la madera se sintió lejano comparado con la vergüenza ardiente dentro de mí.

—Yo renuncié a ella —su voz tembló con rabia—. Me hice a un lado. Porque sabía que ella te amaba, porque quería que ella fuera feliz.

No respondí.

No porque no quisiera.

Sino porque no tenía nada que decir.

—Pero ¿tú? —escupió con desprecio—. ¡¿TÚ?! ¿Así es como la tratas?

Mi respiración era errática.

Intenté levantarme, pero su pie presionó mi pecho, manteniéndome en el suelo.

—¿Por qué, Sasuke? —preguntó, y su voz no era furiosa esta vez. Era rota. Decepcionada—. ¿Por qué lo hiciste?

No tenía respuesta.

Y esa fue la peor parte.

Naruto me miró con algo que nunca había visto en sus ojos antes.

Desprecio.

—Siempre pensé que, al final, valdría la pena —su tono era más bajo ahora, más oscuro—. Que todo el sufrimiento, todo el dolor, tenía sentido porque tú la amabas.

Tragué saliva.

—Pero ahora… —sus puños se cerraron con fuerza—. Ahora veo que fuiste un jodido error.

Se alejó.

No me dio otra oportunidad de hablar.

No esperó excusas.

No me ofreció redención.

Solo se fue.

Y por primera vez en mi vida…

Me di cuenta de que tal vez Naruto tenía razón.

Me di cuenta de que tal vez Naruto tenía razón

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